La Pandemia de la Gripa, que para principio de siglo XX había dejado en Europa 20 millones de muertos, llegaba a Colombia. El pánico fue apoderándose tanto de ricos como de pobres, siendo estos las principales víctimas de estas epidemias. Para el siglo XIX, en Europa y Estados Unidos la industrialización aceleró el proceso de urbanización llegando al descontrol. Esta situación generó problemas de falta de habitaciones con las condiciones sanitarias adecuadas, de exclusión y pobreza, facilitando la propagación de enfermedades. Las élites miedosas ante esta situación, tuvieron que tomar cartas en el asunto, sin que esto implicara solucionar la pobreza de forma estructural; lo que les interesaba era que se contuviera esa propagación de enfermedades. Este fantasma cubrió en menor escala a Colombia.
A finales del siglo XIX en países como Estados Unidos e Inglaterra (y en Europa en general), el problema de hacinamiento de las clases obreras era preocupante. La industrialización se desarrollaba a toda marcha. Una gran cantidad de habitantes rurales emigraron hacia las ciudades buscando nuevas oportunidades. Esta transición urbana provocó hacinamiento, segregación social y falta de acceso a servicios públicos. El equipamiento urbano no era suficiente y estas personas llegaban a instalarse a espacios reducidos sin ventilación y sin la posibilidad de acceder a servicios como el acueducto y alcantarillado.
Tanto en Bélgica como en Inglaterra, las élites políticas, debido a las enfermedades que se expandían con gran facilidad, se vieron obligadas a dar respuesta a la escasez de residencias con mínimas condiciones higiénicas. En la Exposición Universal de París de 1867, y en el I Congreso Internacional de Casas Baratas de 1889, se comenzó a discutir sobre la vivienda obrera. Países como Argentina y Chile se vieron obligadas a también dar respuesta a este fenómeno, siendo que este último proclamó en 1906 la Ley de Habitaciones Obreras. Colombia, y principalmente Bogotá, no se quedaba atrás con relación a esta situación de carácter global. El Registro Municipal es una magnífica fuente para evidenciar esta problemática que se presentaba en Bogotá en las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX.
En nuestra ciudad, para finales del siglo XIX, se evidenciaba un proceso de industrialización incipiente, pero suficiente para crear una fuerte emigración del campo a la ciudad, alentada igualmente con el inicio de la Guerra de los Mil Días. Muchas de estas personas llegaban a instalarse en habitaciones con espacios reducidos, sin ventilación y sin servicios básicos, llamados “tiendas”. Como respuesta a esta situación de insalubridad, la municipalidad creó la Junta de Higiene, en 1887. El mayor problema para esta Junta era que el servicio de acueducto se restringía a una parte de la ciudad, igual que el servicio de alcantarillado.
Germán Mejía en su libro Los Años del Cambio manifiesta que para el periodo de 1884 a 1898 el rápido y exponencial crecimiento demográfico que se estaba presentando en años anteriores, simplemente se frenó. Esta situación generó preocupación entre las autoridades de la ciudad pues estaba aconteciendo más muertes que nacimientos. En el Registro Municipal de 11 de enero de 1892, número 534, la Alcaldía de Bogotá expresaba esa preocupación. En esta publicación se argumentaba que las razones de que se presentara mayor cantidad de muertes que de nacimientos en la ciudad eran tanto el bajo estado de sanidad como la falta de un barrio para la clase pobre u obrera.
Para ese momento, la Alcaldía resaltaba la imperiosa necesidad de mejorar las condiciones de las viviendas para los obreros. Estas “tiendas”, como se expuso anteriormente, por lo general no contaban con ventilación ni excusado, además que convivían un gran número de personas con sus animales domésticos en el mismo espacio que era usado como alacena, cocina y habitación a la vez. Y no solo la Alcaldía de Bogotá, por medio del Registro Municipal, expresaba su angustia, el Concejo Municipal en sesión de 24 y 28 de octubre de 1913 manifestaban gran preocupación por las viviendas de los sepultureros no solamente por la preocupación de contagio de enfermedades sino por la estética ominosa que presentaba esa parte de la ciudad (calle 26, frente al cementerio):
“se impone hace mucho tiempo la construcción de pequeñas habitaciones para los sepultureros, en remplazo de las miserables chozas que hoy existen, pues estas se hallan en condiciones inaceptables y presentan una apariencia que no corresponde en nada con los esfuerzos que el municipio ha hecho siempre por presentar una ciudad digna de ser capital de la República”
Un agravante en todo este escenario era que los habitantes de estas “tiendas” no tenían otra opción sino botar a las calles sus “inmundicias” provocando malos olores, pestes y enfermedades. Otra de las preocupaciones que planteaba la Alcaldía era que veía lejanas las soluciones a esta problemática. Efectivamente, fue una intuición correcta pues la primera ley que pretendía controlar y contribuir a la construcción de vivienda para los más pobres de la ciudad solo se promulgó hasta 1918 y conjuntamente se creó la Junta de Habitaciones para Obreros, en 1919. La ley a la que se hace referencia es la Ley 46 de 1918 “Por la cual se dicta una medida de salubridad pública y se provee a la existencia de habitaciones higiénicas para la clase proletaria”, precisamente un mes después de que la ciudad viviera la última gran epidemia de gripa. A la par, la Junta Central de Higiene expidió el acuerdo 40 del 10 de julio de 1918 “Sobre higiene de construcciones”.
Tendríamos que esperar hasta el año para que se construyera el primer barrio obrero (en contraposición a los barrios residenciales en los que habitaba la burguesía) hacia 1930. A pesar de que estas acciones no fueron suficientes para evitar la construcción indiscriminada de vivienda sin las condiciones mínimas, si logró disminuir y alejar de la ciudad la propagación de enfermedades.