Pelea de Santamaría con Llorente en la esquina nororiental de la Plaza Mayor hoy en día llamada Plaza de Bolívar.
Tras la abdicación de Fernando VII, que fue puesto preso por Napoleón, en toda la península española se organizaron juntas de gobierno local para resistir al invasor y, al mismo tiempo, gobernar en ausencia del rey depuesto; en realidad, esas juntas vendrían a ser una especie de gobierno alterno junto al que impusieron las tropas de ocupación.
De inmediato, este “gobierno paralelo” designó representantes en todas las provincias españolas y en las americanas y Filipinas con el propósito de unificar criterios en la defensa de la soberanía española; pero –fundamentalmente- con el fin de impedir que ante el “vacío de poder” no fueran a producirse revoluciones liberales, o se establecieran regímenes republicanos, y se fuera al traste la monarquía.
La decisión, sin embargo, causó profundo malestar en los virreinatos americanos, porque mientras los españoles quedaron con 36 representantes, los americanos sólo quedaron con nueve. A partir de ahí los criollos empezaron a exigir mayor autonomía e, incluso, independencia de la metrópoli, porque se sintieron discriminados y faltos de representación.
¿Quién debía gobernar? ¿Por qué unas provincias se arrogan el poder para imponerse sobre las otras?
Esa es la razón por la que Francisco José de Caldas escribe el famoso “Memorial de Agravios”, en el que plantea que los españoles americanos tienen el mismo derecho que los españoles europeos, y propone seguir el ejemplo de las provincias españolas que se proclamaron soberanas para apoyar al rey Fernando VII (y no para revertir su autoridad). Sin dejar de alabar a la autoridad española criticó su política y exigió la igualdad de derechos políticos para criollos y peninsulares; expuso cómo el sistema educativo era un gravísimo error para la difusión de conocimientos y cómo España no recibía sino los beneficios que podía obtener de América, pero no oía sus males.
En Santafé, el virrey Amar y Borbón hizo oídos sordos a lo que ocurría en España, y al enterarse de que un grupo de notables criollos esperaban con ansia la llegada del comisionado regio, Antonio Villavicencio -encomendado por la junta española para instaurar en la Nueva Granada su propia junta local- planeó entonces enviarlos a prisión. El asunto es que los criollos se enteraron del plan y, sin pensarlo dos veces, comenzaron a realizar reuniones en sus propias casas y luego en el Observatorio Astronómico, cuyo director era Francisco José de Caldas, porque era un sitio discreto y “libre de sospechas”.
En esas reuniones se ideó la táctica política para provocar una limitada y transitoria perturbación del orden público, tomarse el poder y dar salida al descontento potencial que existía en Santafé contra la audiencia española. Lo importante era conseguir que el Virrey, presionado por la perturbación del orden, constituyera ese mismo día la Junta Suprema de Gobierno, integrada por los regidores del Cabildo de Santafé.
Antonio Morales propuso que el incidente podía provocarse con el comerciante peninsular José González Llorente y se ofreció a intervenir en el altercado. Los notables criollos aceptaron la propuesta y decidieron ejecutar el proyecto el viernes 20 de julio, cuando la Plaza Mayor estaría colmada de gente de todas las clases sociales, por ser el día habitual de mercado. Se convino que Pantaleón Santamaría y los hermanos Morales fueran el día indicado a la tienda de Llorente a pedirle prestado un florero o cualquier clase de adorno que les sirviera para decorar la mesa de un anunciado banquete en honor a Villavicencio.
En el caso de una negativa, los hermanos Morales procederían a agredir al español. Para garantizar el éxito del plan, si Llorente entregaba el florero o se negaba de manera cortés, se acordó que Francisco José de Caldas pasara a la misma hora por frente del almacén de Llorente y le saludara, lo cuál daría oportunidad a Morales para reprenderlo por dirigir la palabra a un “chapetón”, enemigo de los americanos, y dar así comienzo al incidente.
Según cuentan algunos testigos, los criollos fueron al almacén de Llorente a pedirle prestada una pieza. Algunos dicen que fue un ramillete, otros un farol y hasta un florero. Según el historiador Indalecio Liévano Aguirre, “Llorente se resiste porque dice que la pieza está maltratada y en mal estado. Se arma el tumulto y se convoca a un cabildo abierto poniéndose en sintonía con lo que ocurre en las otras provincias de la Nueva Granada y lo que ocurre en las otras colonias españolas”.
Poco antes de las doce del día, como estaba previsto, se presentaron los criollos ante Llorente y, después de hablarle del anunciado banquete a Villavicencio, le pidieron prestado la pieza para adornar la mesa. Llorente se negó, pero su negativa no fue dada en términos despectivos o groseros. Se limitó a explicar diciendo que la había prestado varias veces y ésta se estaba maltratando y por lo tanto, perdiendo su valor.
“Entonces –en palabras de Liévano Aguirre- intervino Caldas, quien pasó por frente del almacén y saludó a Llorente, lo que permitió a Antonio Morales, como estaba acordado, tomar la iniciativa y formular duras críticas hacia Llorente. Morales y sus compañeros comenzaron entonces a gritar que el comerciante español había respondido con palabras contra Villavicencio y los americanos, afirmación que Llorente negó categóricamente”.
Entre tanto, los principales conjurados se dispersaron por la plaza gritando: ¡Están insultando a los americanos! ¡Queremos Junta! ¡Viva el Cabildo! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los bonapartistas! La ira se tomó el sentir del pueblo. Indios, blancos, patricios, plebeyos, ricos y pobres empezaron a romper a pedradas las vidrieras y a forzar las puertas. “El Virrey, las autoridades militares y los españoles, contemplaron atónitos ese súbito y violento despertar de un pueblo al que se habían acostumbrado a menospreciar”, asegura Aguirre.
El resto es historia. El Acta de Independencia no era realmente una declaración propiamente de independencia, pues como lo afirma el mismo documento, esta no pretendía (en nombre de la Nueva Granada) “abdicar los derechos imprescriptibles de la soberanía del pueblo a otra persona que a la de su augusto y desgraciado Monarca don Fernando VII”.