¿Cómo se construyo el discurso de 'Higiene' en Bogotá?

¿Cómo se construyó el discurso de 'Higiene' en Bogotá?

EN BÚSQUEDA DE UNA CIUDAD MODERNA

De la mano del higienismo es que se construyen en la ciudad los primeros acueductos modernos durante la primera mitad del siglo XX (Egipto, Vitelma y Chingaza), replanteando la  vieja ciudad industrial de Cualla a la cual se le incluyeron los grandes proyectos obreros de la ciudad (Modelo Norte, Restrepo - Luna Park, Olaya Herrera, Santander y Centenario) y la intervención del insalubre Paseo Bolívar y las urbanizaciones informales para dar vida a los primeros parques públicos con amplias zonas verdes de la ciudad. A su vez, el auge del funcionalismo arquitectónico a principios del siglo XX coincide con un momento en donde la infraestructura industrial y urbana de la ciudad estaba cada vez más consolidada mientras los índices de crecimiento poblacional se duplicaban cada decenio, elevando las alarmas sobre las epidemias que podrían desencadenar el hacinamiento que sufrían las clases trabajadoras de la ciudad que todavía se hallaban viviendo en suelos de tierra, sin acceso a agua potable y en edificaciones inestables.

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Acueducto de Vitelma (1938)- Fondo fotográfico de Sady González - Archivo de Bogotá

Embalse Chisacá (1949) Fondo fotográfico de Sady González - Archivo de Bogotá- 

Las obras hidráulicas (alcantarillados, puentes, canales y acueductos) modernas fueron una de las principales preocupaciones de la municipalidad hasta los años setenta del siglo XX con la finalización de la Represa de Chingaza (1969-1973). El objetivo de estas obras, como la primera planta de tratamiento de aguas Vitelma, era modernizar el sistema de distribución de aguas de la ciudad, sustituyendo los abrevaderos y las tradicionales pilas públicas por una red de tuberías encargadas de llevar agua potable a cada edificación y canalizar las aguas residuales. Por otro lado, la planeación de un sistema de acueducto y alcantarillado para la ciudad fue producto de las drásticas condiciones ambientales que tenía Bogotá durante los años treinta y cuarenta del siglo XX, en donde el clima se debatía entre las intensas oleadas de calor y los torrenciales aguaceros que siguen caracterizando hoy en día a la ciudad.

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De esta manera, entra en vigor el urbanismo en la ciudad tras la llegada de tres importantes figuras, Gaston Lelarge, Leopoldo Rother y Karl Bruner, tres europeos que llegaron a Bogotá durante la primera mitad del siglo XX para emprender tres proyectos concretos: la modernización de los paradigmas que regían las Sociedades de Ornato y el departamento de Obras Públicas e Higiene; la materialización del urbanismo y la instauración de nuevos paradigmas como el funcionalismo arquitectónico con la construcción de la Ciudad Universitaria y la modernización de las sedes administrativas del Estado; y la instauración de una infraestructura urbana para Bogotá (barrios obreros, parques, complejos comerciales) basada en los principios de la arquitectura moderna y el urbanismo.

Plaza de Mercado de Las Nieves (1948). Fondo fotográfico de Sady González - Archivo de Bogotá. 

Embotelladora de Leche en Bogotá (1949). Fondo  fotográfico de Sady González – Archivo de Bogotá. 

El manejo de alimentos, especialmente de la leche y los cárnicos, y los cadáveres fueron dos de los principales aspectos que empezaron a regularse a partir del auge del higienismo en el siglo XIX. A pesar de fue posible controlar la proliferación de enfermedades contagiosas de manera efectiva a medida que avanzaba el siglo XX, las condiciones sociales y culturales de la mayoría de la población bogotana de mediados de siglo no permitían acceder con facilidad a estos servicios, llegando a ser considerados un lujo para muchos.  

Los resultados del funcionalismo de Rother y Brunner dieron cabida a las primeras intervenciones higienistas de gran impacto en la ciudad, dentro de las cuáles se destaca indudablemente el año de 1938: fecha en la cual se celebró el IV Centenario de la fundación de Bogotá, y a su vez, se inauguraron numerosas Obras Públicas como la Media Torta, la mencionada Ciudad Universitaria, el Park Way, la canalización del río San Francisco, además de la polémica intervención que dio fin al Paseo Bolívar, un importante sector marginado ubicado en el piedemonte de los Cerros orientales que se caracterizó por la urbanización informal y las construcciones improvisadas hechas por obreros y campesinos de finales del siglo XIX.

