En el actual Cementerio Central y sus inmediaciones, esta piedra caliza hace presencia por doquier y los usos que se le dan resultan tanto diversos como inquietantes. El primero que habría que mencionar, tal vez el más notorio por sus magnánimos productos, es el de la creación de esculturas destinadas a homenajear la memoria de personajes famosos enterrados en este campo santo. Estos memoriales están a su vez rodeados de otros productos, las lápidas, que si bien no tienen este carácter monumental, no pierden la intención de honrar la memoria de los difuntos en las marmolerías aledañas y encargadas en su gran mayoría por familiares que procuran dedicarle una inscripción al lugar de descanso de sus seres queridos.
También, muy cerca de estas piezas conmemorativas, a unas calles del cementerio, algunas obras que albergan un concepto artístico sobre la memoria de la localidad son producto de un sentimiento o idea de los marmoleros para ornamentar el Parque El Renacimiento, el Parque de los Talladores y el Centro de Memoria. Entre esta variedad de piezas, se cruzan las vidas de los autores de las mismas que narran los distintos episodios de la historia de la ciudad desde el taller de su oficio.
Uno de los memoriales más famosos del cementerio, tal vez el primero con el que se encuentre quien visite la elipse central del mismo, es conocido como La Piedad. Esta pieza fue elaborada por Ermenegildo Luppi a comienzos del siglo pasado en Roma y llegó hasta aquí por encargo de la familia Álvarez Martínez. El tema de esta obra es recurrente en la pintura y escultura europea, particularmente en Italia en donde La Pietá tomó importancia a raíz de las representaciones realizadas por Miguel Ángel o Tiziano donde aparece María, tomando en brazos a su hijo yacente, Jesucristo. Tal como sucede con esta obra, muchas de las esculturas que adornan las tumbas de familias prestigiosas o personajes famosos usan de manera evidente elementos de escuelas artísticas europeas, debido a que fueron traídas desde el exterior por encargo de personas con gran poder adquisitivo. Algunas otras, aunque elaboradas aquí, fueron realizadas por artistas formados en academias de Bellas Artes en el extranjero.
Por otro lado, la posibilidad de adornar los lugares de sepultura de los familiares de esta manera era, por supuesto, un privilegio del que pocos disponían, pero de alguna manera permitió la idea de crear un cementerio en la ciudad de Bogotá sin fracaso alguno durante los siglos XIX y XX.
Aunque la idea venía desde el siglo XVIII es en el siglo XIX cuando se insiste con fuerza en crear un cementerio en la ciudad. El primero en funcionar fue La Pepita, muy cerca del Hospital San Juan de Dios, que terminó siendo el paradero de los cadáveres de personas pobres. Fue tiempo después cuando, siguiendo modelos europeos de manejo de los cadáveres, se planificó un cementerio extraurbano, cuya implementación se vería obstruida por la tradición vigente de las élites, que se oponían a realizar los entierros fuera de las Iglesias. Se impulsó por tanto con mayor fuerza el discurso sobre la higiene, que señalaba la existencia de enfermedades contagiosas que eran propagadas desde las iglesias a causa del hacinamiento de los cadáveres allí enterrados.
La fuerte presencia de la religión católica había hecho extensa la noción de la resurrección desde tiempos coloniales. Esta idea, de encontrarse con un paraíso no terrenal al morir, conducía a pensar que el cuerpo debía estar lo más cercano a Dios para ser acogido en el cielo. Siendo el templo la representación directa de Dios sobre la tierra, enterrar al difunto en la iglesia era la mejor forma de preparar su viaje a dicho paraíso. Incluso la ubicación del difunto dentro del templo era de gran importancia, de manera que sólo los personajes más destacados podían ubicarse cerca al altar principal, en el presbiterio, lugar que era seguido en importancia por la Capilla de la Virgen y el Cristo crucificado.
Tras morir en 1840, Francisco de Paula Santander fue una figura importante en este debate. Los restos de este prócer de la independencia se enfrentan a esta tensión social del gobierno empeñado en promover los entierros en el cementerio y las clases altas aferradas a los valores coloniales que asociaban el prestigio social del difunto — y por supuesto, de su familia— con su entierro en el templo. El caudillo fue inhumado en el cementerio, pero diez años después su esposa tomó la decisión de exhumarlo para llevar sus restos a casa. Volverá al Cementerio Universal (actual Cementerio Central) en 1886 cuando su hermana Josefa lo traería de vuelta. En 1892, por medio del acuerdo número 12 de 1891, se dispone un mausoleo al que se traslada definitivamente.
De alguna manera, con figuras como Santander, se empieza a vincular una noción de prestigio con el entierro en el cementerio, que con el paso del tiempo empezaría a oficiarse por las familias de élite que se suman a esta práctica. Asimismo, las Bellas Artes tendrán un papel importante en este proceso.
El origen de la variedad de este tipo de piezas es conocido por Teófilo Hernández, uno de los marmoleros que se encuentra hoy en las inmediaciones del Cementerio Central. Cuando habla sobre las mismas, señala como algunas de las piezas elaboradas en el siglo XX, como el mausoleo de la familia Portero Ricaurte, condensan la práctica del entierro en el templo al crear un mausoleo cuyos elementos crean cierta similitud al de una iglesia. Él es un artista integral que, como varios de sus compañeros, trabaja con la elaboración de lápidas, aunque esté lejos de ser su única actividad.
Viene de Ibagué, en donde aprendió de manera autónoma a tallar la piedra desde los siete años de edad, cuando tomaba las piedras del patio de su casa y se dejaba llevar por la atracción que sentía de darles nuevas formas. Esta inquietud lo motivó a formarse de manera empírica en la talla de piedra y a dedicarse al estudio del dibujo. Su vida giró desde muy temprano en torno a la enseñanza, habiendo trabajado en el Tolima en proyectos sociales de capacitación en el oficio de la talla de madera. Pero fue en Bogotá en donde exploró con mayor profundidad el trabajo con el mármol, oficio que viene realizando e investigando sin pausa desde hace veintisiete años. Reconoce que al llegar a la ciudad y conocer el trabajo del Cementerio Central se encontró con un oficio limitado por la falta de recursos económicos y educativos. El despliegue creativo en la elaboración de piezas quedó relegado a estas creaciones monumentales antes mencionadas y quienes trabajaban el mármol estaban relegados a una producción estandarizada reforzada por la escasa formación en el oficio. Recuerda incluso que apenas algunos libros de instrucción estaban disponibles en inglés.
Más que un obstáculo, Teófilo encuentra allí una motivación y empieza a promover el trabajo con mármol y la formación en el mismo con algunos compañeros del cementerio. Empieza a movilizar el ideal de que el oficio de los marmoleros locales sea reconocido como patrimonio inmaterial. Al ver que la gente en la gran mayoría no había recibido capacitación buscó, junto a algunos compañeros, maneras de asociarse con el Consejo Local de Cultura de Los Mártires para, a mediados de los años noventa, empezar a dar capacitaciones en dibujo y técnicas artísticas. Luego conseguiría en convenio con la Universidad Nacional de Colombia apoyo para capacitar a algunas personas del sector en talla de mármol y manejo de empresa. Con esfuerzos como estos, varias personas pudieron explorar otros ámbitos de su producción. Así nació la escuela de Talla y Piedra que, si bien no tiene una sede fija, congrega a varias personas dedicadas al arte del mármol y a nuevas y nuevos adeptos, entre los cuales incluso llegó una mujer abogada que optó por dedicarse a este mundo del mármol.
Así pues, estos marmoleros empeñados en mostrar la dimensión artística de su trabajo, protagonizan un capítulo más en la historia de la talla. Al entrar al taller de Teófilo posiblemente se le encontrará lijando alguna pieza en madera, tallando sobre un bloque de piedra, modelando una escultura con plastilina o yeso, grabando inscripciones sobre mármol; todas opciones posibles por la versatilidad de materiales y técnicas que comprende su labor. La amable acogida que el artista da a sus clientes, amigos y vecinos es consecuente con su don de servicio comunitario, evidente en los proyectos que ha adelantado por fortalecer el oficio de la talla y dar a marmoleros y marmoleras más posibilidades para desarrollar su trabajo.
Por supuesto, con tal versatilidad ganada con años de dedicación, la elaboración de lápidas y piezas de conmemoración fúnebre compone sólo un capítulo en el extenso abanico de obras de Teófilo. Ha participado en procesos de restauración, elaborado esculturas y participado de la creación de arte publicitario, entre otras. Tuvo la intención de transmitir esta versatilidad en su escuela y su éxito se evidencia en el Festival de la Piedra y las Flores, evento en el que, desde su primera edición, participaron Teófilo y algunos artistas amigos.
Este festival se celebró por primera vez en el año 2000 y convocó a una serie de artistas del mármol y de las flores a mostrar piezas de exhibición. En este festival se promovió la idea de que los asistentes pudieran tallar pequeñas piedras y llevarse un recuerdo que alimentara su curiosidad por este oficio. Paralelo a este proyecto, que aún se mantiene, se han logrado otros como la inauguración del Parque de los Talladores en Piedra en el año 2011 en la calle 24 con carrera 19B, un lugar que exhibe varias esculturas inspiradas en el patrimonio arqueológico de San Agustín y para cuya creación se convocaron pares nacionales e internacionales. En el parque El Renacimiento y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación también tienen algunas esculturas producidas por artistas que trabajan con piedra y mármol.
Hoy en día, el taller de Teófilo es una clara muestra de la versatilidad del tallador. En una esquina del mismo se encuentran modelos de las esculturas que realiza para festivales, mientras que en la otra se pueden apreciar algunas lápidas con distintas técnicas como alto relieve, retrato o foto escultura. Cuenta con naturalidad cómo, además, quienes como él trabajan el mármol, han desarrollado un papel clave en mantener el patrimonio histórico de la ciudad. Él, por ejemplo, ha restaurado el monumento de La Rebeca, ubicado en la carrera 10ª , recomponiendo sus dedos, la nariz e incluso la vasija. A pesar de esta trayectoria, reconoce que no es una tarea fácil, pues junto con sus colegas se ha enfrentado varias veces con el desmantelamiento de sus obras en lugares públicos.
Es así como Teófilo y los demás artistas del mármol enaltecen hasta hoy en día una labor de la cual se han hecho partícipes con una lucha persistente. Con amor a la profesión mantienen viva una labor artística que contiene un amplio contenido histórico, luchando así por un reconocimiento mayor del gremio y mejoras en su calidad de vida, manteniendo viva su tradición.
Imágenes
El árbol de la Memoria de Mártires" (2014) Teófilo Hernández. Boceto y original