Por Luis Enrique Rodríguez - Investigador Archivo de Bogotá
El cabildo tenía dentro de sus principales funciones el adecuado abastecimiento de agua. Sin embargo, fue en 1695 que la corona española otorgó a la ciudad de Santafé el permiso para controlar y regular la provisión de agua, legitimando el cobro por su utilización.
Aunque la ciudad disponía de una relativa abundancia de aguas y fuentes de altura que la suministraban por efecto de la gravedad, los periodos alternados de clima seco y húmedo –abundancia y escasez- contribuyeron a darle un valor especial a la provisión constante de agua.
Foto: Fondo Acueducto de Bogotá / Archivo de Bogotá
En los primeros tres siglos de su existencia, Santafé tuvo tres acueductos principales, alimentados de diferentes fuentes de agua movidas por la gravedad: Agua Vieja, Agua Nueva y San Victorino; por otra parte, la ciudad construyó pilas para su abastecimiento en las principales plazas y plazuelas, encargándose el Cabildo de su mantenimiento. Tal cuidado consistía en la reparación y limpieza de las acequias que periódicamente se taponaban de barro, eran dañadas por el paso de carromatos tirados por bestias o se contaminaban con los desperdicios que la ciudad arrojaba a sus cauces.
El Cabildo, con base en la autorización llamada mercedes de aguas, tenía el derecho al usufructo por el ramo del agua, cobrando a los habitantes el servicio de suministro y las inversiones en obras. Las tarifas cobradas según acueducto eran:
Acueducto |
Matrícula |
Pensión anual |
Aguavieja |
25 pesos |
5 pesos |
Aguanueva |
100 pesos |
5 pesos |
San Victorino |
200 pesos |
10 pesos |
Durante toda la historia administrativa del Cabildo el mantenimiento de acequias y acueductos tuvo un tratamiento descuidado, en buena parte debido a que el cargo de fontanero o la labor de mantenimiento era un empleo que se compraba en un remate y, por lo general, tuvo muy bajos réditos. En 1685, el cargo costaba 120 pesos y la vigencia del remate se extendía a 10 años.
Para el siglo XVIII, las labores de mantenimiento y reparación fueron más complejas por lo cual se nota una mayor dedicación presupuestal a este asunto. En 1719, un albañil remató el cargo por 230 pesos anuales. El acuerdo incluía la "dotación" de dos indios que lo asistieran en el trabajo de reparación y mantenimiento de cañerías.
Hacia finales del siglo XVIII había crecido el aparato institucional dedicado al ramo de aguas. Este ejercía su autoridad sobre el consumo urbano pues el Cabildo tenía en ese momento un regidor de aguas y un fontanero. Ello se explicaba también en el crecimiento del número de habitantes de la ciudad y su demanda del recurso que, por consiguiente, implicó un aumento del número de fuentes de distribución del líquido.
Sin embargo, lentamente se fue configurando una situación de crisis, dado que las hoyas hidrográficas seguían recibiendo el impacto de la deforestación de sus cuencas debido al consumo de leña como elemento energético básico de la ciudad: iluminación, cocinas, hornos, chimeneas y fogatas requerían de la madera. Por otra parte, aportaba a la crisis la dependencia de las condiciones climáticas para el buen funcionamiento de los acueductos existentes y la relación entre el aumento de la demanda de agua y su disponibilidad.
Bibliografía. Para esta nota se consultaron los siguientes libros: