La primera fábrica de papel en Bogotá

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La primera fábrica de papel en Bogotá

Por: jstorres
Publicado el: Febrero 2020
A comienzos del siglo XIX una serie de empresarios quijotescos sacaron adelante la iniciativa.

Por Andrés Olivos Lombana*

En agosto de 1810, en una callejuela de la capital -aún en medio de las convulsiones políticas- encontramos al socorrano Juan Bautista Estévez iniciando por su propia cuenta la fabricación de papel del que entregó 6 pliegos como muestra al gobierno en el mes de enero del año siguiente. “Los pueblos de Bogotá, -nos dice el fabricante en el año 1824 al rememorar esta experiencia- (son) testigos oculares de mis fatigosos ensayos continuados sin auxilio ajeno hasta abril de 1816; recordaría que la mitad de la última resma de las 25 poco más o menos que expedí fue la que compró el impresor Nicomedes Lora para la primera gaceta de Calzada y el indulto de Morillo de 30 de mayo”. (1)

Años más tarde, en junio de 1824, hallamos algunas huellas antecesoras de la fábrica de papel que aparecería en la siguiente década. En este año 1824 dos ingleses radicados en Jamaica, Wellwood Hislop y Ricardo Rennie, solicitan al Congreso de la República de Colombia un privilegio por 21 años para establecer fábricas de papel en Caracas y en Bogotá. Los términos de dicha solicitud fueron publicados en la Gaceta de Colombia No. 151 del domingo 5 de septiembre de 1824. La solicitud hizo su curso en la Cámara de Representantes. Finalmente, el Vicepresidente de la República, general Francisco de Paula Santander, devolvió a la Cámara el expediente con la siguiente nota, la que fue acogida por esa corporación como resolución en el negocio:

“Excelentísimo señor: Tengo el honor de devolver a V.E. el expediente en que los señores Hislop y Rennie solicitan un privilegio exclusivo para establecer una fábrica de papel en la llanura de Bogotá. Esta solicitud parece al gobierno absolutamente contraria a la prosperidad pública, que principalmente se funda en la libertad de comercio y en la que debe tener cada uno de los ciudadanos para dedicarse a cualquier ramo de industria útil. Por otra parte, el establecimiento de fábrica de papel no es una empresa tan difícil que no pueda conseguirse en Colombia sin privilegios exclusivos, única circunstancia que pudiera inclinar el ánimo del Congreso para conceder tal privilegio. En consecuencia, soy de opinión que no es útil ni conveniente el que se acceda a la solicitud de los señores Hislop y Rennie” (2).

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Camino hacia Las Aguas: la zona industrial de Bogotá

Para continuar con nuestras pesquisas tuvimos que esperar hasta el año 1834. Entre tanto recorrimos de oriente a occidente, de sur a norte una ciudad de alrededor de 2 kilómetros cuadrados y aproximadamente con 30.000 habitantes. Andariegos incansables, al fin nos detuvimos en la Calle del Comercio el domingo 11 de mayo de ese año: la edición No. 137 de la Gaceta de la Nueva Granada que circulaba ese día, en su primera página incluía el siguiente titular: “Decreto concediendo privilegios para fabricación de papel”.

Un mes después de la expedición del decreto que concede el privilegio exclusivo, se constituye la compañía para fabricar papel en la Notaría Tercera mediante la escritura No. 380 de 10 de junio de dicho año 1834, firmada por Diego Martín Peralta, Benedicto Domínguez y José Ignacio Márquez.

Y los socios pusieron ¡manos a la obra! A la semana siguiente “compraron al señor José Antonio Mendoza un molino de moler trigo ubicado a espaldas de Las Aguas, con el edificio y terreno que le corresponde, por los linderos por donde siempre se ha poseído y con los enseres y herramientas siguientes:

“...la máquina montada con sus piedras y fierros necesarios y sus canales nuevos por donde se conduce el agua, una sierra nueva muy buena, un pico y una picadera nueva, una romana nueva, un asador y una pala nuevos, las trozas, tolvas, puentes de madera, cucharas, pala de madera, que todo es anexo a dicho molino...” (3)

Poco después los socios encargan al señor José Santos León la adaptación del molino para la fabricación de papel.

Ha llegado el momento de dirigirnos hacia el antiguo convento e Iglesia de Nuestra Señora de Las Aguas, sobre las primeras estribaciones del cerro de Guadalupe, a la margen izquierda del Río San Francisco que mediante profundo tajo lo separa del cerro de Monserrate en el punto del Boquerón, cerca de la Quinta de Bolívar. En este sector se ubicaban la fábrica de velas y jabones, la fábrica de tejidos y la fábrica de papel.