Acuerdo No. 12 (1935) Sobre la celebración del IV Centenario de la fundación de Bogotá. Fondo  Concejo de Bogotá – Archivo de Bogotá

Entre 1935 y 1938 la ciudad emprendió todo un paquete de estrategias jurídicas y de Obras Públicas orientadas a modernizar la ciudad, y sobre todo, controlar lo que para ese entonces eran considerados los focos de insalubridad como el famoso Paseo Bolívar o los improvisados cementerios de pobres ubicados en las periferias urbanas. De esta manera, a través de la celebración de fechas conmemorativas como el primer Centenario de la Independencia en 1910 o el IV Centenario de fundación de la ciudad se inaugura una interesante estrategia utilizada por las autoridades municipales  para fomentar las “modernas” prácticas de higiene y urbanismo mientras se generaban  lazos de interacción y vinculación laboral con la población mediante la realización de obras como estas que comprometían gran cantidad de trabajadores y nuevas oportunidades de formalizar la clase trabajadora y sus condiciones de vida.

La asistencia social y el aseo como problema público

Si bien desde finales del siglo XIX se venía adelantando un proceso de institucionalización de la Higiene que se cristaliza con  la creación de la Junta de Higiene de 1887 y el establecimiento de una financiación determinada para la Beneficencia y las Obras Públicas desde 1863; el cambio que toman estas funciones administrativas durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla (1953 - 1957) y la creación del Distrito Especial de Bogotá (1954 - 1993) supuso centralizar dichas obligaciones en las autoridades de la ciudad como responsables directos del aseo público, y la manutención y construcción de una infraestructura pública destinada para todos los ciudadanos. De esta manera, se buscaba dejar a un lado la profunda dependencia que seguían teniendo estas funciones administrativas de actores y prácticas sociales que ayudaban a mitigar las problemáticas ambientales relacionadas con la higiene, la desigualdad social y la mendicidad, pero sin un cambio estructural de fondo.

Vivienda chircalera en los cerros orientales (1968). Fondo  Jorge Silva – Archivo de Bogotá.

El crecimiento urbano de Bogotá impulsó la migración de campesinos y trabajadores que buscaban en la ciudad una oportunidad frente a la violencia política que vivía el país durante todo el siglo XX. De esta manera, aparecieron numerosos chircales, lugares de extracción y elaboración de ladrillos emplazados por familias campesinas que se ubicaban en el piedemonte de los cerros orientales para aprovechar la presencia de capas arcillosas en los suelos de la capital y la cercanía con los cuerpos de agua ubicados en las aparte altas de la ciudad.

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Luego, es a partir de 1954 que lentamente se empiezan a separar dos áreas que se encontraban entrelazadas hasta el momento: la Beneficencia entendida esta vez como Asistencia Social; y el Aseo Público entendido como el manejo de los residuos de toda la ciudad. Por otro lado, la participación de órdenes religiosas, filántropos adinerados y donantes en los proyectos de Beneficencia continuaron de manera notable; no obstante, empezaron a ser gestionados de manera gradual por entidades como el ICBF, creada en 1968 para atender primigeniamente los casos de infantes con paternidad no reconocida y después para todos los aspectos referentes a las dinámicas de sociabilidad entre Familia e Infancia.

'Gamines' o habitantes de calle en El Cartucho (1968). Fondo  Jorge Silva – Archivo de Bogotá.

El antiguo barrio Santa Inés, ubicado a escazas cuadras de los sectores comerciales de San Victorino y Plaza España, fue uno de los sectores del centro histórico que se vio afectado por la expansión de los barrios residenciales y proyectos comerciales hacia el norte de la ciudad; ya que después de los sucesos del Bogotazo y las obras para la ampliación de la Avenida Carrera 10ª empezó a quedar en el olvido, transformando su enigmática Calle del Cartucho en una zona amplia centrada en el expendio de drogas, la ocupación de habitantes de calle y la generación de unas dinámicas de insalubridad muy particulares.

