El primer religioso que piso nuestro suelo fue un dominicano. A tiempo que Jiménez de Quesada clavaba, al fundar la ciudad, el pendón de Carlos V, Fray Domingo de Las Casas, al decir la primera misa, enarbolaba el estandarte de Santo Domingo de Guzmán. Tras de él vinieron luego otros dominicanos en las expediciones de Lebrón (1541), de Lugo (1542), de Ursúa (1546) y de Armendáriz (1547).
Por estar en la tarea de la reducción de los indios a la vida civilizada, y dispersos en Boyacá y Cundinamarca, ayudando eficazmente a los conquistadores, no pensaron en establecer convento en la capital sino a principios de 1550. Solicitaron entonces del Cabildo el correspondiente permiso, pero les fue negado, por “que no podían sustentarse en la ciudad dos monasterios”, según dice la resolución del 28 de febrero de dicho año. En realidad parece que esa preferencia por los franciscanos de parte de los regidores, venía de que a los dominicanos, y principalmente a Bartolomé de Las Casas, se debían las leyes que había dictado el Rey de España para refrenar los abusos de los conquistadores.
Más esa negativa no fue de larga duración. Antes de dos meses llegaron los Oidores a establecer la Real Audiencia (7 de abril de 1550), y con ellos una docena de dominicanos, que traían la Real Cédula para la fundación.
Hicieron entonces su solicitud ante la Real Audiencia, y esta ordenó “que en atención a lo que se ha servido la religión de Santo Domingo en este Reino, y los frailes que hay en él desde el principio de la Conquista, y la Cédula de Su Majestad, que han presentado, que se reciba y de orden al Cabildo para hacer su monasterio.”
Los regidores entonces dieron su venia y comisionaron a los Alcaldes Gonzalo García Zorro y Juan Muñoz para que en unión del Padre Superior Fray Francisco de la Resurección, escogiesen el sitio adecuado (20 de abril de 1550).
Fue en la antigua plaza de San Francisco (hoy Parque de Santander) donde plantaron el monasterio: allí, en el costado oriental, frente a La Veracruz, hicieron su modesto convento cubierto de paja, y en la vecina ermita de El Humilladero decían la misa y enseñaban la doctrina a los pobres indígenas.
Siete años duraron en este sitio, que era entonces agreste plazuela donde se celebraba el mercado.
En el año de 1577 se puso por el Arzobispo Zapata la primera piedra de la iglesia, en la cual se gastaron los cuantiosos capitales que legaron dos ilustres conquistadores, Juan de Ortega y Francisco Tordehumos, encomenderos de Zipaquirá y Cota.
Largos años se emplearon en la edificación de la iglesia, pues no fue sino hasta 1619 cuando se estrenó con la solemne misa que dijo el Arzobispo Señor Arias de Ugarte, el día de Santo Domingo.
*Del libro Narraciones / Apuntes para una historia de Bogotá, 1906.