Por Enrique Martínez-Ruiz[1]
Durante los tres siglos que duró el periodo colonial, el crecimiento demográfico de Bogotá fue muy bajo debido a las altas tasas de mortalidad causadas por las pésimas condiciones sanitarias que provocaron continuas epidemias que redujeron la población, especialmente la indígena. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XVIII, la ciudad experimentó un aumento considerable de su población. Entre 1778 y 1800, la población de la ciudad pasó de 16.002 habitantes a 21.464, es decir que en 22 años la población creció en un 34,13%, proporción nunca registrada en su historia[2].
En el siglo XIX, el fenómeno se acentuaría al multiplicarse la población 5 veces. De los más de 21.000 habitantes de 1800 se paso a alrededor de 116.000 en 1912[3], mientras que el espacio de la ciudad creció tan solo 1,81 veces, es decir, algo más que el 80%[4]. Este aumento de su población con un escazo crecimiento del espacio urbano provocó el aumento de su densidad, que se materializó en la división de los predios para albergar a los inmigrantes: se dividieron las casas coloniales, se construyó en sus patios interiores, aumentaron los segundos pisos y se habilitaron pequeñas piezas o tiendas que fueron arrendadas al creciente número de recién llegados[5].
Ya en el siglo XX, el aumento de la población fue cada vez más acelerado. Para 1913 la población había alcanzado los 120 mil habitantes, para 1930 eran 240 mil y fue solo hasta mediados de siglo que alcanzó el millón de habitantes. Ya cruzando el siglo XX llegó a sobrepasar los siete millones de habitantes[6].
Así las cosas, es claro que para 1913, fecha en que se estima llegaron a Bogotá los primeros inmigrantes judíos que conformaron las comunidades organizadas del siglo XX, los inmigrantes internos -que habían llegado a la ciudad a lo largo del siglo XIX-se habían instalado en el único espacio en que podían hacerlo, es decir, en el centro tradicional, causando el deterioro de las condiciones de vida, particularmente de la higiene. La mayor parte de los inmigrantes internos fueron campesinos e indígenas empobrecidos que se transfomaron en los obreros del aun incipiente proceso de industrialización, aunque también se contaron acaudalados provincianos, todos buscando nuevas oportunidades.
Aunque toda la ciudad experimentó el deterioro de las condiciones de vida, los barrios habitados por los más pobres fueron los más afectados, mientras que los que contaron con algún capital prefirieron establecer su residencia en las llamadas “quintas”, las suntuosas casas en las afueras que se favorecían del aire limpio del campo. Justamente alrededor de ese año de 1913 se dieron las primeras iniciativas que llevaron a la fundación de los primeros barrios obreros, aunque hay que decir que vinieron de la iniciativa privada y no de la municipal[7]. Sin embargo, poco contribuyeron a la solución de un problema que se hacía cada día más dramático por el ritmo exponencial con el que crecía la población.
Esa fue la Bogota a la que llegaron los primeros inmigrantes judíos un lustro antes de volverse agentes activos de su transformación urbana. Sin duda era una ciudad por hacer cuyo más grave problema era el hacinamiento de sus habitantes. La necesidad de nuevos espacios urbanos para las clases obreras era una urgencia que se agudizaba con los años sin solución a la vista. Por eso, resulta tan importante la acción de un par de familias judías llegadas por estos años a Bogotá, que con su acción contribuyeron a solucionar la carencia de habitaciones obreras adecuadas, al tiempo que constituyeron un modelo de negocio novedoso. El éxito alcanzado por este por este primer grupo de inmigrantes, impulsó a los inmigrantes judíos llegados a la ciudad en las décadas posteriores a entrar de forma masiva en el negocio inmobiliario.
Los urbanizadores
De todos, tal vez el más notable y primero en relacionarse con la fundación de barrios obreros fue Leo Siegfried Kopp Koppel, alemán nacido en Offenbach del Meno en 1858 en el seno de una familia judía y quien llegó a Colombia en 1876. Dentro de las muchas iniciativas comerciales e industriales que empredió una vez en el país, la Fábrica de Cerveza Bavaría, que fundó en 1889, fue su negocio de mayor impacto. Actualmente es la cervecería más grande de Colombia, si no la única, y los historiadores la han descrito como la primera industria moderna que se estableció aquí[8]. En cuanto al tema que nos interesa, fue justamente esta fábrica de cerveza la que hizo que que Kopp se viera involucrado en el desarrollo de barrios obreros.
