Cada vez más, la máquina de escribir es menos familiar para las nuevas generaciones. Muchas personas jóvenes desconocen la experiencia de tener que reescribir toda una hoja por digitar mal una palabra; muchos más el uso de un” borrador de tinta”, que con extremo cuidado permitía enmendar el error sin romper la hoja. Y así como la máquina resulta lejana para muchos, también lo parecen una serie de vidas que han estado ancladas a su existencia y que aún transcurren en la ciudad de Bogotá, las de los escribientes públicos o asesores tributarios.
El auge de la profesión del escribiente está ligado a dos procesos que se desarrollan de manera conjunta: la popularización de la máquina de escribir y el crecimiento institucional del municipio, que formalizaba cada vez más los trámites correspondientes a su funcionamiento. Los fondos documentales de las dependencias creadas en torno al control de la edificación en la ciudad dejan ver con cierta claridad la relación entre estos dos procesos. A causa del crecimiento poblacional del siglo XX se hace necesario especializar el control del desarrollo urbano y se crean una serie de instancias que dictan parámetros técnicos de edificación a fin de regular la forma en que la ciudad crecía. Así, se da origen a la Junta de Obras Públicas (1890), el Consejo Consultivo de Obras Públicas (1903), la Dirección de Obras Públicas Municipales (1909) y finalmente la Secretaría de Obras Públicas (1926). Los habitantes de la ciudad que fueran propietarios de algún predio y quisieran tanto marcar los límites del mismo como edificar, debían tramitar ante la institución una solicitud en la que se relacionara un plano, datos sobre el predio e información sobre el proyecto a realizar. El cambio en las solicitudes de la Secretaría de Obras en 1935 se hace notorio al comparar las que llegaban a la Oficina de Obras Públicas en 1914. Este periodo de casi dos décadas nos permite ver cómo se extiende progresivamente el uso de la máquina de escribir, pues para la primera fecha casi la totalidad de la documentación se realizaba con letra a mano alzada mientras que, en la segunda, incluso personas con escasos recursos solicitan licencias a través de documentación realizada con máquina de escribir.
La pregunta consecuente es ¿quién está detrás de la elaboración de esta documentación? ¿Cada uno de los ciudadanos tenía a disposición una máquina de escribir? De hecho, no; quienes facilitaban esta documentación aún siguen trabajando en la ciudad, aunque en un número muchísimo más reducido y de manera más desconocida por muchas personas, a diferencia de lo sucedía en la década de los treinta. Luis Alfonso es uno de los escribientes públicos o asesores tributarios que desempeña estas labores. Llegó a lo que era anteriormente el Parque Bolivia hace 30 años, un área en las inmediaciones de la Calle 7ª con Carrera 10ª. Para ese entonces el sector que comprendía esta zona hasta el convento de San Agustín, ubicado frente a la Casa de Nariño, se convirtió en el Parque de los Escribientes. Cuando un ciudadano necesitaba realizar una carta, una solicitud, un contrato, una promesa de venta, un pagaré, una reclamación o algún otro trámite relacionado con la institucionalidad, acudía al parque que estaba lleno de mesas al aire libre en las que uno de estos escribientes les cobraba una suma no muy elevada por la documentación requerida. Todos tenían en sus mesas una máquina de escribir, en la que hacían al instante el documento requerido.
Cuando Luis Alfonso llegó a este parque no tenía mayores opciones de empleo y las vueltas de la vida lo llevaron a capacitarse para ofrecer tal servicio. El Ministerio de Hacienda ofrecía varios cursos y, como él, dice los “mandaba a llamar” para darles capacitaciones en derecho tributario, de manera que pudieran realizar y facilitar a los ciudadanos una serie de trámites. De allí los amplios conocimientos que Luis ha ganado en materia de derecho y de institucionalidad pública. Fue una época de trabajo constante y los escribientes resultaban indispensables, pues, a diario, los bogotanos tenían que verse con un trámite tras otro.
Sin embargo, el panorama ha cambiado. Hoy en día, Luis alcanza los 80 años y es testigo de cómo el trabajo que aún persiste en realizar se ha visto afectado por el avance tecnológico. Insiste en que los computadores han facilitado las cosas para la gente, las han hecho más automáticas, de manera que el escribiente ha perdido importancia. De los más de treinta escribientes ubicados en el parque Bolivia que Luis recuerda, hoy sólo quedan unos dos o tres, que están allí de manera itinerante y entre quienes está él mismo. No queda mucho rastro de aquel fuerte colectivo que llegó a formarse como sindicato en las décadas de los sesenta bajo el nombre de Sindicato Nacional de Mecanógrafos y Escribientes Públicos (SINEP), que entre sus luchas logró la carnetización de los escribientes preparados para dar constancia de la calidad de su servicio. Pero aun con el panorama, Luis dice ser un hombre insistente, incluso terco. Muchos de los colegas que conoció en los años setenta se fueron ya y han cambiado el rumbo de su vida. Él sin embargo sigue siendo un apasionado por el derecho y también cree que a su edad no será fácil encontrar otro trabajo, por lo que sigue, cercano al actual parque Tercer Milenio, ofreciendo sus servicios al público. Como él, otros siguen insistiendo en el trabajo en otras zonas de la ciudad, de la cual la más popular y la que todavía cuenta con el mayor número de escribientes es la Calle 26 a la altura de la carrera 30, en la que se encuentra el Centro Administrativo Distrital (CAD) y que algunos periódicos sugerían en el 2014 la permanencia de alrededor de 23 escribientes dedicados a los trámites de ciudadanos en el CAD. Otros de ellos se ubican en la carrera 13 con calle 32, cerca al Edificio Durán.
El trabajo ya no es el mismo de antes, pero sigue habiendo. De hecho, cada vez más, los clientes desconocidos son menos pues quienes buscan a Luis son clientes de muchos años, familiares de los mismos o personas de la zona que de algún modo lo conocen y saben de sus capacidades. Como él mismo lo explica, hoy en día existe una cantidad muy grande de lugares para recibir asesoría, muchos trámites pueden realizarse por internet o se puede acceder a la enorme cantidad de abogados de la ciudad. Pero esto, en alguna medida, sigue siendo un lujo para muchos o no es visto con confianza por muchas personas mayores que aún buscan escribientes para cualquier trámite. El escribiente sigue siendo una asesoría directa, personalizada y sencilla en medio de los, a veces muy complejos, canales de atención ciudadana.
Las personas acuden con problemas e inquietudes a Luis, quien debe mediar para aconsejarlos. Él hace el mejor trabajo posible aun cuando en muchas ocasiones se ve con el reto de mediar con que la gente no pague por su trabajo a tiempo o no sean capaces de darle al menos, como adelanto, el valor del papel sobre el cual escribir para tener listas sus solicitudes. A él acuden quienes buscan liquidaciones de trabajo, renta, reclamaciones, asesorías, tutela, derechos de petición, promesas de venta, traspasos de inmuebles, quejas de tránsito, liquidaciones laborales, reclamos ante asesorías públicas, etc. En sí, pese a los posibles cambios en las leyes, Luis está en capacidad de hacer los trámites y su experiencia le permite lograr las peticiones de muchos clientes. Él dice que lo que cambia “es menos la ley y los procedimientos y más la tecnología”.
En este mundo contemporáneo de computadores, que cada vez se hacen más pequeños, potentes y ligeros resulta bastante ajeno a él, incluso cuando su actual lugar de trabajo está rodeado de locales en los que realizan impresiones con plotter de alta calidad. En su memoria, por el contrario, existe todo un registro y juicio crítico sobre una tecnología anterior con la que se ha relacionado de manera amplia: las máquinas de escribir. Él muestra con orgullo su compañera actual de trabajo, una máquina de origen italiano, la Seville 5000. Como ésta, por sus manos han pasado muchas máquinas de marcas como Remington, Royal, Brother, Olympia, de las cuales estas dos últimas han sido siempre sus marcas favoritas. Sabe cómo hacerles mantenimiento, dónde comprar las cintas y cómo cuidarlas.
El escribiente o asesor tributario en la ciudad de Bogotá no es sólo un “terco” que persiste en hacer algo en lo que ha invertido su vida. Es, como los pasos de Luis lo muestran, un ser lleno de saber que ha presenciado la edificación de la ciudad al tiempo que la organización y ha participado de manera activa en este proceso. Cada letra, pasada mediante una tecla desde el dedo directamente al papel, ha nutrido el crecimiento institucional de la ciudad y se ha puesto del lado del ciudadano para interpelar de manera oportuna a quien corresponda. Él como los demás escribientes resisten al cambio, a la virtualización de los trámites y apuestan por sostener un oficio que sigue prestando una versión humana de la necesidad de interlocutor con las instituciones de la ciudad.
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