Bogotá en miscelánea

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Bogotá en miscelánea

Por: jstorres
Publicado el: Noviembre 2018
La capital está llena de historias y anécdotas que han definido su “carácter y personalidad” como centro político del país. Recorrido por algunas de ellas.

La Atenas de Suramérica

Poco se sabe, en realidad, sobre quién denominó a Bogotá como la Atenas de Suramérica. Se dice que el primero en llamarla así fue el diplomático y escritor argentino Miguel Cané, quien en su libro “En viaje”, publicado en 1884, elogió a los intelectuales capitalinos. El francés Pierre d’Espagnat la bautizó en 1898 como la “Atenas del sur” y hasta el barón Humboldt se refirió a ella como “una clásica ciudad griega” haciendo honor de las numerosas instituciones culturales y científicas que encontró durante su periplo por la Nueva Granada. Sin embargo, parece ser que el mérito de la frase es del humanista español Menéndez Pelayo, quien, en 1892, en su antología de la Poesía Latinoamericana, señalaba en su ensayo que “la cultura literaria en Santafé de Bogotá (era tan importante que la ciudad estaba) destinada a ser con el tiempo la Atenas de la América del sur”.

Cómo era Bogotá en el siglo XIX

En 1863, Felipe Pérez, en su “Geografía física y política del Distrito Federal”, se refirió así a Bogotá. “Se hallan, cultivadas, manzanas, duraznos, pepinos, curubas, cerezas, brevas, papayas, frutas de Chile, fresas y otras propias de los climas fríos; y silvestres, uvas, camaronas y de anís, moras, mortiños…Las plantas medicinales abundan en todas las huertas… En materia de animales domésticos hay todos los que permite el clima, con más uno que otro que suelen traer de las tierras cálidas y que se aclimatan muy bien, como el loro, el turpial, el canario…y respecto de los silvestres, hállanse el conejo, el ratón, la fara, la comadreja, la mirla, la lechuza, el sorrococló, el gallinazo, agente activísimo de policía (para limpiar de carroña las calles, caños y solares), el gavilán y otros.”

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Campanarios ruidosos

Según el plano levantado en 1797 por el ingeniero Carlos Felipe Cabrer, Bogotá tenía veinte manzanas de sur a norte, y diez de oriente a occidente.  Santafé era un almácigo de conventos y un revuelo de campanas que todavía en el siglo XIX mortificaba a la generación de los radicales, que estaban obligados a descubrirse en forma permanente cuando pasaban frente a las iglesias, y que atormentaba, también, a muchos vecinos inconformes con el “ruido” de tantos campanarios. Casi al unísono, todos los días, a las 6 de la mañana, al medio día y al crepúsculo, comenzaba el tañir de las campanas de los templos de la Catedral, la Enseñanza, el monasterio del Carmen, de la Candelaria, la capilla de las Cruces, Santa Bárbara, San Agustín, Santo Domingo, San Francisco, de la Tercera, de El Hospicio, de las Nieves, de San Diego, de la Capuchina de las Aguas, etc. Algunos santafereños se quejaron ante los virreyes y curas, pero estos hicieron caso omiso y la letanía de campanas prosiguió hasta bien entrado el siglo XX.

La gastronomía bogotana en la Colonia

Las comidas europeas y “americanas” fueron habituales en Santafé. La mazorca y la yuca, la arracacha, las papas, el maíz y el arroz, con algunas legumbres tropicales, eran la entrada principal. También se consumían carnes de res, de cordero, de gallina y, sobre todo, de cerdo. Por dulce se empleaba el melao de panela con cuajada de leche, y para suplir la falta de vino se usaba la chicha, aún entre las familias principales, con raras y muy honrosas excepciones. Las hoy muy famosas lechonas tolimenses, fueron, en realidad, traídas por los españoles, que las heredaron a su vez de los romanos; lo mismo que la morcilla, la longaniza y toda la variada fórmula de embutidos que todavía se consumen en la ciudad. Después de la comida, los santafereños hacían tertulia en algún almacén de la Calle Real (Carrera Séptima) o de la Plaza Mayor (de Bolívar). Por la tarde paseaban en el altozano de la Catedral.

Las primeras familias europeas en Bogotá

Tras la fundación de Bogotá se fueron asentando las primeras familias europeas. De acuerdo con el historiador Ernesto Cortés Ahumada, entre las primeras doscientas que se establecieron algunas venían de Córdoba, Salamanca, Cádiz, Sanlúcar de Barrameda, Burgos, Valdeconcha, Soriano, Lugo, Álava, Gran Puerto de Santa María, Sevilla y Elgueta, en España. Pero también llegaron de Francia, como los Duquesne, originarios de Condom, y los Convers, de Aín; de Italia, como los Abondano y los Cualla, originarios de Lombardía y Sosteno, en el ducado de Milán, respectivamente. De Inglaterra, como los Brush y hasta de Polonia, como los Martin. Incluso se asentaron familias que provenían de Lima, de Buenos Aires, de México, Chile y Quito.