Para comenzar a funcionar Kopp debió enfrentar muchas dificultades, pero entre ellas, la ausencia de una mano de obra adecuada para su empresa fue una de las mayores. Como empleados contrató a los campesinos de origen indígena que se reunían en el mercado que se llevaba a cabo cada viernes en un lote muy cerca de su fábrica. Sin embargo, dada la precariedad de los medios de transporte y dado que ellos carencian de comportamientos adecuados al sistema de producción fabril, sus nuevos empleados solían llegar tarde a iniciar sus labores luego de largas jornadas a caballo o a pié desde sus residencias en los poblados periféricos de la ciudad. Y una vez allí, no eran los suficientemente “productivos”, en el sentido más capitalista de la palabra: su ritmo de trabajo no era suficientemete rápido, constante ni mucho sometido a largas jornadas sin descanzo. Por eso, desde finales del siglo XIX, don Leo decidió apoyar la fundación de un barrio para sus empleados en las inmediaciones de su fábrica que le garantizara el disponer de ellos e influir en sus comportamientos.
Recuerdan los moradores del que se llamó entonces el Barrio Unión Obrera fundado en 1912, que el pito de la fábrica se escuchaba por todo el barrio marcando el ritmo de vida de sus residentes. Avisaba la hora de entrada, la hora del almuerzo y la hora de salida, además de variaciones en tono y duración en fiestas católicas, ocaciones especiales e incluso cuando algún trabajador fallecía[9].
Sin embargo, a pesar de lo dicho, no es clara aún cual fue la relación exacta de Kopp con el nacimiento de este barrio. Si bien él no se encargó de su fundación, estimuló y apoyó a los hermanos Daniel y Froilán Vega, los propietarios del lote donde se construyó, para que lo hicieran. Al parecer también, Don Leo compró muchos de los lotes y se los traspasó a sus empleados luego de que ellos amortizaran la deuda a través de pequeños descuentos semanales sin intereses que Kopp hacía sobre sus salarios. Según otros testimonios, Don Leo también les prestó dinero a sus empleados por medio del mismo mecanismo de descuento sobre sus salarios, para que construyeran sus casas en los lotes que habían adquirido.
Así las cosas, las iniciativas industriales de Don Leo lo llevaron a promover la fundación y desarrollo del primer barrio obrero de la ciudad, pero su negocio nunca fue la fundación de barrios. Por eso, para unos, el móvil de las acciones de Don Leo era la garantía de una mano de obra barata y adecuada a la que, además, ataba a su empresa por medio de prestamos que los trabajadores pagaban con su trabajo. Una versión del clásico sistema de endeude.
Sin embargo, para otros, sobretodo para sus empleados y sus descendientes, Don Leo fue un hombre generoso que tan solo buscó compartír el fruto de su prosperidad con los que trabajaron con él por medio de beneficios extracontractuales que mejoraron en mucho sus condiciones de vida. No por nada, los estudios sobre la formación de la clase obrera en Colombia señalan que la Fábrica de Cerveza Bavaria era la que mejores condiciones laborales ofrecía a sus trabajadores en la primera mitad del siglo XX[10]. Tal vez, por eso, luego de la muerte de Don Leo, ocurrida en 1927, los obreros de su fábrica empezaron a visitar el Cementerio Católico Central para pedirle favores al oído a la estatua de bronce que adorna su tumba. Hoy, la práctica se ha popularizado y Don Leo se ha convertido en un santo popular al que se le atribuyen algunos milagros. Cientos de personas suelen hacer fila frente a su tumba todos los lunes, el día de las ánimas, para solicitar la ayuda del llamado Santo Cervecero.
Sin embargo, a pesar de su papel pionero, no fue él quién más se involucró en la fundación de nuevos barrios para obreros en la capital colombiana.
Los ucranianos
Como en otras partes de Latinoamérica, en Bogotá, desde la primera década del siglo XX, los inmigrantes judíos empezaron a establecer diversos tipos de negocios relacionados con el comercio de mercancías. El desempeño del oficio particular que habían aprendido en sus lugares de origen les permitió fundar algunas pequeñas industrias , así como la venta ambulante de mercancías a plazos. Pero al final de la segunda década del siglo, frente al crecimiento acelerado de la población y el déficit de vivienda, unos pocos establecieron compañías de urbanización para entrar en el negocio inmobiliario urbanizando barrios en el centro y la periferia, y luego, desde finales de la década de 1920, en el negocio de la construcción.
