Por Diego Vallejo Díaz
Es difícil imaginar el tradicional paseo por la carrera séptima desde la Plaza de Bolívar hacía el norte (septimazo), sin pensar en los vendedores de comida, libros o credenciales que se encuentran a lo largo del mismo. Así mismo, toda Bogotá está hecha, históricamente, de personas que le dan vida a sus calles, haciendo que los lugares sean más que cruces y aceras de tránsito. A continuación, nos acercaremos a las calles de la Bogotá de los años 80 desde algunos documentos del Archivo de Bogotá para ver a sus gentes construyendo ciudad a través de la comida.
1.) Entre el mercado y la plaza
La necesidad básica de proveerse de alimentos ha motivado la existencia de mercados a lo largo de la historia. Los mismos han sido siempre espacios de encuentro para la comunidad. En la Bogotá del siglo XX hubo muchas preocupaciones respecto a las condiciones en que los mismos se establecían. Fue precisamente el siglo pasado el protagonista de un cambio motivado por la modernización de la ciudad en términos arquitectónicos y de higiene: el paso de los mercados al aire libre a la creación de plazas de mercado. Las primeras décadas del siglo vieron la traída de productos de la zona rural para su venta directa en las aceras de la ciudad: En la Plaza España y Paloquemao se encontraban variedades de flores, en las inmediaciones del extinto DAS se encontraban yerbas de todas las regiones.
Plaza de la Concordia. Foto de Vicky Ospina, Archivo de Bogotá.
La preocupación por modernizar de la ciudad tuvo como resultado la gestión de estos espacios que de manera progresiva fue creando plazas como espacios cerrados. Sin embargo, esto no sucedió de manera inmediata. En 1960 se crea la Empresa Distrital de Servicios Públicos, a la que se le asigna, entre otras, la labor de administrar estas plazas.
Izquierda: Logo de la EDIS puesto sobre sus planos de las plazas de mercado. Derecha: Proyección ideal de la plaza de mercado de San Cristóbal Norte realizada por la EDIS. Archivo de Bogotá, no. topográfico: R101.03.046.02
A pesar de su gestión, que intentó reformar las plazas ya existentes y generar algunas nuevas para mercados tradicionales, los comerciantes seguían ejerciendo sus actividades entre el terreno delimitado y los alrededores. Además las plazas tardaron bastante tiempo en tener las condiciones ideales de espacios contenidos con servicios públicos adecuados. La idea de hacer de las plazas lugares absolutamente controlados e integrados con el gusto de la “Atenas de Suramérica” fue poco exitosa.
Plaza de Las Cruces. Fotos de Hernán Díaz, Archivo de Bogotá.
En ocasiones, aun administradas por la EDIS, no eran más que delimitaciones de terreno al aire libre en las que familias campesinas seguían viniendo como de costumbre a ubicar bultos de su producto en el suelo para ponerlas a disposición de los vecinos.
Plaza de la Concordia. Foto de Vicky Ospina, Archivo de Bogotá.
Familias enteras hacían parte de esta actividad. El suelo cubierto de hojas y cáscaras junto al que caminaban los paseantes era parte de la ciudad. Un atisbo de la vida campesina estaba ante los ojos, oídos y narices de los capitalinos en sus paseos.
Plaza de la Concordia. Foto de Vicky Ospina, Archivo de Bogotá
2.) Chuzos y fritos
En febrero de 1981 algunos periódicos transmiten la preocupación del distrito a causa de la expansión cada vez más grande de venta de fritanga en zonas como la Avenida Primera de Mayo, Avenida las Américas entre la carrera 76 y la Avenida 68, Calle 63 con carrera 57 y en la Avenida Boyacá con calle 13.
Izquierda: El Espectador, 16 de Febrero de 1981. Derecha: El Tiempo, 14 de Febrero de 1981.
La existencia de puestos de comida que estaban expuestos a la intemperie era alarmante para las autoridades, como lo declaró Luis José Villamizar, secretario de salud de la época, quien anunciaba la imposición de medidas de higiene como “el establecimiento de anjeos protectores, el uso de pinzas, tenacillas, guantes y uniformes” (El Tiempo, El Tiempo, 15 de Febrero de 1981). Se culpaba a la mala preparación de estos alimentos de causar enfermedades contagiosas.
La República, 14 de Febrero de 1981
Pero pese a lo que pudiera implicar en términos sanitarios, la existencia de la “venta callejera” de comida era y sigue siendo parte de la vida de los bogotanos. Había familias enteras involucradas en la producción de estos alimentos y como los mismos diarios de la época lo señalan, esta actividad constituyó una posibilidad de sobrevivir.
Plaza de las Cruces. Foto de Vicky Ospina, Archivo de Bogotá
Pese a las regulaciones, los bogotanos habían hecho parte de su ciudad la fritanga, los chuzos, las papas rellenas, el ponche y otras comidas más. Los paseos de los domingos por las calles de la ciudad hacían que los puestos fueran más y más demandados.
Parque Santander. Foto de Vicky Ospina, Archivo de Bogotá
Probablemente, dicho arraigo tuvo que ver con la parcial inclusión de esta tradición dentro de la planeación moderna de la ciudad, como sucedió en las plazas de mercado de Suba y de La Perseverancia, en cuyos planos se incluyó un espacio destinado al establecimiento de cocinas para fritanga, por supuesto, con cierta observancia a las normas de higiene exigidas.
El Campin. Foto de Vicky Ospina, Archivo de Bogotá
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