De igual forma, entidades como la Empresa Distrital de Servicios Públicos (EDIS), creada en 1958, supuso la reorientación de las funciones que tenía la entonces la Sociedad de Mejoras y Ornato y la Dirección de Aseo de la Secretaría de Higiene Distrital para centralizar el problema del aseo público en una sola entidad que se encargará de los cementerios, el aseo de las calles y manejo de residuos de la ciudad; separando así, la estrecha relación que tenía esta área de las Obras Públicas y Beneficencia. A su vez, la ciudad de la segunda mitad del siglo XX obedecía a una Bogotá en donde su población empezaba a crecer de manera exponencial, marcando como principales hitos las décadas de los años setenta y ochenta como principales eras de crecimiento urbano y poblacional. Es allí cuando nacen entidades como el IDIPRON que desde 1972 se han encargado de intervenir la población de jóvenes y niños en condición de vulnerabilidad, además de incentivar la creación de espacios para preservar el Aseo Público como baños públicos, hospicios y asilos para menores de edad.

Podría decirse que la la Higiene es un problema moderno que toma importancia a raíz del crecimiento poblacional causado por la industrialización de los siglos XIX y XX. No obstante, el empleo de prácticas específicas usadas para conservar la salud en el cuerpo a partir de la limpieza – o profilaxis en términos científicos – es una cuestión histórica que ha tenido sus particularidades en cada momento histórico a medida que van cambiando las sociedades, la noción del cuerpo y con ello los desarrollos técnicos, tecnológicos y científicos.

LA HIGIENE EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA

Tanto griegos y romanos produjeron innumerables edificaciones, políticas y hasta teorías sobre el cuidado del cuerpo y la importancia de la Higiene, una práctica que deriva su significado del culto al cuerpo realizado a Hígia (Υγεία): diosa griega de la curación, que a su vez representaba la medicina femenina en complementación a su padre, Asclepios (Ἀσκληπιός), dios de la medicina y la salud. A pesar de que ambos fueron parte de los cultos de la Grecia arcaica (s. VIII – V a.C.), su trascendencia pasó a través de los siglos consolidando el simbolismo de las tradiciones médicas euroasiáticas hacia todo el mundo. Es de esta manera que la famosa copa de Hígia con la serpiente de la sabiduría de su padre representan comúnmente la salud y la higiene.

 

 

Copa de Hígia – Símbolo universal de los conocimientos médicos, y especialmente de la farmacéutica.

Si bien, los griegos produjeron muchas más discusiones sobre la higiene de lo que la practicaron, durante la Roma republicana (509 – 27 a.C.) y el Alto imperio (27 a.C. – II d.C.)  el baño fue obligatorio entre todos los ciudadanos, quienes asistían a las termas o baños públicos por un pequeño precio. Por otro lado, emperadores como Caracalla (211-217) ordenaron construir lujosas instalaciones privadas que dan cuenta de la importancia de los baños, pues los yacimientos arqueológicos de las termas encontradas en Roma contemplan un área de 600 metros de longitud,  en donde al parecer había gimnasios, saunas, baños fríos y vestuarios.

LA IMPORTANCIA DEL BAÑO EN EL PASADO PREHISPÁNICO Y LA HIGIENE HIPOCRÁTICA DE LOS CONQUISTADORES.

Uno de los principales aspectos que llamo la atención de los conquistadores y evangelizadores llegados de la Península Ibérica fue el extraño cuidado del cuerpo que tenían los “indios” en los territorios americanos. Además de las perforaciones, la pintura corporal, el uso de orejeras y punzones en el rostro, los nativos americanos tenían una profunda fijación por el baño como un momento muy importante del día. De hecho, uno de los aspectos que primero se modelo de las costumbres de los nativos americanos en los procesos de evangelización fue la desnudez, los baños grupales y la erradicación de los “cultos” dedicados a lagos, ríos, lagunas y saltos de agua considerados sagrados.

