Por: Evelin Barón Bulla
Las festividades de fin de año nos acercan a la casa, a la familia, a los amigos. Este año, sin embargo, las condiciones han cambiado y muchos no tendrán la posibilidad de viajar a reunirse con sus seres queridos o participar de celebraciones con grandes grupos, como estaban acostumbrados. La añoranza de los buenos momentos puede transportarnos a esos días en los cuáles se planeaban novenas navideñas en las casas de los vecinos, y luego del ven ven, aparecían los buñuelos, la natilla, y el anuncio de que en la siguiente casa había otro pesebre esperando a que se rezara la novena.
Los nueve días de rezo fortalecían la socialización de chicos y grandes, la comunidad se encontraba alrededor de la organización de la novena del siguiente día. Muchos recordaremos las largas caminatas en busca de la caja de uvas pasas. El algodón para forrar el arbolito de chamizo, porque los de plástico eran escasos y costosos. Para muchos, en especial los más jóvenes, las navidades en los barrios bogotanos pueden sonar a un relato inverosímil; pero sí, en otras épocas las calles se llenaban de festones de plástico que eran el dolor de cabeza de los vehículos grandes, los cuales terminaban arrastrando con su carrocería el 'arcoíris' cortado por los niños y colgado de las fachadas por los adultos.
Los preparativos de la cena de navidad y fin de año, la compra del estrene -como se le solía llamar a la ropa nueva que se usaría para estas fiestas- y la compra de los regalos son actividades que están relacionadas con la tradición; pero también, constituyen un incremento en la actividad comercial y un tema de análisis de la historia económica. Las fiestas populares también nos hablan de las creencias de una sociedad y la estructura sobre las cuáles está cimentada, la permanencia y modificaciones en las tradiciones, la interrupción del calendario académico y laboral y el necesario balance anual sobre la productividad, el compromiso y el cumplimiento de los deberes. Este intermedio se dedica a la familia y al goce, al reencuentro y celebración; luego, todo regresa a la normalidad del trabajo duro.
Las celebraciones de navidad y fin de año también se desarrollan en el espacio público, de esta manera vemos otra faceta de la ciudad: la iluminación, el comercio y sus grandes ramos de poinsetias. Se evidencia, además, los lugares campestres, relativamente cercanos, que los ciudadanos usan para compartir en familia. Han llegado a nosotros fotografías que nos hablan de cómo compartían su tiempo, las celebraciones y el motivo de las mismas. Estas imágenes se constituyen en fuentes para la historia, ya que nos permiten conocer distintos detalles, relevantes todos, según los interroguemos. A simple vista, todo es valioso para la historia: las prácticas cotidianas, el tipo de vestuario, la comida preparada, la decoración, las fachadas de las casas, los juguetes, incluso el proceso de revelado de la fotografía misma.
Cada uno de nosotros es un productor de documentación, y hemos creado casi que por intuición nuestro archivo, conservamos todo aquello que consideramos necesario para el futuro, así como lo que añoramos y nos transporta al pasado. Los documentos personales, las calificaciones y los diplomas, las certificaciones laborales, los resultados de los exámenes médicos, los álbumes fotográficos, la esquela con letra cursiva, el telegrama, las facturas de los servicios, todo esto conforma un repositorio que habla de quienes somos y cómo nos relacionamos con nuestro entorno. De allí que los archivos familiares se constituyan en fuente para la investigación social ya que nos hablan de un individuo en un momento determinado bajo unas condiciones particulares y en contexto de la sociedad que lo ha modelado.