A casi todos los viajeros que pasaron por Bogotá hacia finales del siglo XIX, les llamó la atención el hecho de que la ciudad tuviera tantas iglesias y conventos. Era una ciudad pequeña, que no pasaba de 260 hectáreas de extensión, con cerca de 96 mil habitantes, casi conventual y provinciana. Tenía, en efecto, quince iglesias, diez asilos, ocho bancos, una fábrica de cerveza, tres compañías de ferrocarriles y ya contaba con servicio de teléfono, acueducto y energía.
Sin embargo, de todas las iglesias coloniales de Bogotá la demolición de dos de ellas sigue siendo considerado un atentado contra el patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad: la iglesia de Santo Domingo, demolida en 1939, y la iglesia de Santa Inés, demolida en 1957.
El convento de Santo Domingo fue en su momento el más imponente y bello edificio de la ciudad: estaba conformado por la iglesia, el claustro conventual y la universidad Santo Tomás. Construido en 1550, perteneció a la comunidad dominicana hasta 1861, cuando fue expropiado por el general Mosquera y fue adaptado como oficina de correos y telégrafo. En abril de 1939, tras meses de polémicas y debates, se inició su demolición para construir el edificio Murillo Toro, conocido como Palacio de las Comunicaciones.
La iglesia y el templo de Santa Inés, llamada así en honor de la monja dominica Inés de Montepulciano y que databa del siglo XVII, fueron demolidos en 1957 para los trabajos de ampliación de la carrera Décima.
El único vestigio que se conserva de esta bella iglesia, por así decirlo, es una fotografía del alemán Paul Beer tomada semanas antes de que se iniciara su demolición. Con la demolición de estas dos iglesias desapareció para siempre un bellísimo legado colonial.