Por otro lado, desde la instauración de la monarquía hispánica en América, uno de los principales aspectos que tuvieron en cuenta los colonizadores peninsulares fue el establecimiento de un ramo de aseo en cada uno de los cabildos; esto para mitigar las mortíferas epidemias de viruela, tifo, malaria y sarampión que diezmaron la población americana hasta mediados del siglo XX. No obstante, la concepción médica de los científicos de la época obedecía al principio de los humores de la medicina hipocrática: una antigua tradición basada en los tratados dejados por el médico de la Grecia clásica, Hipócrates (460 – 370 a.C.). En esta se creía que lo cuerpos debían guardar su “temperamento” para mantener un equilibrio entre los humores, por lo tanto los baños excesivos podían alterar el estado natural de la temperatura y la humedad de los cuerpos al igual que la exposición excesiva al sol.

No obstante, después de la llamada Guerra de Sucesión (1701 – 1714) y el ascenso de los Borbones en la monarquía española, uno de los principales aspectos a reformar durante los reinados de Felipe V (1700 - 1746) y Carlos III (1859 - 1788) fueron las toscas costumbres de higiene que separaban el proyecto de sociedad federalista de los Austrias españoles frente al triunfante refinamiento absolutista de los Borbón. De esta manera, parte de las reformas borbónicas consideraron la fundación de las Reales Academias de Medicina, la aparición de los padrones de población para el sondeo de los súbditos del rey, y especialmente de los locos y asilados que ya eran objeto de controles sociales. Luego, sumados en la idea de los monarcas ilustrados, el espíritu de innovación de los borbones financió proyectos como la Real Expedición Botánica y la creación de cartillas médicas para la prevención de la viruela mediante el uso de las primeras vacunas particularmente.

 

Retrato de José Celestino Mutis (1801) – por Pablo Antonio García Del Campo  -

Colección de Arte del Banco de La República

Al Mutis le debemos uno de las primeras intervenciones de carácter higienista que caracterizó a las Reformas Borbónicas, el tratamiento de la viruela en la ciudad de Santafé a partir de vacunas y baños de sales. No obstante, lo que más sorprendería a Mutis de la capital neogranadina no serían las reiteradas epidemias de viruela de 1782, 1783, 1785 y 1801; sino las  pésimas condiciones ambientales y de diseño que para él hacían de la ciudad un cúmulo de miasmas debido a  los vientos de la ciudad, el hacinamiento de cadáveres y el mal manejo de los locos y menesterosos en el Hospital de San Juan de Dios y la ciudad.

LAS REFORMAS BORBÓNICAS Y LOS EFECTOS SOBRE LA HIGIENE

La fijación borbónica por la higiene tenía un trasfondo que se debatía entre el auge de la ciencia durante el “siglo de las luces” y el racismo  y la sociedad estamental que caracterizó el Antiguo Régimen. La noción de higiene de esta época y del siglo seguían basándose en la “limpieza de sangre”: un mecanismo de discriminación racial empleado por la Iglesia católica en Europa y América, y en Castilla por Isabel I, La Católica, para asegurar el control sobre la población no cristiana (judía, protestante, musulmana, nativa americana, gitana y negra) que era considerada “sucia” por nacimiento. De esta manera, todo tipo de comportamiento o relación que se mantuviera con algún tipo de “sangre sucia” debía ser eliminado o “purgado” mediante la conversión al cristianismo y la realización de un oficio o labor para la Corona o la nobleza.

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Método General para curar las viruelas (1782)

 – Imprenta Real de Dona Antonio Espinosa de Los Monteros –

Biblioteca Nacional de Colombia.

La impresión de los manuales para la curación de la viruela fue una de las principales estrategias de los Borbones para agilizar el control de esta terrible enfermedad, que costaba la vida de innumerables personas hasta bien entrado el siglo XIX. A su vez, la promoción de la vacuna contra la viruela durante todo este siglo marcó una lucha contra esta enfermedad e instauró una práctica que es obligatoria dentro de las normativas actuales: la vacunación de los infantes y personas mayores para la prevención de enfermedades infecto-contagiosas.

