Los primeros bogotanos que vieron cien fueron los de finales del siglo XIX, en San Victorino, lugar en donde se proyectaban películas sobre unas sábanas enormes entre dos postes, “pero cuando había viento las figuras se alargaban o se embombaban”, según dice el investigador Jairo Andrés Ávila Gómez en su tesis de grado titulada Procesos urbanos y transformaciones sociales en torno a las salas de cine de Bogotá, con la cual obtuvo el título de Mágister en Urbanismo de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.
“Algo parecido pasaba en el Camellón Central del Parque de la Independencia, entre el Paseo Bolívar y la Carrera Séptima, cuando daban cine en el parque. La cosa mejoraba cuando la función era en el Pabellón de la Industria, para los que tenían boleta de primera y quedaban dentro del salón; los de popular veían la película desde afuera a la intemperie”.
Teatro Murillo 1944
El proceso de popularización masiva del cine, sin embargo, se dio entre los años 1940 y 1969, cuando comenzaron a instalarse las primeras salas de barrio y sectores periféricos de Bogotá y diversos empresarios se dieron cuenta del potencial económico y de lucro. Aparecieron, entonces, el Teatro Junín en el barrio Santa Lucía, el Santa Cecilia en el Olaya Herrera, el Unión en La Perseverancia, y los teatros Las Cruces y Quiroga en los barrios homónimos.
Teatro Santa Barbara 1944
Al decir de Ávila Gómez, factores como la migración masiva del campo, que comienza a saturar las estructuras de la ciudad, la creación del Distrito Especial y la aparición de nuevas tecnologías de proyección, además de la aparición del servicio de televisión abierta, coinciden para el auge de las salas de cine de barrio. “En sectores de vivienda obrera como el Restrepo, el 20 de julio, el Santa Cecilia, el Santa Lucía y el Santander, al sur de la ciudad; el Samper Mendoza al occidente, y en barrios del sector del 7 de agosto como el Benjamín Herrera y el Rafael Uribe al norte, se construyen varias salas de cine que corroboran la tendencia descentralizadora de la actividad”.
Teatro Translux 1949
Con el Plan Regulador de Wiener y Sert, elaborado en 1953, se hizo énfasis en la necesidad de construir en el equipamiento urbano, desde lo público y lo privado, servicios sociales y áreas verdes que contribuyeran al esparcimiento y la sana distracción: salas de cine, reuniones y conferencias, mercados tipo americano en el norte y centro de Bogotá, almacenes y talleres de aprendizaje, cafés y restaurantes y oficinas de correos y teléfonos.
En los años cuarenta ya existían en Bogotá 21 teatros, cuya programación daba prioridad al cine mexicano, seguido por el estadounidense, el argentino y algunas películas francesas e italianas. “En la década de los años cincuenta se observa cómo la aparición de teatros seguía siendo importante en la zona central, y así mismo, cómo sobre la carrera 13 y la Avenida Caracas –desde la carrera 26 hasta la calle 62, la consolidación comercial de estos ejes viales impulsa la ampliación del sistema exhibidor hacia la zona norte”, acota el autor. Así ocurrió en los años cincuenta, con la aparición del Teatro Cádiz y el Teatro Adriana, en el Centro Urbano Antonio Nariño.
Teatro Roma 1947
El auge de las salas de barrio comenzó a finales de los años noventa y principios del siglo XXI, cuando la aparición de los centros comerciales o malls, la televisión por cable, sumado al auge del alquiler de películas en video, fue cambiando el hábito de consumo de cine. Múltiples salas de cine de tamaño reducido, localizadas en los centros comerciales y ajustadas a una amplia variedad de oferta para públicos cada vez más segmentados, y con una demanda de calidad superior en términos de comodidad, sonido e imagen, aislamientos acústicos y sistemas de sonido ultra especiales, fueron languideciendo el cine en los barrios populares.