“Las tres fábricas, que pasaron en parte a formar lo que hoy es la Universidad de Los Andes, fueron quintas de habitación y recreo, y antes molinos, y se extendían de arriba abajo desde el Boquerón, próximo a la Quinta de Bolívar, sobre el Camino del Agua Nueva, hoy Paseo Bolívar; molinos y fábricas operados por el agua de una acequia construida especialmente a cuya vera se formó una calle.

La mini-hoya hidrográfica de esta zona comprende de norte a sur el río de San Francisco y los pequeños arroyos, que llamamos quebradas, del hoyo del Venado, de Guadalupe y de San Bruno, que todos desembocan en el río; y también el cauce artificial destinado a mover los molinos, derivado de la toma del Agua Nueva” (4). Por esto en dicho sector se concentrarán los molinos de la ciudad. Por entonces los molinos que se empleaban en el país eran hidráulicos, y qué mejor que aprovechar la caída de agua del San Francisco y de sus afluentes.

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Pero ya es tiempo de ingresar a la fábrica guiados por el Coronel de artillería Joaquín Acosta, quien, cumpliendo una inspección comisionada por el Gobierno, la visitó el 17 de octubre de 1836, en compañía del señor Raimundo Santamaría:

“Hemos visto el edificio en que se halla la manufactura -dice el coronel- construido en muy buena situación y con la capacidad más que suficiente para todas las operaciones que demanda esta industria. Las máquinas necesarias para despedazar el trapo y reducirlo a papilla están igualmente montadas. Hay agua suficiente, y la rueda hidráulica comunica el movimiento necesario, aún para un segundo molino que debe montarse. Lo único que faltan son las prensas que, aunque suplidas por una fabricada en esta ciudad, son indispensables para que el papel salga de buena calidad. Tenemos noticia segura que están las prensas extranjeras en camino viniendo de Cartagena a esta ciudad.  El papel en que escribo esta comunicación es del que se ha fabricado en la manufactura de Bogotá, y del que hemos visto una resma preparada, y presenciado hacer algunos pliegos. No hay la menor duda de que esta fábrica no provea al público de papel regular, si continúa trabajándose activamente” (5).

Pero los primeros años de vida de la fábrica no debieron estar exentos de dificultades, según se puede deducir de la nota publicada el 18 de noviembre de 1838 en el periódico El Argos:

“La fábrica de papel, después de haber sufrido muchas dificultades y contratiempos, debe comenzar de nuevo sus trabajos en estos días. Según se nos ha informado las máquinas están bien construidas; hay operarios extranjeros que parecen inteligentes, y un acopio considerable de materiales. Todo anuncia que en breve tendremos papel abundante fabricado en nuestro país”.

Y la nota anterior resultó felizmente premonitoria. Poco menos de dos meses después, el mismo periódico en su primera página presenta la gran noticia a los capitalinos: “Papel bogotano” (...) Hoy tenemos la satisfacción de presentar a nuestros lectores este número de El Argos impreso en papel hecho en la fábrica de Bogotá. (...) El edificio de la fábrica es hermoso y capaz; y tan cómodamente situado, que puede decirse que está dentro de las calles de la ciudad. Las máquinas y aparatos son sólidos y perfectos. La parte de hierro de ellos ha sido traída de los Estados Unidos, y la parte de madera y otros materiales, ha sido trabajada aquí por un inteligente hijo del país, el señor Antonio Rodríguez. Actualmente trabajan en la fábrica dos obreros franceses y los demás individuos empleados en las varias operaciones y manipulaciones de la fabricación del papel, son todos granadinos” (6).

En este año la empresa estaba dividida en 25 acciones de las cuales Benedicto Domínguez tenía 11 y José Ignacio París 10.  En 1840 Domínguez vende sus acciones a un señor Antonio Malo. Años después París compra la totalidad de las acciones.

A mediados de la década del cuarenta la fábrica publica en la prensa bogotana un curioso y revelador aviso que dice lo siguiente: “En la fábrica de papel que existe en esta ciudad se compran de contado y a precios cómodos los artículos siguientes:

Toda clase de trapo que no contenga lana ni seda y que se ponga en la fábrica limpio y seco. El precio será según la calidad desde tres hasta siete reales arroba, advirtiendo: que, aunque es mejor y se pagará al mayor precio de los indicados el de lino, se recibe de algodón todo el que lleven. El color blanco es preferible a los demás, pero se recibe trapo también de otros colores.