Tanto el Rey como las familias nobles eran a su vez producto de los estamentos e instituciones de la sociedad del Antiguo Régimen, ya que desde la justificación de la “pureza de sangre” de ciertas familias  fue posible sostener la tenencia de tierras y el dominio del trabajo servil, además del ejercicio de “profesiones nobles” (derecho, teología, contaduría, escribanía) frente a la imposibilidad de los “dones” y “doñas” para realizar prácticas que comprometieran el esfuerzo físico o algún tipo de exposición a condiciones de trabajo extenuantes, a excepción de la caza deportiva y los juegos al aire libre. A propósito de la “limpieza de sangre” y sus efectos en la consideración de la Higiene durante el Antiguo Régimen, también existieron métodos propios de los hidalgos – nobles sin título - enriquecidos en América o algunos miembros de familias de “sangre sucia” para obtener los títulos nobiliarios y cartas de limpieza de sangre, pues desde 1801 fue posible comprarlos mediante sumas de dinero o méritos establecidos por las autoridades virreinales, el Concejo de Indias y el rey en las famosas “Gracias al Sacar”. 

Retrato de José Miguel Lozano de Peralta, marqués de San Jorge (1775) por Joaquín Gutiérrez – Museo de Arte Colonial.

El Señor Don Jorge Miguel Lozano de Peralta, y Varaes, Maldonado de Mendoza, y Olaya, Ilustrísimo Marqués de San Jorge de Bogotá. Octavo poseedor del mayorasgo de este nombre. Ha servido los empleos de Sargento Mayor Alferes Real y otros varios de República en esta corte de Santafé, su Patria.” A pesar de ser reconocido como el único noble en la ciudad de Santafé, el marqués de San Jorge obtuvo su título nobiliario como parte de una petición al Concejo de Indias en 1767 que fue aprobada por orden del rey Carlos III; quién autorizaría al virrey Messía de la Cerda para que se le otorgara el título de marqués como mérito a sus trabajos realizados para el reino.

Por otro lado, dentro de las Crónicas indianas y los Padrones de Población realizados en el siglo XVIII, uno de los principales aspectos que se tiene en cuenta sobre la población colonial es la gran cantidad oficios relacionados con la limpieza desempeñados por “indias” o “negras”, quiénes en su mayoría suelen ser lavanderas que aparecen retratadas en las narraciones de conquistadores o en las tablas de conteo de la población que inspiraron nuestros actuales censos de población. Es de esta manera, que durante la Colonia se originan dos aspectos concretos de la higiene que tomarán nuevos rumbos durante los siglos XIX y XX: el primero, sobre la estrecha relación entre la higiene y la política al considerar que durante esta época y todo el siglo XIX, la sociedad era concebida como un cuerpo que debía mantenerse limpio de todo aquello que significara “suciedad”; y segundo, por la contradictoria idea que permanece desde aquellos tiempos en donde los oficios vinculados a la limpieza debían ser realizados por personas “sucias” para poder “limpiar” su linaje aprendiendo a serlo mediante el servicio a otros.

El Higienismo en su máximo explendor

Los dilemas del Estado moderno, la inestabilidad económica y la apertura de la ciudadanía no fueron las únicas batallas que se tuvieron que librarse a nivel público en los distintos regímenes republicanos del siglo XIX. Durante todo este siglo Bogotá no fue una ciudad reconocida por la higiene de su gente, sino por el contrario, por el hedor de sus calles lodosas en donde era común encontrar el fango mezclado con los excrementos de animales y personas vendiendo alimentos sin ningún tipo de problema. Luego, es desde mediados del siglo XIX, después de los grandes terremotos de 1826 y 1827, además de las numerosas epidemias de viruela y tifo, que se empezaron a implementar las primeras políticas públicas para  institucionalizar ciertas medidas de higiene básica en el manejo de aguas, cadáveres y enfermos contagiosos principalmente.

EL SIGLO DEL HIGIENISMO

Hasta bien entrado el siglo XIX, el sistema de aseo de la ciudad seguía basándose en la escorrentía, una estrategia colonial que consistía en aprovechar la inclinación de las calles para dejar fluir los desperdicios con el paso del agua lluvia. En los días secos, se arrastraba un madero tirado de bueyes o algún animal de tracción para raspar las capas de materia fecal y mugre que eran arrojados por las ventanas y balcones antes de gritar “¡Agua Va!”. Es de esta manera, que durante la primera mitad del siglo XIX se construye el Cementerio Público, o actual Cementerio Central, como una estrategia higienista impulsada por Francisco de Paula Santander para acabar con la costumbre cristiana de enterrar los muertos en las Iglesias y dar solución al problema de hacinamiento de cadáveres presente en los antiguos cementerios del Hospital San Juan de Dios y La Pepita. Si bien, para la época se mantuvo una férrea oposición a la práctica moderna de ser enterrado fuera de las parroquias en un campo dispuesto para todos sin importar su credo o forma de muerte fue un dilema que tuvo que sufrir la doble exhumación del cadáver de Santander y la creación de un improvisado cementerio de suicidas en La Peña, además de otros hechos por las personas que no podía cubrir con los gastos en el cementerio público.

Calle del Camarín del Carmen (1968) – Fondo Jorge Silva – Archivo de Bogotá.

La Calle del Camarín del Carmen, actual calle 9ª, al igual que el famoso Callejón del Embudo, ubicado en la tradicional plazoleta del Chorro de Quevedo, son un ejemplo el uso de la escorrentía como mecanismo de aseo.

“Medicina Homeopática” por José Peregrino Sanmiguel EN El 20 de Julio (25/06/1865; No. 8; P. 1) – Archivo de Bogotá.

“El primero que abrió un curso de anatomía i cirujía en Bogotá, i una escuela de niños que  sirvió de modelo a los colegios de don Juan de Dios Haro, fué el doctor Pedro Pablo Broc  francés. (…) El primero que desde el año de 1837 abrió una consulta y dispensatorio  homeopático en Bogotá, fue uno de los discípulos del doctor Pedro Pablo Broc, señor Víctor  Sanmiguel, i (…) El primero que ha montado una farmacia homeopática i dispensatorio  público a favor de los enfermos pobres, es el (….) doctor José Peregrino Sanmiguel (…)”

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No obstante, el legado de los escritos de Mutis sobre la viruela y los humores en Bogotá, además de la llegada de la medicina homeopática a la capital permitió que los intelectuales higienistas del siglo XIX emprendieran un proceso de institucionalización de la Higiene de manera lenta, pero efectiva. A su vez, las elites decimonónicas siempre apoyaron los proyectos de higienización que comprometían la modernización de las plazas de mercado, los mataderos y las plazas públicas mediante la creación de juntas municipales y sociedades de Obras Públicas, Plazas de Mercado y Ornato e Higiene. Por otro lado, la homeopatía en sí, declaraba las condiciones ambientales y de higiene como aspectos cruciales para la buena salud de las personas y el “cuerpo social”.

Es de esta manera, que gran parte de las políticas de esta época empezaron a impulsar leyes que castigaban el vertimiento de basuras en cuerpos de agua y lugares públicos, además de la tenencia de enfermos de viruela y lepra en las viviendas; llegando a forjar así las tres áreas básicas que permitieron una institucionalización de la Higiene: la beneficencia, orientada a partir de la caridad y la vinculación de las órdenes religiosas para el cuidado de huérfanos, locos, menesterosos o vagabundos en asilos financiados por la Municipalidad; las obras públicas, coordinadas por una secretaria y juntas homónimas que desde finales del siglo XIX se encargaban de la proyección, selección y aprobación de proyectos ingenieriles para la modernización de la infraestructura y el establecimiento de servicios básicos de transporte (vías y medios de comunicación), alimentación (plazas de mercado), y aguas (canales, tuberías, acueductos modernos)en la ciudad; y finalmente, el ornato o el conjunto de normas estéticas que rigen los parámetros de diseño urbano y paisajístico de la ciudad, que a pesar de entrar fuertemente en desuso, para la época significaban un aspecto sumamente importante pues en él se materializaban las normas de urbanidad y las estéticas predominantes (neoclásico, modernismo y funcionalismo) de la sociedad de aquel entonces.

Inauguración del Abrevadero de la Avenida Colón – actual Avenida Jiménez - (1910) – Fondo  Urna Centenaria – Archivo de Bogotá

Los abrevaderos y pilas públicas fueron la primera alternativa moderna empleada durante el siglo XIX y comienzos del XX  para asegurar las aguas destinadas para el consumo humano y de animales separada de las aguas residuales. Antes de la primera mitad del siglo XIX, los chorros de agua mantenían la misma función; convirtiéndose en importantes lugares de socialización para los sectores populares y los aguateros, personas encargadas de llevar el agua desde distintos puntos como el chorro de Padilla, el de Quevedo o el famoso Mono de la Pila hacia los lugares más apartados de los puntos de expendio de agua de la Bogotá de aquel entonces.

