Por Nicolás Pernett
En el año 2010 se conmemoró con gran pompa el bicentenario de la Independencia con actos en toda Colombia y en la mayoría de los países latinoamericanos. En ese año se vieron grandes ceremonias y la aparición de numerosas publicaciones dedicadas al tema. Lastimosamente, las celebraciones acabaron muy pronto y para 2011 ya no se escuchaba hablar de bicentenarios sino en muy pocos lugares de la geografía nacional.
Sin embargo, hay que recordar que lo que se conmemoró en 2010 fue el inicio del proceso de independencia, que si bien tuvo antecedentes desde finales del siglo XVIII, se empezó a concretar en 1810 con la instalación de juntas de gobierno en numerosas provincias del Nuevo Reino de Granada -notablemente en Santafé el 20 de julio-, y se prolongó durante varios años de azarosas batallas, trascendentales decisiones políticas y grandes gestos de heroísmo, por lo menos hasta la Batalla de Ayacucho en diciembre de 1824. Así que de aquí al año 2024 estaremos recordando continuamente momentos estelares de nuestra historia que cumplen doscientos años de sucedidos.
Este “bicentenario extendido” bien podría ser una ocasión de continuar la reflexión (o por lo menos la recordación) histórica de lo que significó para Colombia e Iberoamérica su separación del Imperio español, y cuál ha sido el balance al cabo de dos siglos. Momentos tan importantes como las constituciones del Socorro de 1810, o la de Cundinamarca en 1811, pasaron en gran parte inadvertidos a pesar de haber sido los primeros precedentes constitucionales en América Latina. Con más interés se festejó el bicentenario de la independencia de Cartagena en noviembre de 1811, por haber sido la primera ciudad colombiana que declaró su independencia absoluta de España -si no contamos la declaración de independencia de Mompox, el 6 de agosto de 1810, y que sí alcanzó a ser incluida en los festejos de 2010-. Pero en un alarmante olvido han pasado los bicentenarios de otras provincias o de acciones tan definitivas de la historia de Colombia como el inicio de nuestras guerras civiles, con las batallas de Ventaquemada y San Victorino, entre los centralistas y los federalistas, el 2 de diciembre de 1812 y el 9 de enero de 1813, respectivamente.
Otros bicentenarios que se avecinan, y pasaron ya, por lo menos de hechos ocurridos en la actual Colombia, fueron la derrota y captura de Antonio Nariño en la Campaña del Sur, en mayo de 2014, la reconquista de Pablo Morillo en Cartagena, en 2015, la muerte de los patriotas a manos de los españoles en Santafé, en 2016, la formación de las guerrillas independentistas en los llanos colombo-venezolanos por Bolívar, Santander y Páez, y su avance hacia la Nueva Granada, en 2018. Y en febrero de 2019 se cumplirán dos siglos del momento que tal vez sea el más importante de la historia de Colombia como República: la instalación del Congreso de Angostura, momento en que el Libertador se inventa un país llamado Colombia, con nombre, símbolos y fronteras, aun antes de conseguir el triunfo militar en las batallas del Pantano de Vargas y el Puente de Boyacá en agosto de 1819.
Antes de todo esto, es importante recordar que en este 2013 la atención de los bogotanos y de todos los habitantes del país se volcó a la conmemoración del bicentenario de un suceso definitivo de nuestra historia: la declaratoria de la independencia absoluta del Estado de Cundinamarca por parte de Antonio Nariño, el 16 de julio de 1813. Este fue el momento en que se empezó a hablar definitivamente de la eliminación de todos los vínculos de sometimiento con España, después de que la revolución del 20 de julio de 1810 solo había alcanzado a constituir un nuevo gobierno local fiel al rey Fernando VII, sin animarse a romper los lazos con la corona, y que la Constitución de Cundinamarca de 1811 había ratificado este estado de dependencia monárquica.
El camino que llevó a la independencia absoluta se inició cuando Antonio Nariño llegó a la presidencia del Estado de Cundinamarca en septiembre de 1811, después de haber provocado la caída del gobierno de Jorge Tadeo Lozano con la publicación en su periódico La Bagatela del artículo “Noticias muy gordas”, en el que denunciaba el grave estado de la nación, y en donde exigía un nuevo gobierno para hacer frente a la posibilidad de una reconquista española.
Después del revuelo que causó esta publicación, y con la ayuda de José María Carbonell y del pueblo de Santafé que se volcó en su apoyo, Nariño asumió la presidencia del Estado de Cundinamarca y lo llevó a una nueva etapa. Se redactó a comienzos de 1812 una nueva constitución, que reemplazó a la de 1811, y en la que Nariño reordenó la administración, pero sin llegar todavía a declarar la independencia del Estado. Pero los azares de la política interna se interpusieron en estos aires de libertad. A finales de ese mismo año, el gobierno de Nariño se vio enfrentado a la hostilidad del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que empezó sesiones en Santafé, pero rápidamente se trasladó a Tunja ante la resistencia de Nariño a apoyar una organización federalista del país. Las diferencias políticas pronto se convirtieron en enfrentamientos armados y las dos ciudades entraron en guerra durante los últimos días de 1812 y los primeros de 1813.
La predicción de Nariño se hizo realidad y las fuerzas realistas fieles a la administración española, fuertes en Quito y en Santa Marta, ganaron terreno y amenazaron por igual al proyecto de Camilo Torres, asentado en Tunja, como al gobierno de Nariño, asentado en Santafé. Por eso el año 1813 fue un año en el que la lucha independentista se radicalizó. A mediados de ese año, por ejemplo, Simón Bolívar lanzó el decreto de “guerra a muerte”, en el que sentenciaba a morir a todos los peninsulares residentes en territorio americano, y pocas semanas después Nariño decidió llegar a algún tipo de acuerdo con los federalistas para enfrentar juntos la amenaza realista.
En un gesto análogo al de Bolívar, Antonio Nariño proclamó el 16 de julio de 1813 la Independencia de Cundinamarca, en la que se dejó asentado que, ante el abandono del rey de España de sus reinos y la necesidad de asumir una posición definitiva frente al inminente arribo de tropas leales a España, una larga lista de notables adictos a la causa de Nariño declara que “de hoy en adelante, Cundinamarca es un Estado libre e independiente, que queda separado para siempre de la corona y gobierno de España y de toda otra autoridad que no emane inmediatamente del pueblo o de sus representantes” y “que toda unión de dependencia con la Metrópoli está rota enteramente”.
Pocos días después, esta declaración fue ratificada por el Colegio Electoral de Cundinamarca y se procedió a una serie de acciones simbólicas que recalcaron el final del dominio español y el comienzo de la autonomía política de la ahora llamada República de Cundinamarca. Entre ellas se vio la quema de la bandera de los reyes Borbones y la destrucción de todos los blasones de esa casa que todavía se encontraran en Santafé y su reemplazo por un nuevo escudo y bandera que el propio Nariño diseñó.
Después de haber dado ese paso fundamental en la orientación independentista del proyecto neogranadino y de ser envestido como dictador de Cundinamarca, una medida extrema para asegurar la rápida toma de decisiones, Antonio Nariño se erigió como la cabeza visible de los patriotas y por eso fue él el llamado a encabezar la Campaña del Sur, expedición militar destinada a arrancar Pasto y Popayán del dominio español, al mismo tiempo que Simón Bolívar se tomaba Caracas en el norte. Si esta campaña hubiera tenido éxito, lo más probable es que el territorio de la actual Colombia hubiera alcanzado su independencia de España mucho más temprano y se la hubiera debido fundamentalmente a Antonio Nariño. Sin embargo, la Campaña de Nariño en el Sur fracasó por motivos que todavía hoy son motivos de controversia, y el Precursor fue nuevamente apresado en mayo de 1814.
Al final, la República de Cundinamarca, como experimento soberano e independiente tuvo una corta vida, pues a finales de 1814 tropas leales al gobierno de Tunja, comandadas por Simón Bolívar, se tomaron Santafé y la sometieron al proyecto federalista; y a comienzos de 1816 entraron en la capital las huestes de Pablo Morillo para poner fin a cinco años de uno de los procesos políticos más intensos de nuestra historia. La historia terminó por demostrar que en esa coyuntura decisiva eran necesarias las posiciones enérgicas y radicales de Simón Bolívar y Antonio Nariño, quienes, en lugar de tratar de acomodarse a los vaivenes de la política peninsular, tuvieron claro desde el comienzo que el único camino era la libertad sin condiciones.
Por ello, la declaratoria de independencia del Estado de Cundinamarca se establece como uno de los sucesos más importantes de la historia de Colombia. A pesar de que nadie puede negar la importancia de los sucesos del 20 de julio de 1810, el 16 de julio de 1813 es la fecha en que por primera vez se empezó a hablar de independencia real y de poder emanado en su totalidad de la soberanía popular. Bogotá y todo el país se debe volver a vestir de Bicentenario para festejar esta importante fecha.