Bogotá, escenario de las fiestas de Nación

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Bogotá, escenario de las fiestas de Nación

Por: jstorres
Publicado el: Mayo 2020
Desde antes de la llegada de los colonizadores españoles, los muiscas y los pueblos del altiplano celebraban diversas ceremonias y rituales.

I

Teniendo en cuenta que el mundo ceremonial de la comunidad de los muiscas, quienes habitaban la actual región cundiboyacense, estaba pleno de manifestaciones que se relacionaban con la naturaleza, con sus cosmogonías y creencias religiosas y con aspectos sociales de la vida en comunidad, lo que nos preguntamos en este breve ensayo es el destino que tomaron estos ceremoniales indígenas, una vez arribaron los españoles a su territorio.

II

Este grupo, al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada, había salido desde Santa Marta en abril de 1536, como una expedición de avanzada hacia estos territorios y en los caminos se fue juntando con muchos indígenas. Bordeando en muchos pasajes el rio Magdalena y finalmente tomando la ruta de la Cordillera Oriental llegaron al altiplano cundiboyacense y en 1537 tomaron contacto con el sector de los muiscas que habitaban la zona de Suba, cuyo cacique “fue uno de los primeros aliados de los españoles, les dio guerreros, comida, mantas y fue uno de los primeros que se bautizó” (Gamboa, 2008: 122).

Iniciaron muy pronto una violenta entrada al territorio de Funza- centro de asentamiento muisca-, ubicando en el zipazgo del líder indígena Tisquesusa, quien, perseguido para ser apresado, se refugió en su casa de monte en un cercado ubicado en Cajicá, donde fue asesinado. La resistencia fue asumida de inmediato por Sagipa, un sobrino del cacique, quien se refugió en las sierras de la Sabana desde donde continuó hostigando al ejército conquistador. Luego de que Quesada sometió a otros importantes cacicazgos del altiplano, Sagipa buscó negociar la paz con él intentando tenerlo como aliado en su guerra contra los Panches, así como para que lo respaldara en su cargo de cacique de Bogotá, el cual era reclamado, siguiendo la tradición, por el cacique de Chía.

Asentados los españoles en estos territorios, continuaron su ocupación, combinando las estrategias militares de sometimiento, entre otras con la ejecución de varios caciques, con aquellas de evangelización que desarrollaron las autoridades religiosas, así como con la celebración, por parte de las autoridades civiles, de las ceremonias de posesión de los encomenderos o recibimiento de los títulos de la encomienda, institución a través de la cual se les asignaban para su control un buen número de indios y de caciques quienes debían trabajar para él, darles tributos y rendirle obediencia.

Establecida esta ceremonia como el ritual mediante el cual los indígenas eran considerados jurídicamente vasallos de la Corona Española los actos centrales se realizaban en el Cabildo de la ciudad, presididos por el alcalde y con la presencia de un escribano, encargado del acta, del encomendero y de testigos.

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III

Sobre los cortes temporales que permitan determinar si hubo un momento final o una derrota militar de los muiscas en defensa de sus territorios no hay todavía un consenso entre los investigadores. No obstante, lo evidente es que las prácticas ceremoniales se siguieron efectuando a pesar de las extremas medidas de exterminio y de arrasamiento que fueron implantadas.

Concebidos como seres “tan ciegos que casi no se conocen” o como sujetos que se encontraban “en unas mismas tinieblas y ciegas oscuridades” (Simón, 1981:411), respecto de sus mundos de dioses y ceremonias, los españoles prosiguieron la etapa de conquista y colonización bajo estas definiciones.

Esta caracterización tenía como fundamento el no encontrar indicios de parentesco entre las “creencias religiosas indígenas y la espiritualidad cristiana”, toda vez que consideraban que la verdad sólo se encontraba en los principios cristianos que ellos buscaban irradiar y bajo esta apreciación se descalificaron muchas de las actitudes y comportamientos de los indígenas. Con esta concepción, la estrategia asumida para la creación de una nueva sociedad fue la imposición de otras formas de entender el mundo cosmogónico, y en eso jugó un importante papel el establecimiento progresivo de otra tipología festiva.

