Canalización del río San Francisco

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Canalización del río San Francisco

Por: jstorres
Publicado el: Abril 2018
La ley 10 de 1915 ordenó la canalización de los ríos San Francisco y San Agustín, y en sus cauces terraplenados surgieron las avenidas Jiménez y Calle 7ª.

 

El río San Francisco, como lo denominaron los españoles, o Vicachá - como lo llamaban los indìgenas de la sabana, y que significa "resplandor de la noche"-  fue uno de los ríos madre de Bogotá junto con el Rumichaca o San Agustín, hoy calle 7a.

Ambos rìos, el San Francisco y San Agustìn, proveyeron de agua a la ciudad desde el mismo día de su fundación y a lo largo de casi trescientos años. También fueron usados como fuente de energía mecánica para molinos de trigo , lavado de ropas y, lastimosamente, como vertedero de basuras y desechos.

La ley 10 de 1915 ordenó la canalización de ambos ríos, y no solo como medida extrema para combatir las enfermedades que causaban su contaminación, sino para ensanchar la ciudad. A lo largo de casi veinte años de trabajos, finalmente, los ríos fueron canalizados y en sus cauces terraplenados surgieron las actuales Avenida Jiménez de Quesada y la calle 7a., inauguradas en 1938.

Hoy, el llamado Eje ambiental, diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona, e inaugurado durante la primera administración del alcalde Enrique Peñalosa, rememora alegóricamente la importancia que tuvo para Bogotá el ahora canalizado río San Francisco. 


Lo que pasó por el río: Trayectorias del río San Francisco Y la Avenida Jiménez de Quesada

María Atuesta / Historiadora y Economista, Doctora en planeación Urbana.

¿Cuál ha sido la relación del río con la ciudad? A principios del siglo XX el río San Francisco corría de oriente a occidente, cuando el perímetro urbano de Bogotá preservaba los límites del antiguo casco colonial extendiéndose de la calle 1ª a la calle 26 y del Paseo Bolívar a la estación de la Sabana. El río cumplía un papel importante en el desarrollo de distintas actividades, pero al correr del tiempo su importancia fue desvaneciéndose, culminando ésta en la eventual canalización. Hoy, la memoria del río está representada en el proyecto del Eje Ambiental. Un halo de espejismos de lo que fue alguna vez un río.  Sin embargo, para hacer memoria, propongo desviar la mirada del Eje Ambiental a la avenida; a lo que fue la metamorfosis del río; a lo que fue un proceso de adaptación a necesidades locales e ideales de ciudad. La respuesta a la relación del río y la ciudad es pues la de una relación dialéctica que se manifiesta como un proceso de destrucción creativa. Para bien o para mal, las condiciones materiales de la ciudad se adaptan a transformaciones en la representación del espacio y a practicas sociales diferenciadas espacialmente.

A pesar de que la propuesta de canalización ya estaba en boga a principios del siglo XX, el río San Francisco aun jugaba un papel importante en el desarrollo de actividades diarias. En sus riberas se establecían baños públicos para el aliño de los ciudadanos; lavanderas fregaban la ropa y vertían aguas enjabonadas a sus orillas; varios molinos utilizaban su cauce como generador de energía y botadero de desperdicios. Mientras que hacia la parte alta de los cerros orientales el ganado ocupaba los linderos de la rivera y los cultivos se abastecían del agua de las hoyas hidrográficas, hacia el occidente el Matadero Municipal barría las salas de despresamiento y cuarteo con las aguas del San Francisco.

 

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El río jugó así un papel fundamental en la distribución de recursos hídricos y desecho de desperdicios. Pero estas funciones hicieron del mismo un problema. El río estaba contaminado, y el riesgo de dispersión de enfermedades fue uno de los principales motivos por los cuales se dio legitimidad al proyecto de canalización. Más allá de este riesgo latente, la noción de urgencia con la que se promovió el proyecto respondió principalmente al desarrollo de una política de modernización y un discurso higienista que propendía por el control de las prácticas sociales. Los siguientes apartes del Consejo Municipal y la Sociedad de Embellecimiento son ejemplo de la mentalidad de la época.

