Por Luis Enrique Rodríguez - Grupo de Investigaciones Archivo de Bogotá
En principio, en el siglo XVI, fueron los ríos San Francisco y San Agustín los que condicionaron la forma geográfica de la ciudad. Los ríos demarcaron el corazón de la urbe en cuanto aseguraron el aprovisionamiento de agua, dieron fuerza motriz a fábricas y molinos y fueron utilizados para dar solución, aunque parcial, a los agobiantes problemas del aseo que tuvo Bogotá. En conjunto las altas montañas y las pequeñas corrientes de agua influyeron en gran manera sobre el ordenamiento espacial que adquirió la ciudad desde su fundación hasta los primeros años del siglo XX.
Fotografías: Fondo Acueducto de Bogotá EAAB - Archivo de Bogotá
Los ríos San Francisco y el San Agustín cruzaban la ciudad. Otros dos riachuelos también la recorrían en los suburbios del sur, el de San Juanito y el de la Calera. Existían pequeños arroyos y quebradas que desembocaban en los ríos nombrados. Quebradas del Hoyo, del Venado, de Guadalupe, de San Bruno, de Mi padre Jesús, del Zanjón, del Aserrío, del Teñidero, y del Soche.
Otros ríos como el Arzobispo y el Fucha sirvieron para el abasto de aguas desde épocas coloniales, pero solo quedaron integradas al casco urbano en el siglo XX. El río San Francisco de lecho profundo y orillas escarpadas e irregulares, se erigió en accidente geográfico que separaba entre sí a las parroquias de la Catedral, Las Nieves y San Victorino.
Una relación de ríos según las parroquias de la ciudad nos muestra que la parroquia de Las Nieves estaba cruzada por las quebradas de San Diego, del Hoyo, del Venado, del Agua Nueva y de Guadalupe. La parroquia de La Catedral por la quebrada de San Bruno y el Río San Francisco. La parroquia Santa Bárbara por las quebradas de Manzanares y de la Mosca, por los ríos San Agustín, San Juanito y San Francisco; y por la acequia de los Molinos. Y finalmente la parroquia San Victorino por el Río San Francisco.
Las aguas de ríos y arroyos, que con frecuencia bajaban turbias, no siempre eran aptas para el consumo humano, caso en el que era necesario recurrir al filtrado a través de lechos de arena fina que permitían retener las impurezas. Los pozos y aljibes resultaron poco productivos pues la sismicidad de la ciudad hacía cambiar los cursos de ríos y quebradas de continuo. Y el abasto desde los pozos era cada vez peor debido a la disminución de la fuente.
Los ríos y quebradas fueron sometidos entonces al uso de presas o azudes para retener o desviar una parte del curso que iba a un depósito y que por ser tomada desde la parte alta del curso del río o quebrada, garantizaba su limpieza. En estos menesteres los cabildos procuraron determinar zonas vedadas para lavar ropas, verter aguas negras, cosas que generalmente se hacían en las partes bajas de los cursos de agua.
Fotografías: Fondo Acueducto de Bogotá EAAB - Archivo de Bogotá
La Real Audiencia, preocupada por el desaseo del Ríos San Francisco, del que se obtenía el agua para la ciudad y que se había convertido en fuerza motriz para molinos de trigo y lavandería pública; determinó en marzo del año 1557 que "en adelante, en ningún tiempo se monte molino en el río San Francisco desde el puente hacia arriba, que no se lave río arriba ni se echen ningunas inmundicias para que dicho río esté limpio." Frente a esta circunstancia el Cabildo vio la necesidad de desarrollar otros proyectos para el abasto de agua.
Bibliografía: