La celebración del cumpleaños de Bogotá es un evento relativamente moderno. Sólo hasta 1920 mediante el Acuerdo 83, el Concejo de Bogotá declaró el 6 de agosto como “día de fiesta municipal” y se organizaron festividades entorno a la fecha.
Acuerdo No. 83 de 1920. Acuerdos expedidos por el Concejo de Bogotá en los años de 1919 a 1921. Archivo de Bogotá. Ref. 201-12P-407.
Sin embargo, este evento se vio constantemente opacado por las llamadas fiestas patrias de carácter nacional o continental como las batallas de Boyacá, Junín o la independencia de Bolivia. Incluso en el siglo XIX celebraciones bogotanas como las Carnestolendas resaltaron por el colorido de los disfraces y lo jocoso de las bromas celebradas el día anterior al miércoles de ceniza. Si bien, esta festividad poco tenían que ver con la conmemoración de la llegada de Jiménez de Quesada a lo que entonces sería conocido como el Valle de los Alcázares; a partir de los cambios urbanos, el crecimiento poblacional y el desarrollo industrial que la ciudad empezó a manifestar desde finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX se impulsó cierto sentido de apropiación por la ciudad, preguntándose sobre su origen y la necesidad de conmemorar estas fechas con la realización de obras públicas para su embellecimiento y el fomento de las actividades culturales en espacios públicos.
A partir del Acuerdo 83 de 1920 el alcalde Ernesto de Santa María y el Concejo Municipal de la ciudad oficializa el cumpleaños de Bogotá, considerando que:
“(…) El 6 de agosto de 1538 fue fundada la ciudad de Bogotá por el Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, dando con ello cima a la empresa más grandiosa y perdurable que emprendieron los conquistadores; que es deber de la ciudad honrar el recuerdo de los que la fundaron con su esfuerzo titánico y celebrar dignamente el natalicio de la capital de la República”.
A pesar de que no existe el acta de fundación ni documento alguno que verifiquen ésta información, o la fundación oficial de la ciudad en 1538, a partir de esta norma se crea la necesidad de erigir un acto conmemorativo correspondiendo a las necesidades de modernización de la ciudad y el fortalecimiento de las identidades locales y nacionales que convergen en Bogotá como capital. De este modo, frente a la tradición de las festividades bogotanas era necesario darle importancia a las fiestas seculares en contraposición a las tradicionales procesiones de Semana Santa y las festividades del Santoral católico, esto para fomentar de alguna u otra forma la confianza en la institucionalidad como ente organizador de las obras y eventos; y a su vez, como una hábil estrategia para implementar las nuevas normas de higiene y prácticas de urbanismo que definían para ese entonces unas bases de “civismo” entre los habitantes de la ciudad. En contrapunto a la penosa situación de crecimiento urbano que la cuidad sufría para esa época, tanto en términos de infraestructura como de capital cultural, muchos de los proyectos que buscaban “limpiar” el pasado colonial de la ciudad a partir de la conmemoración de su fundación tuvieron éxito con intervenciones urbanísticas posteriores como las lideradas por los alcaldes Jorge Eliécer Gaitán (1936-1937) y Fernando Mazuera (1947-1949/1957-1958).
En 1956 Andrés Rodríguez Gómez, el último alcalde de la ciudad bajo la dictadura de Rojas Pinilla, decreta la celebración del cumpleaños de Bogotá como un día vacante para las distintas instituciones públicas de la ciudad y se insta a izar el “Pabellón nacional” para conmemorarla.
Decreto No. 604 de 1956. Anales del Concejo Administrativo. Archivo de Bogotá. HEMEROTECA. Año XXII. No. 115. PP. 1354. Agosto 16/1956.
A partir de este decreto, la importancia de los símbolos fundacionales toma mayor importancia bajo la dictadura militar, y especial durante una época en donde el centro histórico de Bogotá atravesaba sus mayores retos de construcción con las intervenciones sobre Las Aguas – Germanía, la ampliación de la Carrera 10 y la construcción de la Avenida Calle 26 hasta el Aeropuerto El Dorado. De este modo, la bandera y el escudo de armas de la ciudad se convertía en un elemento imprescindible, símbolo de identidad e institucionalidad en una ciudad a la que no solo llegaban campesinos de distintas regiones debido a la oleadas de violencia de la mitad del siglo XX, sino que también, debían afrontar los retos de la ocupación informal y la urbanización descontrolada que empezaba a verse tras la anexión de los municipios de Engativá, Fontibón, Suba, Usme, Usaquén y Bosa.