Boyacá ha sido tradicionalmente un departamento religioso. Lo dicen sus iglesias, sus templos y sus conventos, lo afirman sus hermosas y detalladas custodias, y lo confirma el mismo pueblo en sus romerías. Pero también ha sido un pueblo migrante por excelencia, en una gesta que los condujo hacia Caldas y Tolima y, naturalmente, hacia Bogotá, ya desde los albores del siglo XIX. Como dijo hace muchos años el filósofo bogotano Hernando Martínez Rueda, la historia de Colombia no ha sido sino la perpetua tentativa de la provincia, siempre coronada por el éxito, por llegar a la capital.
Para los boyacenses que arribaron a la capital en los años veinte, y aún más antes, Bogotá fue como un hechizo y un desafío. Aquí coexistían dos mundos: el de las casonas de inquilinato que alojaban a los forasteros, y el de las residencias vecinas y herméticas, que habitaban personajes de antiguos abolengos en desuso. No era así –por supuesto- en la región de zaguanes abiertos y anchos patios de donde provenían aquellos migrantes, con casas de balcones andaluces y tejas de barro cocido, en donde estaba asentada la despensa del altiplano, que aportaba –y sigue aportando- verduras, legumbres, papa, maíz, cebada, caña, trigo, plátano y frutales, de los cuales depende en parte la garantía de la seguridad alimentaria de la capital.
La migración boyacense hacia Bogotá fue una empresa quizás dispersa en el tiempo y en las circunstancias, pero que trajo consigo un desarrollo económico y empresarial indiscutible a la ciudad. Hoy, alrededor de un 34 por ciento de quienes viven en la capital son de origen boyacense; es decir, algo más de dos millones de personas, de acuerdo con el censo del Dane. Cerca de 400 empresarios están asentados en la capital y gerencian empresas tan diversas dedicadas al procesamiento de lácteos y bebidas, la agroindustria, organizaciones de mensajería, construcción y vivienda, artesanías, manufactura de electrodomésticos y confección de ropa y siderurgia, entre muchas otras actividades. Al tiempo, la colonia boyacense tiene 60 organizaciones que se reúnen mensualmente con el propósito de crear actividades en pro del desarrollo social de su departamento.
El aporte boyacense a la capital tiene una dimensión que va más allá de lo anecdótico porque ese legado no podría tampoco entenderse sino desde el hecho de que los grandes personajes del departamento pasaron, de una u otra manera, por Bogotá; se hicieron aquí. Y eso incluye a los presidentes Rufino Cuervo, Clímaco Calderón, José Joaquín Camacho, José Ignacio de Márquez, Santos Acosta, Santos Gutiérrez, Sergio Camargo Pinzón, el general Rafael Reyes, Enrique Olaya Herrera y el general Gustavo Rojas Pinilla.
A líderes e intelectuales de diferente nivel, como Ezequiel Rojas, fundador del partido Liberal, y Plinio Mendoza Neira. A poetas y escritores como Rafael Humberto Moreno Durán, Fernando Soto Aparicio, Rafael Gutiérrez Girardot, el piedracelista Jorge Rojas, Próspero Morales, Julio Flórez y José Joaquín Ortiz. A compositores como Alberto Urdaneta, autor de la “Guabina Chiquinquireña”; a Monseñor José Joaquín Salcedo, creador de las escuelas radiofónicas, y a otros innumerables personajes de la cultura popular, como Jorge Velosa, y del deporte, como Rafael Antonio Niño.
Aunque los españoles dividieron a Cundinamarca y Boyacá en encomiendas, resguardos, cabildos y demás instituciones -que los separó políticamente- muchos boyacenses bogotanos creen que hay que recuperar el sentido de la región y desarraigar de la cultura la idea de que boyacenses y bogotanos son distintos. Sería la mejor manera de honrar a todos aquellos migrantes que desde el siglo XIX arribaron a la capital y aquí encontraron, junto con sus descendientes, un segundo hogar. Una tierra de promisión.