Por Daniel Flórez Porras / Archivo de Bogotá
El lugar inalterable de Bogotá como capital de Colombia, desde su fundación, no ha estado exento de grandes retos y desafíos. La colonial Santafé se mantuvo como tal, durante más de tres siglos de dominación de la monarquía española (XVI-XIX) y también ha fungido como capital de la actual república de Colombia, desde tiempos de la independencia. Próxima a cumplir cinco siglos de historia, la vida urbana de la muy noble y muy leal Santafé explica su asertivo asentamiento urbano, gracias a las riquezas de su territorio y a una ubicación geográfica estratégica, que desde un comienzo representó, para España, la punta de lanza para terminar de conquistar y colonizar buena parte del continente americano.
Desde sus inicios, como ciudad parroquial y conventual hasta su consolidación como gran metrópoli, la ciudad constituye un interesante objeto de estudio urbanístico, histórico y de gobierno; así como de intenso análisis, desde el cual comprender el proceso de construcción imaginaria de un ideal de país que se ha proyectado a partir de su capital.
Lo anterior se concluye en la charla sostenida con el reconocido historiador Fabio Zambrano Pantoja, durante el Facebook Live del Archivo de Bogotá, llevado a cabo el pasado 08 de agosto, en el acostumbrado espacio virtual “La historia de la ciudad llega a tu casa”, iniciativa de la Secretaría General de la Alcaldía Mayor de Bogotá D.C. En este conversatorio se identificaron los elementos de larga duración que desde el emplazamiento de la ciudad fueron el germen de su evolución, los cuales ayudan a explicar el desarrollo actual de esta urbe latinoamericana.
Para el profesor Zambrano las riquezas de su territorio constituyen el elemento más preponderante. No en vano, tres huestes conquistadoras llegaron a encontrarse y a estar presentes el día de la fundación jurídica y oficial de la ciudad, en abril de 1539; puesto que, lo que tuvo lugar el día conmemorativo del 6 de agosto de 1538 fue una ceremonia religiosa. Las huestes conquistadoras, encabezadas por Nicolás de Federmán, Sebastián de Belalcázar y Gonzalo Jiménez de Quesada, encontraron en este territorio grandes posibilidades para sus asentamientos y ansias por conquistar nuevas tierras y riquezas para el rey.
La abundancia del territorio se materializó desde su fundación gracias a su grandiosa reserva hídrica, a la incipiente agricultura en medio de una tierra muy fértil y a los imponentes cerros que constituían fuente de provisión de materiales y servían de defensa militar. A lo que se sumó la ingente cantidad de población aborigen, que significó una importante mano de obra, la cual se organizó a través del sistema de la mita (forma de trabajo obligatorio indígena, que fue retomada por los españoles).
Con el paso del tiempo, el otro elemento que se comenzó a configurar como un distintivo de larga duración fue el de constituir una ciudad fundamentalmente proveedora de bienes y servicios, específicamente, de servicios administrativos y educativos. Esto explica que la ciudad haya permanecido como capital por tanto tiempo, a pesar de ser una urbe situada a cientos de kilómetros de las costas y enclavada a miles de metros sobre la cordillera de los Andes. A diferencia de otras capitales mundiales que deben su primacía urbana al hecho de ser puertos marítimos; esta ciudad configuró su relación comercial con las poblaciones cercanas de una forma muy dinámica, bajo la modalidad de puerto terrestre.
Desde esta perspectiva, la ciudad se convirtió en un fructífero cruce de caminos, a pesar del mal estado de éstos y de la odisea que representaba el trayecto para llegar a Santafé, el cual podía tomar un mínimo de tres meses, en el que viajeros, objetos y mercancías transitaban a través del río Magdalena y seguían por la cordillera desde Honda hasta la capital. Esta dinámica de puerto terrestre permitió, desde sus primeras décadas de fundación, que Bogotá se destacara como epicentro de distribución y comercialización de bienes y servicios.
Obra de J. N. Cañarete (Museo Nacional)
Adicionalmente, desde tiempos coloniales la ciudad ofrecía servicios educativos que se mantienen en crecimiento hasta el día de hoy. A las instituciones académicas se fueron sumando las primeras bibliotecas, museos y librerías que hacen parte de la variada oferta cultural que sigue albergando y difundiendo esta capital para el resto del país.
Otro elemento distintivo de la urbe, desde su fundación, fue la instauración de una estable institucionalidad política, administrativa y judicial. El funcionamiento del Cabildo, que fue la corporación colegiada para la administración local o municipal, impuesta por los españoles, tuvo lugar casi desde el mismo emplazamiento de la ciudad. Luego se instaló la Real Audiencia, que constituía el máximo organismo político del territorio respecto a la organización de la monarquía hispánica; la cual contaba, también, con atribuciones judiciales y de corte de segunda instancia. Igualmente, se sumó la institución religiosa con la instalación de la Iglesia, la cual, después de tener su sede principal en Santa Marta, muy pronto se trasladó a la catedral primada de Santafé, en donde ha permanecido desde entonces.
Estas primeras instituciones coloniales y aquellas que se fueron sumando a lo largo del tiempo, determinaron una centralidad que ha perdurado por encima de las insurrecciones, guerras, revoluciones, convulsiones políticas, transformaciones en el modelo de Estado, cambios de gobierno y de violentas pugnas por el control político. Dicha centralidad ha hecho que Bogotá sea un destino, muchas veces necesario, para la ciudadanía. A lo que se suma una amplia oferta de trabajo que ha hecho atractiva a la ciudad desde sus inicios coloniales, en razón de todas estas condiciones políticas, comerciales, educativas y culturales.
Ahora bien, todo este proceso no ha estado exento de muchas dificultades. La antigua Santafé adoleció de servicios públicos básicos durante sus primeros tres siglos de historia, además, experimentó un lento crecimiento urbano y averiados caminos internos y externos. Por mucho tiempo, fue una ciudad que cocinaba y trabajaba principalmente al calor de la leña, que vivía con las aguas negras a cielo abierto y que no contó con una arquitectura portentosa hasta finales del siglo XIX. La antigua Santafé se caracterizó por ser una ciudad muy precaria en su infraestructura urbana, con el adobe y la tapia pisada como común denominador de sus unidades habitacionales. Fue una ciudad fría y lluviosa, con un perfil urbanístico bajo y muy compacto, densamente poblada y con escasos espacios públicos. De carácter conventual y monástica, sus principales construcciones edilicias fueron realizadas por las distintas comunidades religiosas que encontraron asiento en esta urbe: dominicos, franciscanos y jesuitas, principalmente.
Dentro de esta precariedad arquitectónica, la ciudad vino a conocer el uso de la piedra como elemento ornamental y de construcción desde mediados del siglo XIX, con el Capitolio como máximo exponente de obra arquitectónica, proyecto que al mismo tiempo sirvió de escuela de formación para artesanos y arquitectos. Lo anterior explica la escasa conservación de edificaciones del siglo XVI en Bogotá, en contraposición al caso de Tunja, cuyo centro histórico alberga alrededor de setenta edificaciones de ese primer siglo de existencia.
Por otra parte, además de los elementos de larga duración, el profesor Zambrano señaló otros fenómenos -de reciente aparición-, los cuales caracterizan a la metrópoli contemporánea y terminan de explicar su consolidación como capital republicana. Uno de los más relevantes, sin duda alguna, es la asombrosa explosión demográfica, ya que, si a comienzos del siglo XX se contaba con cien mil habitantes; para 1951 se llegó a setecientos cincuenta mil. Desde esa fecha hasta hoy, la dinámica vertiginosa de crecimiento poblacional llevó a esta ciudad a albergar, según el DANE, algo más de siete millones de personas, que, si se suman con el número de pobladores de los municipios circunvecinos, sobrepasa los nueve millones.
Este crecimiento poblacional acelerado se expresa también en su tejido urbano pues, en los últimos cincuenta años, la ciudad ha sumado más del 80% del tamaño de su infraestructura urbana actual. Entre 1950 y 1980, Bogotá se convirtió en receptora de migrantes de diferentes ciudades y rincones de Colombia a la luz de múltiples procesos económicos y sociales, muchos de ellos asociados a la violencia y los consecuentes desplazamientos que ésta ha provocado en el último siglo. Lo que hace de la ciudad un crisol de todas las culturas y regiones del país, donde se ha construido un proyecto de nación, desde el cual se ha logrado configurar una “comunidad imaginada” de lo que significa ser colombiano, tal como lo comenté, en mi calidad de contertulio del conversatorio.
Finalmente, a 482 años de la fundación de Bogotá, hoy distrito capital, esta metrópoli se prepara para la conmemoración de sus quinientos años de existencia, que se avizora tan importante como lo fue la celebración de su cuarto centenario, en 1938. Ciudad capital, teatro del arribo de virreyes y oidores, ciudad que fue de los antiguos cachacos y plaza de posesión de los actuales presidentes. Ciudad rica en contradicciones, ciudad de inmigrantes, fabricante de los barrios populares, futbolera, rumbera y cultural, lugar de las palpitantes plazas de mercado, de las grandes avenidas y urbe de cientos de parques, bibliotecas y museos. Ciudad de todos y para todos, que se proyecta como la capital del siglo XXI.