Casas de los años veinte

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Casas de los años veinte

Por: jstorres
Publicado el: Marzo 2020
Más de 5 mil planos de la serie “Licencias de construcción”, que se conservan en el Archivo de Bogotá, dan cuenta de cómo los espacios interiores de las casas bogotanas comenzaron a transformarse, especialmente entre 1914 y 1949.

Por Bernardo Vasco

En 1539, el capitán español Alonso de Olalla construyó la primera casa de tapia en la ciudad; estaba ubicada en el costado suroriental de la plaza de Bolívar, en donde hoy queda el Capitolio Nacional. Siguiendo su ejemplo, Pedro Colmenares construyó el primer tejado de barro en su casa de la calle de la Carrera, hoy carrera Séptima entre calles 9 y 11… Entusiasmados con tesoros imaginarios, grandes títulos nobiliarios y una fama imperecedera, los antiguos colonizadores españoles se dedicaron con ahínco a urbanizar una pequeña villa a la que el emperador Carlos V le otorgó muy pronto el título de “Ciudad muy noble y muy leal”, por allá en 1541.

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Foto álbum Archivo Alberto Manrique Martín, Casa Calle 22, 1912.

Como entre los antiguos pobladores muiscas no existía ni la tradición de construir ciudades ni casas, muy pronto la sabana de Bogotá se llenó de casas de tapia pisada, de tejados españoles de estilo mudéjar, de amplios zaguanes, dos patios, caballerizas, cocinas, cuartos para la servidumbre y, entre los más pudientes, el infaltable oratorio. A lo largo de casi trescientos años, nuestras casas fueron copiadas a semejanza de las que habitaban los españoles en el sur de la Península, con balcones moriscos, azulejos y fachadas y mampostería interior siempre pintadas de blanco, de un blanco reluciente.

Pero tras la Independencia, de la mano del espíritu antihispanista, se adoptaron nuevas tendencias. Vinieron arquitectos franceses e italianos que dejaron nuevos estilos, hicieron algunas fusiones sorprendentes y otras no tanto. Algunas de nuestras antiguas casas del Barrio de La Candelaria fueron demolidas para levantar edificios de marcada influencia francesa, en lo que aquí llamamos estilo republicano. Sin embargo, con la llegada del Siglo XX Bogotá cambio de tajo. Hizo su entrada al nuevo siglo con más de 100 mil habitantes y con servicios de acueducto y alcantarillado y, por supuesto, de energía eléctrica y teléfono.

Pero estos logros del progreso, que hoy nos parecen tan naturales, no fueron disfrutados por todos los bogotanos de entonces. Hacia 1920, en la mayoría de residencias se usaban todavía letrinas, pozos sépticos, se cocinaba en estufas de carbón, se tomaba el agua para consumo de pilas públicas, como las de San Victorino y Santa Bárbara. Cuando no se recogía la basura ésta era arrojada a la calle o, en su defecto, a los ríos San Francisco y San Agustín. La impresión que dejaron consignadas los primeros visitantes franceses o británicos era la de que Bogotá olía a podredumbre y desechos en descomposición.

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Foto álbum Archivo Alberto Manrique Martín, Casa Alta, Calle 22, 1912. 

Todo este panorama cambió, no obstante, a comienzos de los años veinte, cuando las autoridades municipales –preocupadas por los efectos de las epidemias, como la gripa española, que causó la muerte a 1.500 bogotanos en un sólo mes de 1918- empezaron a exigir la construcción de ductos para transportar las aguas servidas a las cañerías del acueducto, que ya empezaba a construir la administración.

Hoy, estos y otros cambios son visibles en los más de 5 mil planos de la serie “Licencias de construcción” que se conservan en el Archivo de Bogotá, y que dan cuenta de cómo los espacios interiores de las casas bogotanas comenzaron a transformarse, especialmente entre 1914 y 1949. A través de estos planos se avizora una sociedad bogotana en transformación, en proceso de adaptación a las nuevas formas económicas del mundo de entonces; es el período de transición de un modo de producción basado en la tierra hacia uno de carácter fabril, en medio del cual resulta posible, gracias a sus casas modestas, ver el nacimiento de nuestra clase obrera y percibir la inminencia del sector que luego sería nuestra clase media.