Ricardo Guillermo Rivadeneira Velásquez, director distrital del Archivo de Bogotá
Especial para El Espectador
Bogotá cumplirá 500 años de vida el 6 de agosto de 2038. El enunciado produce cierta perplejidad, pues solo nos quedan 14 años para pensar y preparar la efeméride. Sobre el tema, la ciudad ya tiene una experiencia acumulada, pues en 1938 y 1988 se organizaron eventos festivos donde se conjugaba lo social con lo cultural, dejando resultados muy positivos para el desarrollo de la mentalidad moderna de sus habitantes.
Al respecto, el Museo de Bogotá y el Archivo de Bogotá conservan la copia de un documento que resulta sintomático. Se trata del Plano “Bogotá Futuro”, un dibujo que resume las discusiones que se daban en el Concejo de la ciudad y la Asamblea de Cundinamarca sobre cómo mejorar la relación entre los barrios y la infraestructura vial en 1923.
Sin embargo, lo que plasmó el ingeniero Enrique Uribe Ramírez en este plan solo vino a desarrollarse, en parte, 15 años después, cuando las delegaciones diplomáticas le dieron a la ciudad un ramillete de regalos que mejoró la infraestructura de parques y avenidas por la celebración del IV centenario.
Este hecho ratificó que una cosa es habitar y otra urbanizar; siendo la primera un acto que se da espontáneamente por parte de la ciudadanía, mientras que lo segundo se produce cuando el Estado logra llegar a ordenar invirtiendo recursos en satisfacer algunas de las necesidades que tiene los vecinos de un lugar por falta de infraestructura, situación que ha sido el eje principal de Bogotá a lo largo de su historia.
El Plano de “Bogotá Futuro” es conocido como el primer intento por darle orden a Bogotá, un conglomerado urbano que tenía cerca de 138.000 habitantes; contaba con 3 líneas principales de tranvía: Chapinero, San Cristóbal y Estación de la Sabana, esta última que se extendía hasta el barrio Ricaurte en los extramuros occidentales.
Transcripción del plano “Bogotá futuro” de 1923. Dibujo original de Enrique Uribe Ramírez, copia de Alexander Pinzón para el libro: “Bogotá: Siglo XX. Urbanismo, arquitectura y vida urbana” de Alberto Saldarriaga Roa, Alcaldía Mayor de Bogotá, DAPD, 2000.
La Carrera 30 no existía y los predios aledaños a la Universidad Nacional eran humedales donde los bogotanos iban a pescar y cazar patos; mientras que las clases más pobres vivían en inquilinatos en el centro o empezaban a poblar lugares como las rondas de los ríos Fucha o Tunjuelo.
Ésta fue una ciudad que quedó muy afectada por la pandemia de gripa española de 1918, sabiamente el Concejo de la ciudad destinó recursos a la canalización de los dos ríos principales, el San Francisco y el San Agustín, hecho que permitió el tránsito masivo de automóviles por calles y avenidas.
El trazado de “Bogotá Futuro” muestra una serie de estrellas viales que según Alberto Saldarriaga evidencia cierto afrancesamiento en el uso del espacio público, muy en boga para la época, y que tuvieron en el barrio Centenario su mejor expresión. Por último, en el dibujo se dejan ver los trayectos que seguían las líneas del ferrocarril, una al norte que se convirtió en la Avenida Caracas y otra, la de la calle 13, la cual, desde el majestuoso edificio de la Estación de La Sabana se prolongaba hacia Fontibón, para luego salir de la sabana con rumbo a Facatativá o llegando a Girardot por la vía de la Mesa o el ramal al sur que salía por Soacha.
Este Plano es muy importante porque constituye el antecedente inmediato de los proyectos que vinieron a consolidar el espacio público de la ciudad en la primera mitad del siglo XX, los cuales se han identificado con la traza que hizo el urbanista austriaco Karl Brunner en 1938, regularizando mejor las vías y creando senderos arbolados tan importantes como el paseo Bolívar y la ronda del río arzobispo y el Park-way, ejes verdes que vinieron a definir la forma de barrios tan importantes como el Alfonso López, La Magdalena, Teusaquillo y Palermo.
Finalmente, el Plano de “Bogotá Futuro” también se anticipa al planteamiento que hicieron Paul Lester Wienner, José Luis Sert y Le Corbusier con el “Plan Director” de 1947-1953, en cuanto que por medio de este se asumía la división territorial por usos del suelo como elemento rector de la forma urbana, hecho que no fue adoptado como norma y que de hacerse ayudaría mucho a organizar mejor la ciudad.
Con el sencillo ejemplo del Plano de “Bogotá Futuro” podemos ver cómo el pasado y el presente de Bogotá se amalgaman en un solo proceso, donde la ocupación del territorio ha sido una negociación constante entre la topografía, las acciones populares y las políticas que regulan la vida urbana; por lo menos, eso es lo que nos muestran muchos de los documentos que reposan en el Archivo de Bogotá. Queda entonces el reto de imaginar el futuro de la ciudad a la luz del uso de la documentación histórica, pensando que muchas cosas que conocemos en el presente son permanencias de hechos que otras personas ya vivieron.
El Plano de “Bogotá Futuro” es una muy buena herramienta para reflexionar acerca de la ciudad que imaginamos, conocemos y deseamos, más cuando nos acercamos a la inauguración de la primera línea del sistema de Metro, la cual al atravesar la Avenida Caracas se encontrará con las mismas rondas y avenidas de los ríos que desde tiempos primigenios han existido en la sabana, elementos que deberían ser aprovechados de manera correcta para enaltecer uno de los elementos más bellos e importantes que tiene Bogotá, su paisaje.