El primero del que tenemos noticia fue José Eidelman, natural de Besarabia en el extinto Imperio Ruso, quien a mediados de abril de 1919 obtuvo aprobación para urbanizar el Barrio La Paz y en julio ya estaba haciendo lo mismo con el Barrio Santa Fe. Según una entrevista que concedió por la época, antes de llegar a Bogotá, en noviembre de 1918, ya había entrado en el negocio de fundar barrios cuando estuvo viviendo en Lima y Río de Janeiro[11]. Durante la década siguiente Eidelman urbanizó siete barrios en otras regiones del país (El Santander, Murillo Toro y San Antonio en Giradot; Jorge Isaacs en Cali; Rodríguez Torices en Cartagena; Bellavista en Santa Marta y uno más en Zipaquirá en el sector de Llano de Ánimas).
Pero volviendo a Bogotá, inmediatamente le fue concedida la licencia a Eidelman para urbanizar el primer barrio, Salomón Gutt, llegado a Colombia alrededor de 1913 junto con su primo y cuñado Moris Gutt, naturales de la región de Kherson también en el Imperio Ruso, entraron en el negocio. Ese año Salomón inició la urbanización de los barrios Siete de Agosto, Gutt y Marly al norte de la ciudad y del barrio La Floresta y el Pasaje Gutt en el centro. A finales de ese año de 1919 Gutt había centralizado sus operaciones en una sociedad que denominó “Compañía Constructora y Protectora”, en cuyo honor bautizó su siguiente proyecto como barrio La Constructora, hoy llamado Alfonso López, fundado al año siguiente.
En total, durante la década de 1920, Salomón aparece relacionado con la urbanización de seis barrios: San Bernardino, Santa Lucía, Claret, La Concordia, una urbanización en el cruce de la calle 2 con carrera 3 y, como ya se dijo, con el barrio La Constructora.
Rubén Possín, otro cuñado de Salomón, urbanizó por su cuenta el barrio 20 de Julio entre 1923 y 1929. Hasta 1933, Salomón, Moris y Rubén, cuñados entre sí, emprendieron las urbanizaciones de otros seis barrios: Puente Aranda, Las Ferias, La Providencia, Santa Sofía, Santa Inés y San Pedro. En total, la actividad de estos cuatro hombres llevó a la fundación de al menos 20 barrios en Bogotá durante dos décadas.
Como se ve, estos cuatro hombres -particularmente Salomón Gutt- fueron prolijos urbanizadores que participaron de la densificación del centro y la expansión de la ciudad hacia las periferias norte, sur y occidental, en donde construyeron barrios obreros tradicionales. No es claro cómo otros inmigrantes judíos empezaron también a invertir en el negocio inmobiliario, pero las sociedades que Salomón estableció con sus cuñados Rubén Possín y Moris Gutt, muestra que, como en otras épocas, las redes de parentesco sirvieron de base para el establecimiento de redes comerciales que involucraron a un número creciente de familiares y amigos en los negocios, quienes a su vez, trajeron consigo a los suyos.
Las estrategias
Convencer a los obreros de la ciudad y a una naciente clase media que buscaba asegurar el capital que consolidaban no fue una tarea fácil para los recién convertidos en empresarios de la ciudad. Por eso debieron emplear varias estrategias para hacelo. En primer lugar, dieron a conocer sus urbanizaciones por medio de grandes avisos publicitarios aparecidos en varios periódicos de la ciudad en los que informaban la localización precisa de los barrios, las comodidades con que contaban como cercanía al tren o tranvía, calles amplias, solares espaciosos, parques, plazas de mercado, aire limpio y provisión de agua. También las condiciones de los créditos que otorgaban.
Según éstas, los lotes eran pagaderos a plazos semanales que los urbanizadores se encargaron de hacer ver como una forma de ahorro que, además de la propiedad del lote, garantizaba una rápida valorización, lo que aumentaba el capital invertido. Además, realizaron rifas periódicas entre los compradores que entregaban inmediatamente la propiedad de los lotes a quienes venían amortizando cumplidamente su deuda.
Y, por si fuera poco, ofrecieron un seguro de vida que garantizaba el traspaso de la propiedad a los familiares en caso de muerte del comprador. Eidelman, además, para promover la venta de sus lotes, construyó la primera casa del barrio La Paz, una pequeña casa a la que llamó Quinta Sión y que adornó con una estrella de David colocada sobre la entrada principal. En ella residieron los familiares de José que fueron llegando a la ciudad hasta que, años después, la vendió en permuta por unas tierras en un municipio cercano a Bogotá que dedicó a la agricultura. Por último, según una de las crónicas de las comunidades judías de Bogotá, los Gutt también construyeron las iglesias de los barrios que fundaban para atraer a los obreros, que a pesar de la influencia de las corrientes socialistas que los llamaban a alejarse de la religión, seguían manteniendo una fuerte vínculo con la iglesia católica.
