Los frutos de la industrialización y los cambios económicos producidos por la política comercial de libre cambio que caracterizó al Olimpo Radical (1863-1886) empezaron a cimentarse con el nacimiento de empresas productoras y distribuidoras de bienes de lujo y de uso común. En contrapeso al comercio interno de la época, profundamente artesanal y agrícola, las nuevas firmas mercantes e industrias familiares traían a las principales ciudades nuevos productos como consecuencia de la interacción de las familias españolas, francesas, alemanas e italianas llegadas a finales de siglo con las élites locales dueñas de hacendados y agencias comerciales.
De esta manera, aparecieron en la Sabana de Bogotá los nuevos círculos sociales de la élite decimonónica, esta vez vestida con nuevos estilos, ropas y tipos de tela de corte inglés y francés que solían acompañar con la degustación de “finos licores” y alimentos importados; sin descontar la adquisición de artículos farmacéuticos, joyas, perfumes, repuestos de maquinarias y carruajes, además de los servicios de hostelería destinados para los viajeros extranjeros que llegaban en busca de algún negocio o fortuna en el continente americano.
Sumado a este panorama de expansión comercial, también aparecerían estrategias de parte de los comerciantes para hacer más ágil y fructíferos sus proyectos. Es allí cuando aparece el Directorio General de Bogotá (1877) de Jorge Pombo y Carlos Obregón en un momento en el cuál la ciudad empezaba a mostrar unos cambios muy lentos hacia la modernización con la llegada del telégrafo (1865), el Tranvía (1884) y el Ferrocarril de La Sabana (1887), además de la conformación de las primeras industrias, que a diferencia de Europa, no fueron siderúrgicas o textileras en su mayoría, sino alimentarías (cervecerías, chocolate, granos y harinas).
No obstante, la autoría de Pombo y Obregón en este importante documento para la historia económica de la ciudad y el país, tiene su principal valor por reunir dos apellidos que han marcado la historia del comercio en el territorio nacional desde dos regiones estratégicas que se encontraron por las vías de comercio de estos empresarios en la capital. Luego, desde la Costa Caribe, concretamente en Barranquilla, Carlos Obregón llegaría a Bogotá para impulsar el comercio de textiles de su empresa familiar, la Fábrica de Tejidos Obregón, que agenciaba desde su empresa privada Carlos Obregón & Cía.
Por otro lado, Pombo (1853 - 1913), más conocido como poeta e intelectual miembro de la “Gruta Simbólica”, provenía de un linaje de comerciantes caucanos que habían hecho su fortuna con el comercio de oro desde finales del siglo XVIII, lo que les permitió asentarse en Bogotá dando inicio a una intensa actividad comercial de libros, paños y bienes de lujo que les dieron un notable reconocimiento en la capital y el país.
A pesar de la importancia del Directorio General del Bogotá como una novedosa estrategia de comunicación, divulgación y fomento del comercio local a finales del siglo XIX; muchas iniciativas similares habían sido planeadas con un éxito parcial en la ciudad algunos años antes de la publicación del directorio. Una de las más interesantes fue la emprendida por el crítico literario, historiador y político conservador José María Vergara y Vergara, quién en 1865 tras la creación de su diario “El 20 de Julio” inició un proceso similar al Directorio General pero dirigido desde la Imprenta El Mosaico, en donde publicó listados con los datos de los propietarios y la ubicación de los principales centros de comercio, farmacias, escuelas y talleres de la ciudad. No obstante, la empresa comercial de Vergara y Vergara solo pudo mantenerse durante un año por la corta vida que tuvo su publicación.
Por otro lado, la idea de un directorio telefónico solo sería desarrollada 1878 en la importante ciudad comercial de New Haven en Connecticut (EE.UU.) en donde se registraron los 50 locales comerciales de la población que contaban con telégrafo.
Finalmente, la importancia de la divulgación y la comunicación en la construcción de relaciones comerciales entre ciudades, regiones y países es fundamental para entender el desarrollo de las economías de mercado en el siglo XIX, ya que esta era la única forma de promover el consumo y la circulación de productos y bienes que a su vez permiten la llegada de nuevas modas, prácticas culturales, movimientos artísticos e intelectuales y hasta incluso, la formación de élites familiares, círculos sociales o gremios productivos.
Entre tanto, a partir de este documento se reconoce que gran parte de la oferta comercial de la época da cuenta de la importancia que empiezan a tomar los espacios comerciales en la Calle de Florián a raíz de la venta de licores, alimentos, mobiliarios y joyas; además del ofrecimiento de servicios profesionales de los cuáles se destacan los clasificados de promoción de la abogacía, las asesorías comerciales, y como caso curioso, la aparición de tenerías para la curtiembre de cueros en la Quinta de Bolívar.