Por María Fernanda Cuevas - Historiadora Archivo de Bogotá
A propósito de la conmemoración del 20 de julio en Colombia y de las celebraciones que desde el año 2010 se vienen suscitando en el país, de la mano de múltiples encuentros y congresos académicos, resulta pertinente preguntarse por las más actuales interpretaciones históricas respecto a la Independencia y por el contexto internacional dentro del cual se enmarcó este proceso; ya que, desde finales del siglo XVIII, se venía desarrollando un período revolucionario mayor. La Revolución Estadounidense (1775-1783) representó el primer intento organizado y exitoso para objetar el poder colonial; la Revolución Francesa (1789-1799) propuso una carta de derechos y principios que redefinían la humanidad; y la Revolución Haitiana (1791-1804) consolidó simultáneamente la independencia y la libertad definitiva de los esclavos, en la que fuera la colonia más próspera del imperio francés. Fue en este contexto internacional y atlántico que se desplegaron las independencias de las colonias americanas; a partir de un momento de ruptura, que se experimentó en ambos lados del océano, cuando España fue invadida por el ejército francés, en febrero de 1808, bajo órdenes del emperador Napoleón Bonaparte[1].
Esta invasión napoleónica provocó una crisis política, sin precedentes, en tanto que forzó la abdicación del rey Carlos IV y la de su hijo Fernando VII, desencadenando una serie de acontecimientos y conflictos de carácter revolucionario. En un primer momento, la reacción generalizada fue la de apoyo a la monarquía española, mediante la creación de órganos transitorios de poder para enfrentar al tirano: en 1808 se creó una Suprema Junta Central, que fue disuelta ante la persecución francesa, por lo que en 1810 se constituyó un Consejo de Regencia. En el entretanto, se consideraba indispensable convocar una asamblea constituyente que definiera el rumbo político español y que contara con la participación de representantes de ambos hemisferios; por lo que se convocó a las llamadas Cortes de Cádiz, que iniciaron sesiones en el mes de septiembre de 1810. Por su parte, las respuestas locales y populares ante la crisis política fue la creación de juntas autónomas de gobierno, que buscaban asumir transitoriamente el poder primario del pueblo, mientras se aguardaba el regreso del legítimo soberano. A partir de los cabildos, que eran concejos municipales creados –de tiempo atrás- para la administración de las ciudades, se gestionó la conformación de estas juntas, tanto en la península como en las colonias ultramarinas, reivindicando la legitimidad del rey Fernando VII[2]. Esta serie de sucesos pusieron sobre la mesa la cuestión del estatus de las colonias americanas y de la representación política de éstas dentro del imperio. Las desavenencias que emergieron durante las discusiones constitucionales de Cádiz fueron las que terminaron por enfrentar a americanos y peninsulares; en especial, la dificultad que se tuvo desde la metrópoli para mantener y aplicar el decreto de “igualdad de todos los reinos” de la monarquía, emitido en octubre de 1810 por estas Cortes.
La crisis de soberanía del imperio hispánico se dio en un contexto atlántico revolucionario y como tal, antes que generar las independencias americanas, fue el punto de partida de las Revoluciones Hispánicas en ambos hemisferios. En el caso peninsular, en 1812 fue promulgada la Constitución de Cádiz, documento representativo del liberalismo español que surgió en el periodo revolucionario. En el caso americano, las revoluciones tomaron la forma de guerra independentista; generando la emergencia de un nuevo orden social que tomó velocidades distintas, de acuerdo con las regiones americanas que iba impactando[3]. A la luz de lo anterior, la Revolución de Independencia que se dio en la Nueva Granada -y en los demás virreinatos, audiencias y capitanías de la América hispánica- comenzó como una petición de autonomía y se transformó en un reclamo por la emancipación política frente a la España peninsular[4].
De acuerdo con el historiador Thibaud, quien ha renovado los estudios sobre las independencias en Nueva Granada y Venezuela, es factible observar el proceso revolucionario en términos de las luchas que se fueron desarrollando. Si en un primer momento de crisis hubo claras manifestaciones de apoyo a la monarquía, luego, se presentaron brotes separatistas en algunas ciudades y provincias, que se autoproclamaron autónomas entre 1811 y 1813. Posteriormente se daría la transición hacia la guerra propiamente independentista, que se desplegó entre 1815 y 1824, cuando Fernando VII inició la agresiva campaña de Reconquista americana, la cual terminaría con la independencia neogranadina, sellada en las Batallas de Boyacá (1819) y de Ayacucho (1824)[5].
Ilustración de Barule. Fuente: Benkos Biohó. Archivo de Bogotá
[1] Desde finales de siglo XX se viene aceptando la tesis, según la cual, esta invasión francesa constituyó un hito fundamental de crisis política en el imperio hispánico la cual condujo, paulatinamente, a las independencias de varias de sus colonias. Ver: Guerra, François Xavier. Modernidad e independencias: ensayos sobre las revoluciones hispánicas. Madrid: Mapfre, 1992, p. 42- 50.
[2] Chust Calero, Manuel. 1808: La eclosión juntera en el mundo hispano (ed.). México: FCE- Colegio de México, 2007.
[3] El sentimiento independentista no fue generalizado, ya que hubo territorios que mantuvieron su fidelidad a la corona, una vez comenzadas las guerras revolucionarias en América.
[4] Martínez Garnica, Armando. “La reasunción de la soberanía por las juntas de notables en el Nuevo Reino de Granada”. En Chust. 1808: La eclosión juntera…, p. 329 y ss.
[5] Thibaud, Clément. Repúblicas en armas: Los ejércitos bolivarianos en la guerra de Independencia en Colombia y Venezuela. Bogotá: IFEA, 2003, p. 22-23.