Sin duda alguna, el mayor higienista del siglo XIX en la capital fue Higinio Cualla (1841 - 1927), quién sería alcalde entre 1884 y 1900, convirtiéndose en el más duradero de la ciudad y el más apoyado por las elites locales, debido a su cercanía con figuras del regeneracionismo como Miguel Antonio Caro (1843 - 1909) y su primo Rafael Nuñez (1892 - 1898) – intelectuales muy cercanos al positivismo, la homeopatía y el conservadurismo político. A Cualla le debemos toda la ciudad industrial de finales del siglo XIX y la intensión de transformar lentamente el paisaje de Bogotá a partir de la modernización de tres espacios concretos en la capital: los de manejo y distribución de productos alimentarios, por lo cual se destacan las obras en la plaza de mercado y el matadero de Nuestra Señora de la Concepción; los referentes al sistema de servicios públicos de transporte, acueducto, alcantarillado, telecomunicaciones y electricidad, establecidos en la ciudad mediante contratos a firmas y personas privadas; y los de carácter público como plazas, parques y sedes de instituciones que empezaron a modernizarse con la presencia de una fuerte estética neoclásica vinculada al nacionalismo que caracterizó a todo este siglo.

Si bien, para muchos el higienismo o la intensión política de entender la sociedad como un cuerpo que debe ser tratado mediante la política está profundamente anclada en fundamentos racistas y en políticas basadas en la segregación de la población que se encuentra en situaciones de vulnerabilidad; no se puede negar que como proyecto político y planes de intervención social marcó cambios notables en la forma como vivimos hoy, logrando hallar una solución a las mortíferas epidemias de tuberculosis, viruela, sarampión y tifo que azotaban a las masas de población y tenían un lugar especial dentro de las las políticas, la prensa, la literatura, las artes y todas las expresiones culturales de la época.

“Resolución sobre la cual se dictan varias procedencias sobre salubridad pública.” EN Registro Municipal (15/03/1875; No. 13, P. 52) - Archivo de Bogotá

“(…)Los infrascritos, miembros de la Junta de Sanidad de esta ciudad, en cumplimiento de sus deberes i en uso de las atribuciones que le confiere la lei, resuelven, 1º Establecer una casa hospital, destinada exclusivamente a la asistencia i curación de los enfermos atacados del sarampión, que reúna las condiciones convenientes para este objeto; (…) 2º Procurar por todos los medios posibles , i hasta donde las leyes i las circunstancias pecuniarias del distrito lo permitan el aseo de las calles i casa de la ciudad; (…) 3º Aislar completamente por medio de paredes todos los muladares i lugares donde se arrojan inmundicias (…); 4º Hacer retirar del centro de la ciudad los establecimientos en los cuáles haya materias orgánicas en putrefacción o fermentación (..); 8º Establecer en la ciudad hasta cuatro oficinas de vacunación, distribuidas convenientemente por el Jefe municipal (…).” publicado por los miembros de la Junta de Sanidad M. Plata Azuero, Antonio Ospina, Juan de Dios Riomalo, Ángel Chávez y Evaristo García.

“Comisión de la Casa de Refujio” EN El Constitucional de Cundinamarca (10/10/1841); No. 10; PP. 2 – 3 – Archivo de Bogotá.

“(…) Los edificios construidos con la mejor solidez, comodidad y decencia posible no dan lugar a reparo alguno. Los departamentos de hombres y mujeres, están perfectamente incomunicados, sin que los reclusos puedan burlar la inspección y la vigilancia de sus respectivos mayordomos. (…) Los expósitos se hallan con sus amas de leche necesarias para su alimento y cuidado (…). Las máquinas de hilar, tejer y otras, se hallan corrientes, siendo los tejidos y demás obras que allí se hacen, bastante regulares. (…) En los talleres de sastrería, carpintería y zapatería se encuentran algunos jóvenes mui aplicados al trabajo y bastante adelantados (…). La comisión ha visto también un cuarto de ropería con vestidos de manta para los mendigos y ha presenciado comida, pan y chocolate que se les pone conforme al reglamento de la casa. (…)