Por Miguel Silva Moyano, Secretario General de la Alcaldía Mayor de Bogotá
Especial para El Tiempo
En 1886, el periodista y escritor bogotano Alberto Urdaneta publicó una interesante reseña de cómo se celebraba la fundación de Bogotá cada seis de agosto. Cuenta que las personas solían visitar las reliquias que evocaban los inicios de la ciudad y cumplir con la piadosa peregrinación a la Capilla de El Topo en la Catedral, donde se hallaban las ropas usadas por fray Domingo de las Casas el día de la fundación y la imagen del Cristo de la Conquista, ante el cual se encomendaban los primeros constructores de la ciudad.
Dice Urdaneta que, por aquel entonces, la fecha despertaba el habitual “tinte de alegría que acompaña las fiestas de familia” y la ciudad presentaba una “especie de aspecto risueño” que no se explica. ¿Podría tratarse del recuerdo de los carnavales que marcaron el principio de los tiempos en Bogotá, como asegura el historiador Marcos Gonzáles? ¿Por qué no?
Sea como sea, este testimonio, al igual que otras reliquias de la memoria de la ciudad, hoy son custodiadas por un guardián que, casualmente, también está de fiesta este seis de agosto: el Archivo de Bogotá.
Y no es para menos. Por desgracia, la historia de la memoria de Bogotá ha sido poco afortunada. Al legendario incendio del palacio virreinal en 1786 se sumó el de 1900 en las Galerías Arrubla, que convirtió en cenizas toda la documentación colonial de la ciudad, incluida el Acta de Fundación de Bogotá y el Acta de Independencia firmada el 20 de julio de 1810, ni más ni menos.
En este contexto, el Archivo Distrital juega un papel fundamental como invaluable repositorio que no solo conserva documentos esenciales que narran la evolución de la ciudad, sino que también sirve como guardián de nuestra memoria colectiva y de la administración distrital.
Su actual y moderna sede se entregó a la ciudad el 6 de agosto de 2003, hace 21 años. Y aunque la idea primigenia del diseño quería destacar el principio de la trasparencia pública por tratarse del lugar donde se conservarían los documentos-testigos, pensándose que la construcción no debía tener muros sino paredes de vidrio para que el ciudadano pudiera ver lo que pasa adentro, fue el arquitecto Juan Pablo Ortiz quien se encargó del diseño final haciéndose ganador del premio Lápiz de Acero.
La construcción está hecha bajo cuatro metáforas que comparan partes del cuerpo humano con cada servicio que se presta: “la mano” que escribe y repara los papeles corresponde al área de restauración y laboratorios; “el ojo” son las salas de Consulta, Investigación y Exposición donde acuden los ciudadanos a leer la memoria documental; “el oído” corresponde al auditorio y las aulas de conferencia, y “el corazón” son el vestíbulo y el espacio público.
Alberga una vasta colección de documentos, desde actas y acuerdos oficiales hasta mapas y maravillosas colecciones fotográficas que cuentan la historia de la ciudad en el siglo XX y que incluyen obras de fotógrafos tan prestigiosos como Sady González, Leo Matiz, Jorge Silva y Hernán Diaz, entre otros.
Tiene razón Peter Burke al decir que sin archivos no hay historia, solo olvido. El pasado es un escenario de referencia, de reflexión y conocimiento para percibir situaciones y problemas que existen en la actualidad y que tendrán consecuencias en un futuro próximo. De hecho, hoy el Archivo de Bogotá tiene una exposición histórica sobre el agua en la vida cotidiana de 1948 y la caracterización de algunos barrios en torno a este recurso, a propósito del racionamiento que vivimos en la ciudad.
Celebrar estos aniversarios es también reconocer la labor del Archivo de Bogotá y de todos aquellos que, a través de su trabajo, nos permiten conectar con nuestras raíces y comprender mejor nuestra identidad.
Que este aniversario sea una oportunidad para mirar hacia el futuro con la convicción de que, conscientes de nuestro pasado, podemos construir una mejor identidad y sentido de pertenencia por nuestra ciudad, Bogotá, la casa de todos.