Que siendo dichos canales una amenaza permanente tanto para la salubridad como para la estabilidad de casas y edificios situados a la orilla de ellos y aún para la estética de la ciudad, pues el efecto repugnante que representan esos zanjones llenos de inmundicias en descomposición, deja mucho que pesar y que decir del grado de  decoro y mediana civilidad de una ciudad. (Proyecto de Acuerdo 62 de 1919)

La sociedad de embellecimiento considera la obra de canalización de los ríos San Francisco y San Agustín necesaria para la vida de la ciudad y su consiguiente embellecimiento. (Acta de la Sociedad de Embellecimiento de Bogotá, 1918)

La urgencia de la canalización es determinada por la importancia que adquirieron la urbanización y el embellecimiento en la formación de una sociedad moderna. Bajo esta mirada, el río se convirtió en no más que un maloliente riachuelo.

De acuerdo con Fabio Zambrano (2007), el planteamiento de un escenario de una pretendida modernización, exigía que la higiene personal y el comportamiento de los habitantes fuera acorde con valores de civilidad. En este contexto, el espacio fue visto como una herramienta útil al control de los vicios y malas costumbres. Esta posición le otorgó cada vez menos cabida al río, ya que no se podía aceptar la existencia de malolientes riachuelos corriendo por el centro histórico de la ciudad. Tampoco se podían aceptar el desarrollo de prácticas tradicionales como lavandería y desecho de desperdicios a plena vista de la ciudad moderna. En conclusión, el río como problema debe de ser entendido como algo más que el reflejo de sus pésimas condiciones de salubridad y riesgo de enfermedades. El problema estaba condicionado por las pautas de un discurso higienista y de modernización del espacio urbano. Es en este contexto que la ley 10 de 1915 le da inicio al proceso normativo que culmina con la canalización.

Si se amplía el espectro de lo que entendemos por canalización, podría decirse que ésta comenzó mucho antes de la promulgación de la mencionada ley. Ya desde el periodo colonial se empieza a intervenir el río con la construcción de puentes que conectaban la ciudad. A la vez, una primera propuesta de canalización se da en 1884, cuando se ordenó canalizar el tramo desde el puente San Francisco (carrera 7ª con calle 15), hasta el puente Cundinamarca (carrera 8ª con calle 14).

Una de las principales diferencias entre la ley 10 de 1915 y los mencionados antecedentes, es que la ley es la primera que concibe la canalización como un proyecto de ciudad. Si se quiere, un macro-proyecto de ciudad que liga la canalización a la construcción de una avenida amplia y moderna.

Las porciones de los ríos mencionados, cubiertas y terraplenadas, o sean las calles que constituyen los cauces, serán convertidas en calles o avenidas públicas. (Ley 10 de 1915)

Seguidamente a la publicación de la ley, el Acuerdo 10 de 1916 estableció que se debían hacer estudios para la construcción de avenidas apropiadas al tráfico de vehículos. Al año siguiente, el Acuerdo 31 de 1917 otorgó el nombre de Avenida Jiménez de Quesada a la calle que reemplazaría el río. Para 1925 se regularon las condiciones materiales de la avenida y se estableció que ningún trayecto de la misma podía tener una anchura inferior a 22 metros.

Aunque la transformación del río en avenida obedeció a una política centralista de modernización, el progreso de la canalización y su incidencia en las manifestaciones mismas de la modernización ocurrieron de manera fragmentada de acuerdo con condiciones económicas y prácticas sociales de los territorios adyacentes al río.

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Con respecto al progreso de la canalización, debido a la escasez de recursos de inversión pública, la ciudad tuvo que recurrir a la implementación de medidas alternativas de financiación. Mediante el Acuerdo 10 de 1916 se estableció que los dueños de los predios ubicados en terrenos colindantes al río San Francisco debían contribuir con los costos de la canalización. La importancia que adquirió este mecanismo alternativo de financiación se ve reflejada en el orden en el que se canalizó el río. Éste no procedió de oriente a occidente (siguiendo el cauce del río) como lo recomendaban las normas técnicas. Por el contrario, los primeros tramos en ser intervenidos fueron los ubicados en el barrio La Catedral: conocido como el barrio más rico de la ciudad, donde estaban ubicados los edificios de importancia institucional y la mayoría de locales comerciales. Por otro lado, los tramos que más se demoraron fueron los ubicados en el barrio Las Aguas: conocido por albergar a la población más pobre en el sector del Paseo Bolívar.

Algo similar ocurre con la incidencia del proyecto de canalización en las manifestaciones de la política modernizadora. Éstas hacen referencia aquí a las formas espaciales que adquirió el río y su incidencia en las representaciones sociales. Como se hizo con el progreso de la canalización, las manifestaciones se estudian de manera diferenciada por tramos.

