En 1892, en su libro Antología de la Poesía Latinoamericana, el humanista español Marcelino Menéndez Pelayo escribió que la cultura literaria de Santafé de Bogotá era tan importante que la ciudad estaba “destinada a ser con el tiempo la Atenas de la América del Sur”. Esta afirmación, hecha por un escritor que nunca visitó el país, y cuyo único contacto con los intelectuales criollos se limitó a una correspondencia epistolar, fue recogida por el cronista Pedro María Ibáñez, quien –en cierto sentido- fue el encargado de señalar y de afianzar el estatus de Bogotá como una ciudad civilizada y culta, que ha tenido desde entonces.
No fue el único en avizorar esa cualidad. En su momento, el escritor y diplomático argentino, Miguel Cané, dejó consignado en su libro “Memorias de viaje por Colombia y Venezuela”, publicado en 1884, que los bogotanos se enorgullecían de hablar el mejor español y que “cualquier ciudadano recitaba los poemas de Víctor Hugo”. El viajero francés Pierre d’Espagnat bautizó la ciudad en 1898 como la “Atenas del sur”, elogio que, décadas atrás, el propio barón Alexander Von Humboldt le había concedido al llamarla “ciudad griega”, haciendo alusión a las numerosas instituciones culturales y científicas que encontró durante su periplo por la Nueva Granada.
Bogotá nunca ha sido ajena a la cultura, y a lo mejor sea consecuencia de que su fundador, el Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, fuera el único conquistador letrado que pisó las tierras muiscas. Fue aquí, justamente, donde, a principios del siglo XVI, se fundaron algunas de las primeras universidades y colegios de América, auspiciados por las comunidades religiosas establecidas; fue también aquí, en 1808, donde el sabio José Celestino Mutis inició esa importantísima empresa que fue la Expedición Botánica.
A dónde quiera que se mire, por ejemplo, se topa con la influencia italiana. Colombia es un homenaje a Cristóbal Colón. El mapa del territorio territorio fue trazado por Agustín Codazzi, también reconocido como el orientador de la Comisión Corográfica, que es el más importante proyecto científico de la República en el siglo XIX. Cómo no citar la música del Himno Nacional, compuesta por Oreste Sindici Topai, y edificios emblemáticos como el Capitolio Nacional y el Teatro Colón, en los que participó Pietro Cantini.
El aporte germano empieza con el conquistador Nicolás de Federman, quien participó de los actos de fundación de Bogotá, junto a Gonzalo Jiménez de Quesada. Varios siglos después, Leo y Emil S. Kopp, fundaron la más importante industria cervecera del país; Elizabeth Schrader y Anton Graus hicieron lo propio con primer colegio alemán de Bogotá. Memorables acuarelas nos legaron los pintores Guillermo Wiedemann, Leopoldo Richter y Edwin Graus, quienes se interesaron por los colores del trópico. En fin, la presencia germana es palpable en la notable descendencia que han dejado; y no lo es menos en sus aportes a la cultura, a la industria y a la comunidad científica.