Palo de linaza reducido a hebras bien limpias.

Bejuco de ají, el que comúnmente se emplea para amarrar bultos; bien majado, hasta reducirlo a hebras limpias.

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Vástago de plátano reducido a hebras secas, limpias y blancas. La operación de reducirlo a hebras se facilita en un trapiche, y la de blanquearlo con el sol y el sereno en poco tiempo.

Las hojas blancas que cubren la mazorca del maíz, por cargas.

Pencas de fique y de pita, o mutua, en la misma condición que se indica para el vástago de plátano, y sin la parte verde de la penca.

Recortes de cuero de res, de oveja, de cabra y de conejo, seco y sin pelo.

En esta provincia y en las más cercanas a ellas como son Tunja, Mariquita, Vélez, Socorro y Neiva hay notable abundancia de los objetos indicados, siendo muchos de ellos producciones silvestres; y desde tales distancias pueden conducirse fácilmente a esta ciudad.

En el beneficio de muchas de estas materias puede emplearse la clase desvalida y necesitada con seguro provecho; y a la vez que con el desarrollo de este nuevo ramo de industria se sostendrá una empresa útil bajo todos respectos, principalmente porque pone en acción muchos brazos que no son a propósito para otros oficios”.

Al finalizar esta misma década, el 16 de septiembre de 1848 aparece un aviso en el periódico El Neogranadino bajo el ambiguo y confuso título de “Espantosa catástrofe”. El texto del aviso dice así: “La fábrica de papel de Bogotá ha puesto un depósito de sus productos para vender en la calle de los plateros, primera tienda a mano izquierda entrando por la calle del comercio. En consecuencia, los fabricantes se ven en la dolorosa necesidad de deshacerse de sus queridos productos así:

Papel de primera a 20 reales resma

Papel de segunda a 16 reales

Papel de tercera a 14 reales resma.

Y también se rebaja un infinito por ciento a los compradores al mayor. Vean, y aprendan a echar la casa por la ventana”.

Aquí cabe la duda: no se sabe si la redacción del título de este aviso obedece a una estrategia publicitaria, o si en verdad está anunciando la espantosa catástrofe de la fábrica. Lo que sí es cierto es que en 1848 los herederos del único propietario, José Ignacio París, fallecido el 31 de octubre de este año “venden a Luis Convers un establecimiento o fábrica de papel consistente en una casa alta y baja, un solarcito y un pedazo de tierra anexo, con todos los útiles y existencias como papel fabricado, cartones y productos químicos. También entró en la venta el privilegio exclusivo que la nación dio a la fábrica de producir papel y el derecho del agua de que disfruta la casa...(...) Luis Convers  estableció en la fábrica un molino de moler trigo, y, con todo lo que había comprado a la sucesión de José Ignacio París, lo vendió a Camilo Sarmiento en el año de 1852”, pasando luego a propiedad de su hermano Joaquín quien finalmente vendió en el año de 1869  “... el antiguo edificio de calicanto que fue fábrica de papel y hoy convertido en molino de trigo...” (7).

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No hemos podido precisar aún la fecha exacta de cierre de la fabrica, pero visto lo anterior pudo situarse en los años 1852 o 1853. Esto puede corroborarse además por la observación en el terreno que realizó el viajero y profesor de química e historia natural Isaac Holton, quien estuvo en Bogotá a finales de 1852 o comienzos de 1853: “Las fábricas de algodón, de papel, de quina y la fundición -afirma Holton-  han fracasado todas (...) Aún hoy se ven tantos trapos a la orilla del río San Francisco, que este parece una mina de harapos” (8).

1. “Una polémica a propósito de industrialización y proteccionismo (1824-1826)”, en Boletín Histórico de la Fundación John Boulton, No. 1, Caracas, diciembre de 1962, p. 44.

2. Citado por Tarcisio Higuera en La imprenta en Colombia, Bogotá, 1970, p. 266.

3. Juan Carrasquilla Botero. “La sede de la Universidad de los Andes”, en Historia Crítica, enero-julio, 1991, p. 84.

4. Ídem, pp. 78 y 79

5. Gaceta de la Nueva Granada, No. 135, domingo 23 de octubre de 1836

6. El Argos, No. 60, Bogotá, 13 de enero de 1839.

7.  Juan Carrasquilla Botero; ob. cit,p. 85 y 86

8. Holton, Isaac. La Nueva Granada: veinte meses en los Andes. Publicaciones del Banco de la República, Bogotá, 1981, pp. 284-285.


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             Historiador y miembro de la Academia de Historia de Bogotá