En el Acuerdo 31 de 1917 se otorgaba el nombre de Avenida Jiménez de Quesada a cada trayecto canalizado del río San Francisco. Sin embargo, una revisión detallada de prensa y las guías de la época, permite concluir que lo que fue considerado como la Gran Avenida parece remitirse únicamente al trayecto de la carrera 4ª a la Plaza San Victorino. Este era el trayecto de orgullo y de mostrar.

LA GRAN AVENIDA JIMENEZ DE QUESADA-La máxima importancia e imprescindible necesidad de esta obra que atravesando el centro de la ciudad ha de venir a acabar con la pavorosa congestión del tráfico en nuestras estrechísimas calles (…) la amplia avenida se unirá con la carrera 7ª en la calle 15. Descongestionando el tráfico de una parte importante de la ciudad (El Gráfico, noviembre 1926) 

El trayecto de la 4ª a la plaza de San Victorino conectaba la Avenida Jiménez con dos importantes vías arteriales de la ciudad: la Avenida de la República y la Avenida Colón. La primera era una vía de acceso a los productos provenientes de la Sabana y la segunda era una vía de acceso a los productos provenientes del río Magdalena. La construcción de la Gran Avenida cumplía la función de conectar la ciudad, facilitando el transporte de productos y promoviendo el dinamismo económico. Esta gran avenida estaba situada a su vez en un sector que representó la ciudad moderna y del progreso. Para finales de la década de los cuarenta este sector se particularizaba por su composición de edificios altos y de lujo como el Cubillos, el Matiz, el edificio del Tiempo, y el edificio de la Caja Colombiana de Ahorros. Este sector vio la transformación de prácticas tradicionales en actividades sofisticadas, facilitadas por la proliferación de bares, cafés, clubes sociales y cines.

Un sistema social así de simple y provinciano, tenía que saltar en pedazos al impacto del progreso. Cuando aparecieron por el aire los primeros edificios de 5 pisos, empezó a derrumbarse realmente, a caer abatida Santa Fe (…) Empezaba evidentemente otra dirección. El cinematógrafo golpeaba y deshacía las nociones tradicionales de la existencia santafereña (Téllez, 1948)

Mientras que las narraciones de Hernando Téllez muestran como este tramo encarnaba la transformación modernizadora de las practicas sociales y la aniquilación del lenguaje de la arquitectura tradicional, las narraciones de Felipe González Toledo muestran como el tramo de Las Aguas estaba caracterizado por el arraigo a las actividades tradicionales. González Toledo describe la calle del Embudo (carrera 2ª entre calles 13 y 14) como un lugar sin tiempo. Describe como el maestro zapatero Forero Pinilla y su familia habitaban la misma casa construida hace 70 años. La casa seguía siendo un taller de zapatería que había atendido la demanda de punteras, tacones, botines de caña de abotonadura y mocasines de coca-colos. De esta manera, mientras el tiempo se hacía presente en las modas de zapatos, éste desaparecía de la casa de los Forero y sus labores diarias. La de Toledo es una buena representación del barrio las Aguas, que en las primeras décadas del siglo XX seguía caracterizándose por la presencia de talleres de manufactura (ej. producción de papel, vidrios, cerveza, sombreros y tejido) que a la vez funcionaban como lugares de habitación.

En este segundo tramo canalizado tardíamente, la avenida fue perdiendo su monumentalidad y sus cualidades se transformaron en las características de la calle. Incluso hoy, los límites de la avenida y los comienzos de la calle son sujeto de incertidumbre. Para algunas personas la Jiménez termina en la Plaza de la Pola, para otras termina en algún punto del parque de los Periodistas, y para otras termina en el hotel Continental. Pero esto no quiere decir sin embargo que la canalización no tuvo una manifestación modernizadora en este tramo. Aquí la ampliación de la calle estuvo ligada a la demolición de casuchas que obstruían anhelados trayectos de embellecimiento.

Los procesos de ampliación de la Avenida Jiménez de Quesada de la carrera cuarta hacia la Quinta de Bolívar, que constituyen una de las obras esenciales del alcalde Mazuera para el embellecimiento de Bogotá con motivo de la conferencia Panamericana, están siendo estorbados por esta casucha colocada en todo el centro de la avenida y que aún no ha sido demolida (Sociedad de Mejoras y Ornato, no. reg. XI-858b)

Otros ejemplos de esta manifestación de la política modernizadora se ven en: la transformación de la Plazuela de la Pola que se usaba como plaza de mercado y se convirtió en una cuadra para el tránsito de vehículos; la cuadra de la carrera 3ª con calle 17 que dejó de recibir lavanderas y se convirtió en un lugar habilitado para el desplazamiento del transeúnte (actual Plaza Jiménez); los dueños de propiedades que trasladaron el frente de sus casas (que daban la espalda al río) a la calle, que ahora representaba una vía higiénica de acceso a la ciudad.  

Un tramo que queda por explorar es el correspondiente al que inicia en la Plaza San Victorino y termina en la intersección con el río San Agustín. Este trayecto corresponde a la curva que tomaba el río desde el puente los Micos (carrera 12 con calle 13), pasando por el occidente del actual barrio Santa Inés y Cartucho, al oriente de la Avenida Caracas y la Plaza de los Mártires. Las condiciones de este sector siempre fueron las de una zona de comercio con flujo permanente de personas y dinero líquido. En particular, la Plaza de los Mártires era, a finales de los cuarenta, el paradero de buses que llegaban y salían de la ciudad. Esta cualidad fomentó la expansión de un conglomerado de servicios de hostería y piquete. Adicionalmente, la circulación de viajeros hizo de la zona un lugar atractivo para el robo y la prostitución.

En su época la calle del Cartucho era una calle de importantes actividades comerciales (…) En los años cincuenta aparecieron los pipos. Luego llegaron las gentes de muchas regiones e invadieron el sector. Había mucha confitería, tiendas y comercio en general. Con el éxodo del campo también llegaron mujeres que se convertían en nocheras (Pineda, 1998)

En este tramo, el efecto de la canalización en términos de la aparición de una avenida amplia y moderna fue nulo. Este trayecto de río nunca se convirtió en avenida. El río fue reemplazado por una calle demasiado estrecha para cumplir con las condiciones de una gran avenida de 22 metro de ancho. La calle terraplenada no llegó a representar una vía de comunicación importante, y las prácticas sociales características de la zona nunca fueron las de orgullo y de mostrar. Esta zona siguió siendo percibida como un espacio marginal, donde la modernización se expresaba fundamentalmente a través del tráfico desordenado de vehículos y personas.

La historia del río culmina entonces en diferentes manifestaciones de la política modernizadora. Una enfocada en una estrategia de comunicación vial, la adopción de nuevas prácticas culturales y la aniquilación de la arquitectura tradicional; otra enfocada en el embellecimiento y saneamiento, y la transformación de prácticas sociales; y una última enfocada en el tráfico desordenado de vehículos y personas. Ésta parece ser entonces una historia clásica de modernización en la que, por su definición misma, la ciudad busca romper todo lazo con el pasado en función del futuro (Berman, 1991). Pero la historia del río también continúa con la calle, o la avenida. Ésta es una misma historia de flujos y corrientes. Flujos de desperdicios, personas y vehículos. Flujos en los que el caminante de la ronda del San Francisco se transforma lentamente en el peatón. Corrientes que impregnan la cotidianeidad y tienen efecto en las practicas sociales. Corrientes que dan un sentido a la vida y cambian su composición, pasando de los olores malolientes a los olores a nafta, asfalto caliente y humeante, y aceite de pintura. Entre estos flujos y corrientes se puede percibir cierta continuidad en la función que alguna vez cumplió un río, y que hoy cumplen la avenida y la calle.


Bibliografía

BERMAN, Marshall, “Brindis por la Modernidad”, en Colombia el Despertar de la Modernidad, Bogotá, 1991

GONZÁLEZ TOLEDO, Felipe, Crónicas Bogotanas, Bogotá, 2008

PINEDA, Blanca Cecilia, “Historias en Sepia y Negro” [1998], en Zambrano, Historia de Bogotá Siglo XX, V. III, Bogotá, 2007

TÉLLEZ, Hernando, “Explicación de la Ciudad”, en Revista Sucesos Colombianos, Bogotá, 1948

TÉLLEZ, Hernando, Libro de Crónicas, 1997

URIBE CELIS, Carlos, Los Años Veinte en Colombia: Ideología y Cultura, Bogotá, 1994

ZAMBRANO PANTOJA, Fabio, Historia de Bogotá Siglo XX. V. III, Bogotá 2007

Fotografía

Fotos Museo de Bogotá