Freyle, un criollo empobrecido, hijo de unos de los capitanes que llegó a Santafé con el navarro Pedro de Ursúa, se dedicó durante los últimos años de su vida a hacer la crónica del primer siglo de dominio español en el Nuevo Reino de Granada y las minucias de la vida en su capital, porque según él: “los historiadores que han escrito las demás conquistas han puesto silencio en esta”. Durante siglos, esta sabrosa crónica circuló en la forma de varios manuscritos que cambiaban de mano y de contenidos con cada copista que transcribía sus letras y la distribuía entre los ávidos lectores. Aunque originalmente se titulaba Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales del mar océano y fundación de la ciudad de Santafé de Bogotá, por la costumbre que tenían los santafereños de forrar sus ejemplares con piel de carnero para que se conservara mejor, terminó siendo conocida simplemente de esa manera. En 1859, el político y escritor Felipe Pérez finalmente unificó las diversas versiones que existían del escrito e hizo la primera versión impresa del libro. Esta es la versión que ha llegado hasta nuestros días.
En el Archivo de Bogotá se encuentra una copia de esta primera impresión de El carnero en perfecto estado de conservación, editada por Felipe Pérez y salida de la Imprenta de Pizarro y Pérez. Llama la atención de esta edición que en los créditos se llama a su autor Juan Rodríguez “Fresle” y que la voluntad de Pérez de copiar textualmente el manuscrito de Freyle llega al punto de imprimir hasta los exabruptos del escritor, como en el fragmento que dice: “¡Oh mujeres! No quiero decir mal de ellas, ni tampoco de los hombres; pero estoy por decir que hombres y mujeres son las dos más malas sabandijas que Dios crió. (No es buena esta última expresión)”. La frase entre paréntesis es, por supuesto, una transcripción literal de una nota hecha por el propio Freyle para futuras correcciones del manuscrito y que aquí aparece como parte integral del cuerpo del texto final.
A diferencias de otras crónicas de la conquista y colonización de América, El carnero sobresale porque, al mismo tiempo que trata sobre hazañas y grandes batallas entre los reinos indígenas o de estos contra los españoles, se dedica a narrar acontecimientos tremebundos de la vida cotidiana del Virreinato de la Nueva Granada. El más famoso de ellos es, sin duda, el de las infidelidades y crímenes de Inés de Hinojosa, que mató a su esposo para quedarse con su amante Jorge Voto y posteriormente asesinó a este por otro hombre. Esta historia tendría gran recordación en nuestro país por la adaptación de Próspero Morales Padilla que se llevó a la televisión de los años ochenta con el nombre de Los pecados de Inés de Hinojosa, protagonizada por Amparo Grisales, Margarita Rosa de Francisco y Diego Álvarez.
La mayoría de historias de El carnero tratan sobre crímenes, infidelidades, hechicerías, conspiraciones y torcidos de todo tipo, por lo que lejos de constituir una lectura difícil o aburrida, el libro se parece más bien a un comadreo de trescientas páginas, y guarda muchas similitudes con el género de la picaresca, que se dedica a retratar aventuras de pícaros y mentirosos y que en ese siglo estuvo de moda en la península Ibérica. Dentro de estas anécdotas se cuenta, por ejemplo, sobre el marido celoso que mató a su mujer porque al preguntarle a un muchacho mudo qué había visto en su casa cuando pasó por allá, este le contestó poniéndose los dedos índices a los lados de la cabeza para dar a entender que había presenciado una novillada, y el colérico esposo confundió la señal con la insinuación de que el “cornudo” era él; también se pueden encontrar las penalidades de un “indio” que tuvo que devolver los elementos que había robado de una iglesia pues en la mitad de la noche no pudo encontrar la puerta de su casa para poner a seguro su botín y se vio obligado a volver al lugar de su fechoría a dejar lo sustraído.
Otro de los cuentos del libro, y uno de los mejor logrados según los críticos literarios, es el de Juana García, esclava que informaba a las esposas celosas sobre las andanzas de sus maridos ausentes, viéndolos por artes de magia en una vasija con agua como si estuvieran presentes. Cuando fueron descubiertas estas prácticas paganas, la culpable fue ejecutada por las autoridades, a pesar de que el mismísimo adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada intervino a su favor para salvarla.
Con razón, El carnero ha sido llamado en varias ocasiones la novela fundacional de la literatura colombiana, pues en ella se encuentran características literarias que posteriormente se convertirían en tradiciones de nuestras letras, desde las descripciones minuciosas de asesinatos, descuartizamientos y ejecuciones públicas que posteriormente se encontrarían en la llamada “novela de la violencia”, hasta los grandes temas de conquista y luchas entre encomenderos que han hecho las delicias de los lectores de las novelas de William Ospina, pasando también por vuelos imaginativos y “mágicos”, igual de increíbles que algunos episodios de las novelas de Gabriel García Márquez.
El carnero nos demostró que el período de la Colonia en Santafé de Bogotá no fue una época monótona y ordenada, controlada absolutamente por las autoridades políticas y religiosas. Por el contrario, nos muestra una Santafé llena de viajeros, intrigas políticas, sucesos inexplicables, crímenes y una libido desenfrenada, que se desataban en medio de lo oscuro y escondido mientras el resto de la ciudad dormía el sueño de los justos. De igual manera, debajo de todo el anecdotario que presenta el libro se puede percibir una crítica velada al proceder del gobierno español en estas tierras, por sus excesos y corrupciones. Algunos incluso han llegado a decir que toda la crónica es una crítica que Juan Rodríguez Freyle escribió en contra del gobierno español por resentimiento al no ser favorecido con mercedes dignas de sus apellidos.
Por todas estas razones, y con la irresistible atracción que siempre despiertan los libros con el picante de lo prohibido, El carnero ha sido fuente de entretención, información y escándalo por casi cuatrocientos años hasta el día de hoy. Siempre es oportuno volver a leer esta, una de las obras fundamentales de la literatura colombiana, para reconocer, tal vez, lo mucho que aún conservamos del estilo de vida que tuvimos durante la Colonia.