Por Carmen Alicia Florián Navas. Profesional Especializada, Archivo de Bogotá
Con la Constitución de 1991 se produjeron cambios importantes en el marco institucional del país y de la ciudad capital; uno de ellos tuvo que ver con la profundización del proceso de descentralización que se venía experimentando en Bogotá desde los años ochenta. En armonía con la democracia participativa invocada por la nueva constitución, la descentralización buscaba que las comunidades tomaran parte en las decisiones que afectaban su territorio, para lo cual se conformaron una serie de organismos de carácter local, que invitaban a los habitantes en los barrios y veredas a formar parte del gobierno de la ciudad desde su comunidad. Pero la apatía, el desconocimiento y la desconfianza de los habitantes ante las promesas de los gobernantes, pusieron en evidencia la ausencia de una tradición democrática que garantizara la construcción del nuevo país. De allí que, una vez promulgada la Constitución, se vio la necesidad de promover la formación del sujeto de derechos que tomara parte en la construcción de su realidad y para esa tarea el énfasis se puso en la cultura.
Desde los años cincuenta muchos actores sociales independientes trabajaban en la formación de sujetos que participaran en la construcción de un proyecto de país más democrático y entre ellos El teatro La Candelaria consiguió articular un movimiento que incidió en las decisiones sobre gestión cultural tomadas por los gobiernos de turno hasta los años noventa. A finales de los ochenta el grupo de teatro hizo parte del movimiento que promovió la Asamblea Nacional Constituyente en la que representantes de diversos sectores formularon un nuevo proyecto de país y todavía, en el comienzo del tercer milenio, el grupo permanece activo como experiencia de resistencia a la comercialización del arte y como testimonio de la lucha por hacer teatro independiente.
Con la conformación de instituciones especializadas en la gestión de la cultura, el Estado ha buscado “formalizar” el sector cultural. Una tarea en la que ha tenido que enfrentar y en ocasiones acoger las experiencias de gestión de actores sociales independientes que han conseguido mantenerse vigentes en el nuevo contexto y participar en la toma de decisiones. El grupo de Teatro La Candelaria ha sido testigo de del proceso de formalización del sector cultural y protagonista en la construcción de una oferta cultural independiente.
El reconocimiento alcanzado por los fundadores de La Candelaria, especialmente Patricia Ariza y Santiago García, hace que tanto estudiantes de arte dramático, como artistas profesionales consideren el grupo como una alternativa al teatro comercial y como una posibilidad para el desarrollo de sus proyectos artísticos. Así mismo la importancia de obras como Guadalupe años sin cuenta, El paso, De caos y deca caos, consideradas representativas del teatro colombiano, se han convertido en referentes para el arte en general. Fiel a la concepción del arte como invención, el grupo ha mantenido una posición independiente para desarrollar procesos creativos sin supeditarse a la demanda del mercado.
Cartel para la promoción de la obra Guadalupe años sin cuenta, creación colectiva del grupo La Candelaria estrenada en 1976
La gestión cultural como función del Estado ejercida por una entidad formalizada recogió la experiencia de muchas personas y organizaciones que realizaban actividades de formación en las comunidades locales (barrios, veredas), y que generalmente fueron considerados de izquierda. Se trató de experiencias comunes en América Latina que partieron del reconocimiento de la pobreza en que vivía la población tanto en las zonas rurales como en las ciudades por la incapacidad y el desinterés del Estado.
El analfabetismo fue uno de los asuntos que tuvo que enfrentar el movimiento cultural que se gestó en la segunda mitad del siglo XX y fue uno de los obstáculos para “la implantación de la democracia en América Latina” fomentada por la Alianza Para el Progreso. De allí que se experimentaran estrategias de derecha e izquierda tendientes a “aumentar la democracia”, sobre todo para conseguir el apoyo de la población en uno u otro proyecto.
La Casa de La Cultura primero, y luego el movimiento teatral, consiguieron a través del teatro reconstruir y resignificar los procesos de poblamiento y construcción de territorio con los habitantes de barrios y veredas. Inspirados en la creación colectiva fueron escritas y montadas obras de teatro originales en las que se expresaba una versión de la historia con la que los espectadores podían identificarse porque abordaba problemáticas que hacían parte de su realidad.
De esta manera y teniendo en cuenta que en Colombia el teatro ha sido una actividad tradicionalmente elitista, La Candelaria asumió como prioridad el estudio de la historia local y regional con el fin de articular una oferta coherente que se basó en el conocimiento de los sectores a los que iba dirigida, y por eso el Estado tuvo que negociar y a veces adoptar sus propuestas. El movimiento teatral del que hizo parte el grupo de teatro La Candelaria precedió en funciones de gestión cultural a instituciones como Colcultura, el IDCT y también al Ministerio de Cultura, institución que fue uno de los desarrollos de la nueva constitución.