Este nuevo orden que se empieza a imponer se hace a través de las orientaciones surgidas del Primer Sínodo de Santafé, en el cual se ordena a los curas y caciques que ya se habían “cristianizado” nombrar alguaciles para realizar una especie de censo de los indígenas bautizados. Años más tarde, uno de los planes más organizado para perseguir las prácticas religiosas de los indígenas se da con las formulaciones emanadas del Catecismo de fray Luis Zapata de Cárdenas en 1576, en el marco de su mandato como arzobispo de Santafé. La construcción de un nuevo orden de moral y costumbres y por lo tanto de una nueva sociedad implantada sobre el mundo de los muiscas toma su fundamento de estos preceptos.

Sin embargo, es evidente que en ese universo de prácticas heredadas que traían los conquistadores y “negros y moros” que los acompañaban y de la observación de otras prácticas ancestrales que se efectuaban en las comunidades invadidas “la visión de mundo del invasor no quedó incólume, fue transformada por el mismo proceso de invasión” (Herrera, 2008:27) y de la misma manera se deben tratar las actitudes y comportamientos de los indígenas.

De acuerdo con lo planteado por el investigador Eduardo Londoño (1996), el cacicazgo parecía ser el sistema de organización que tenían los muiscas o pobladores de la región cundiboyacense, uno de ellos el de Bogotá, al que pertenecían varios cacicazgos subregionales y locales bajo el gobierno de un cacique y del que era parte un “número variable de capitanías” y teniendo en cuenta que el nivel inferior de la estructura social de los cacicazgos se preservó después de la llegada de los españoles. Es factible, dice este autor, que las prácticas rituales y ceremoniales de esta población hayan también permanecido, aunque como es lógico, bajo nuevas formas de ritualidad, toda vez que en conjunto con la formación social se encuentra una estructura religiosa. Muchas de estas prácticas de religiosidad se convirtieron en una especie de modalidad de defensa a las políticas de evangelización forzada.

Sobre las permanencias rituales de los indígenas, coincidían los informes de otros funcionarios para quienes era necesario prohibir ritos, ceremonias, borracheras, cantos y bailes. Sin embargo, pese a las políticas de adoctrinamiento y a los controles y persecuciones, las prácticas rituales de los indígenas continuaron, no obstante haber recibido el sacramento del bautismo. En ese sentido son varios los informes enviados al Consejo de Indias en los cuales se hace referencia a que las “públicas costumbres de los indios en general son y están muy corruptísimas con gran licencia y disolución del vivir en todo y principalmente en tres o cuatro géneros de vicios: -en vestirse, en comer, juegos larguísimos [y] profusísimos y en lujuria y en desacato de justicias y grande indevoción pública […] Y en lo de los juegos hay necesidad de rigurosísimas penas, porque el ejecutar acá las penas de España es cosa de burla” (Carta dirigida al Consejo de Indias por el Licenciado Tomás López, citado en Friede, 1975: 205). Estos manifiestos hacían conjunto con informaciones según las cuales los muiscas tenían muchos mohanes, hechiceros, bohíos e ídolos de demonio escondidos en los montes.

De igual manera, como dice Egberto Bermúdez: “las tradiciones musicales indígenas, sus canciones, bailes y fiestas fueron severamente reprimidas en Santafé después del establecimiento de la Real Audiencia. En 1555 y unos años más tarde, la Audiencia prohibió a los españoles que asistieran o permitieran este tipo de actividades, pero a pesar de esto la música indígena, los instrumentos y los bailes fueron mantenidos no sólo en el campo sino también en las ciudades. En 1591, en Santafé se descubrió que en la casa de un barbero se reunían indios de ambos sexos y que bebían y cantaban con flautas mientras bailaban en rueda dando patadas como es costumbre de los indios infieles” (2000:45).

A través de las políticas evangelizadores se consolidó la construcción de ese nuevo orden español que tiene como objeto central la destrucción de la religiosidad muisca y de todo lo que hemos referido como aspectos de los ceremoniales y rituales muiscas.

Se combinaron diversas acciones para buscar controlar la población Muisca de la Sabana de Bogotá en el empeño español de construir una nueva identidad de los indígenas y de crear una nueva sociedad.

IV

Por Orden Real, desde 1559, los indios fueron reducidos a pueblos”, buscando mayores controles tanto económicos como religiosos. Estas parcialidades, que acababan con la concepción de comunidad indígena, se dejaron bajo la jurisdicción de un doctrinero, es decir, un miembro del clero responsable de la “civilización” de los indígenas, que servía como concepto guía de esa política tanto en lo territorial como en lo espiritual, dejando como consecuencia que el imaginario de los indígenas no se direccionaba hacia los cacicazgos y capitanías, como en la era prehispánica, sino hacia la acción de la doctrina entendida como un territorio que abarcaba varias encomiendas.

Otro de los aspectos de control era el del aseo. Convencidos de que la limpieza era un eje esencial de la cristianización, se dispusieron cambios en el vestir, en el lavado del cuerpo, en el corte de los cabellos, considerado un castigo en la era prehispánica. Se prohibió cualquier signo de desnudez y se determinó el tipo de ropas que debían llevar las y los indígenas, buscando desaparecer la costumbre de pintar sus mantas con referentes religiosos, que la Real Audiencia en 1575 había considerado como actos del demonio.

Las borracheras, bailes y fiestas gentílicas fueron motivo de controles estrictos y solo se podían ejecutar acciones lúdicas ciertos días de fiesta en la tarde, “con templanza” y con permiso y control de los doctrineros, para quienes estos actos realizados en la noche eran sinónimo de lo ilícito, “pero por ir quitando estos bailes y fiestas de gentiles, podrá el religioso inventarles algunos juegos lícitos, y ainsi mismo a los niños, para que se huelguen sin perjuicio y vengan con amor a donde el religioso está” (Catecismo cap. 7, citado en Marín, 2007).

Según el Catecismo, se debía evitar la presencia de negros, ladinos y mulatos en los territorios indígenas ya “que este tipo de personas eran hombres inquietos, de mal vivir, ladrones, jugadores, viciosos y gente perdida que enseñaba sus malas costumbres, ociosidad y vicios a los indígenas” (Marín, 2008: 104).

En 1547, “se ordenó por primera vez que los indígenas debían ser evangelizados en lengua nativa”, así como en 1580 “se dictó una Real Cédula por medio de la cual se establecía la cátedra de la lengua general”, pero por Cédula Real de 1770 se determinó que “se destierren los diferentes idiomas de que se usa en aquellos Dominios, y solo se hable el castellano” (Cédula real, citada en González, 1987).

Se establecieron normas sobre gestos y posturas, dado que el indígena que se cristianizaba debía, en el acto de la confesión, estar “destocado, hincadas ambas rodillas y puestas las manos, los ojos bajos y la cabeza algo inclinada, como quién está con vergüenza ante Dios diciendo sus pecados”. Se prohibió la caza, dado que en esa relación con la naturaleza el indígena buscaba el favor de sus dioses para el logro de sus acciones lo que fue considerado como “adoraciones al demonio” (Catecismo, citado en Marín, 2007). Sin embargo, las actividades de defensa indígenas, manifiestas en la proliferación de los lugares de culto, llevó al arzobispo a introducir en su Catecismo acciones de mayor violencia, entre las cuales estaba la de ordenar arrasar completamente los santuarios indígenas.

La primera rebelión indígena de que se tiene noticia entre los pacíficos chibchas, en 1540, se originó precisamente en la exigencia por parte de los encomenderos de un tributo al que los indios no estaban acostumbrados. La evangelización de los indígenas en todo caso prohibió las ofrendas y los sacrificios, el llamado en los cantos a los dioses muiscas y a sus antepasados, el acudir al jeque en busca de interpretaciones de los sueños, los adivinatorios, la quema de sahumerio para honrar a los dioses, el uso de yerbas y hechizos, las pintadas del cuerpo con jiba y jagua, así como debían dejar penetrar luz en sus viviendas y abandonar las prácticas religiosas de sus ancestros.

Asociado al arrasamiento de los lugares de culto, se emprendió la persecución de los jeques, basados en el criterio de que eran los instigadores de la desobediencia a las orientaciones religiosas de los españoles “y los responsables de los sacrificios, ritos y ofrendas”. Los calificaron como hechiceros y se les persiguió para ubicarlos y castigarlos “con todo rigor conforme a derecho, para que tan grave mal de raíz se quite y arranque de la tierra” con castigos como cortarles el cabello, azotarlos y encarcelarlos, aunados a los malos tratamientos como “empalándolos y quemándolos y aperreándolos vivos y a otros cortándoles las manos, narices, y tetas, y ahorcándoles de los garrones (testículos)” (Friede, 1975: 200).

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V

Sin embargo, esta política de arrasamiento de los actos y lugares sagrados de los indígenas produjo, de una parte, que estas formas de religiosidad continuaran celebrándose de forma clandestina y cuando fueron obligados o persuadidos establecieron maneras de mimetizar sus referentes sagrados.

Los objetos sagrados que lograron salvar de los saqueos los escondieron en cuevas que se convirtieron en lugares clandestinos de culto, aunque en muchas ocasiones la política de exterminio llevó a algunos indígenas al suicidio, en otros casos optaron por mimetizarse haciendo parte de las cofradías a los santos y vírgenes que empezaron a ser puestos en escena por los españoles y se entronizaron en los festejos que van estableciendo progresivamente, como parte de la creación de una sociedad de otro tipo que se acompañara de un calendario festivo.

Es así, como en esta sabana de Bogotá los ceremoniales muiscas fueron desapareciendo y paulatinamente se pusieron en escena unos fastos donde se escenificaban otros imaginarios, en el marco de una idea de Nación: la española.

* El estudio se ha publicado bajo el título: Ceremoniales, fiestas y  Nación. Bogotá: un escenario. De los estandartes muiscas al himno nacional, INTERCULTURA, Bogotá,  2012.


BERMÚDEZ, Egberto (2000) Historia de la Música en Santafé y Bogotá, 1538-1938. , Bogotá: Fundación de Música.

Diccionario y Gramática Chibcha, (1987) Manuscrito Anónimo de la Biblioteca Nacional de Colombia, transcrito y con un estudio Histórico -Analítico realizado por María Stella González de Pérez. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

GAMBOA MENDOZA, Jorge Augusto (2008). Los Muiscas en los siglos XVI y XVII: miradas desde la Arqueología, la Antropología y la Historia. Bogotá: Universidad de los Andes, CESO.

HERRERA, Marta (2008). “Milenios de ocupación en Cundinamarca” en GAMBOA, Jorge (Compilador) Los Muiscas en los siglos XVI y XVII: miradas desde la Arqueología, la Antropología y la Historia. Bogotá: Universidad de los Andes, CESO.

LONDOÑO L., Eduardo (1996). “El Lugar de la religión en la Organización Social Muisca” en Boletín del Museo de Oro, No 40. Bogotá: Museo del Oro,

MARÍN, Jhon Jairo (2008) La construcción de una nueva identidad en los indígenas del Nuevo Reino de Granada. La producción del catecismo de fray Luis Zapata de Cárdenas (1576). Bogotá: ICANH.

FRIEDE, Juan (1975-76). Fuentes Documentales para la Historia del Nuevo Reino de Granada, 8 t. Bogotá: Biblioteca Banco Popular.

SIMÓN, Pedro (1981). Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales. Bogotá: Banco Popular.