Conclusión
Visto esto, no queda duda del papel que jugaron los inmigrantes judíos con el proceso de formación de las clases obreras de la ciudad. En el caso de Don Leo, la escasez de mano de obra adecuada, disponible y suficiente para satisfacer sus iniciativas industriales lo obligaron a crearla en el sentido más amplio de la palabra. Para esto la fundación de el primer barrio obrero de la ciudad fue fundamental. Le garantizó la diponibilidad de mano de obra al tiempo que le permitió influir en los comportamientos de los campesinos de origen indígena para transformarlos en los obreros que tanto necesitaba. Por medio de prestamos logró garantizar su fidelidad a la compañía además de otro sínúmero de acciones de corte paternalista.
Sin embargo, su caso es excepcional. El caso de los inmigrantes ucranianos es distinto. Ellos se dedicaron al negocio urbano aprovechando la demanda creciente de nuevos barrios por parte de la naciente clase obrera a la que la ciudad no daba solución.
Aunque su proyecto no fue el de formar una nueva clase social ni mucho menos influir en los hábitos de los campesinos recién llegados a la ciudad, la persecusión de sus objetivos los llevó a hacerlo. Por medio de la publicidad promovieron la difución del continuo semántico entre los conceptos de “Ahorro, Propiedad y Progreso”, que está en la base del sistema de acumulación capitalista. También, y en este punto sería interesante profundizar, promovieron nuevos conceptos de habitar más cercanos al espacio de las ciudades y lejanos al mundo rural. En últimas, lo que hicieron fue promover las creación de espacios urbanos modernos donde se forjó la identidad de una nueva clase social que poco a poco fue tomando lugar en los nuevos barrios que construyeron; barrios que están en la base de la historia obrera de la ciudad.
De manera general, la acción de este grupo de empresarios promovió la expanción de la ciudad hacía su periferia norte, sur y occidental además de promover el aumento de la densidad del Centro colonial por medio de la renovación del inventario de edificios que allí se ubicaban, ayudando a resolver el grave problema habitacional que enfrentó la ciudad por la época.
Finalmente, con su accionar sentaron las bases de un modelo de negocio que se convertirá en una estrategia importante de los inmigrantes judios posteriores y sus descendientes colombianos para reconstruir sus vidas en Colombia tanto a nivel individual y como comunitario.
[1] Antropólogo y Magister en Historia y teoría del arte, la arquitectura y la ciudad de la Universidad Nacional de Colombia. Doctor en Historia de la Universidad de Tel Aviv, Israel. Este trabajo se basa en parte de los resultados de la investigación que realizó como trabajo de grado de maestría presentados en agosto de 2010 y al tiempo constituyó la base de la investigación realizada bajo la supervisión de los profesores Ph.D. Raanan Rein y Ph.D Germán Mejía Pavony. Esta investigación fue publicada en 2018 como libro por la Pontificia Universidad Javeriana bajo el título "Quinta Sion. Los judíos y la conformación del espacio urbano de Bogotá". Artículo publicado originalmente en la edición 9 de la revista del Archivo de Bogotá, en noviembre de 2014.
[2] Julián Vargas Lesmes, 1988. Historia de Bogotá, Tomo I. Bogotá: Villegas Editores y Fundación Misión Colombia, pp. 303-305.
[3] Germán Mejía Pavony, 2000. Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá, 1820-1910. Bogotá: Centro Editorial Javeriano (CEJA), pp. 303-305
[4] Mejía Pavony, 2000… pp. 341.
[5] Mejía Pavony, 2000… pp. 297, Quinta lectura: Los hombres y los espacios.
[6] Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional, “Evolución de la Población” [documento en línea]. Bogotá: Red Bogota del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia y Secretaría de Hacienda Distrital. Consultado el 31 de diciembre de 2009 en: www.redbogota.com/endatos/0100/0130/01311.htm
[7] Patricia Pecha Quimbay, 2008. Historia institucional Caja de Vivienda Popular 1942-2006. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, pp. 25.
[8] Edgar Augusto Valero, 1998. Empresarios, tecnologías y gestión en tres fábricas bogotanas 1880-1920. Un estudio de historia empresarial. Santafé de Bogotá: Escuela de Administración de Negocios (E.A.N), pp. 165
[9] María Emperatriz Torres Mora, 1992. Por la calle 32: historia de un barrio. Santafé de Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá.