Por: Stephanía Pinzón Hernández.
En épocas de búsqueda de unidad de un país fragmentado y devastado por la guerra, las élites se dieron a la tarea de buscar elementos que permitieran, a través de la memoria, cierto grado de cohesión social, mantener el orden y el control sobre las emociones, pero en función de unos intereses específicos, así entonces, la iglesia católica se convirtió en el eje articulador de la colombianidad, la continuación del Ejército Libertador fue el Ejército Nacional y los miembros de dicha élite fueron presentados como herederos del legado republicano (Rodríguez Ávila, 2013).
En ésta línea, los monumentos tuvieron tres propósitos como emisores de memoria: conmemorativo, educativo, patrimonial. El uso político del pasado por parte de los gobiernos y encabezado por la Academia Colombiana de Historia, encargada de definir los festejos, mensajes y otorgarle sentido a un pasado reciente, en función inicialmente del proyecto político conservador, pero adaptándose a los cambios de la República Liberal o el gobierno de Rojas Pinilla, por ejemplo, siempre como reproductora de una historia heredera de la tradición decimonónica enfocada en resaltar a las élites.
Como señala Roberto Velandia en “Un siglo de historiografía colombiana. Cien años de la Academia Colombiana de Historia”:
“Se descubre que la primera piedra de ese gran monumento son sus héroes, sus próceres y mártires de la Independencia, aquellos que vivieron para ella y rindieron su vida por ella, y se descubre a los forjadores de la nacionalidad y a los protagonistas de su historia. Y a tiempo que los historiadores graban en sus páginas ese pasado memorable y lo eternizan en piedra y mármol, los poetas lo exaltan en himnos, los pintores lo expresan en imágenes y los escultores lo modelan en bronce”. (Rodríguez Ávila, 2013).
Se trata de un pasado seleccionado, presentado con cierta magia y emotividad religiosa, los monumentos entonces, se configuran como dispositivo hegemónico de memoria institucionalizada que legitima los propósitos ya señalados, además de visibilizarlos y hacerlos parte de la vida cotidiana.
Sin embargo, aunque muchas de las características de la idea de nación continúan, los monumentos reciben otros significados con el paso del tiempo, o pasan de hacer parte activa de la historia a convidados de piedra en una ciudad que olvidó quiénes son y por qué están allí.
Sobre éste tema tuvimos la oportunidad de hablar con Rebeca, Simón (pero el de la Plaza de Bolívar) y “el Mono”, para que nos cuenten sus experiencias como monumentos y si han identificado transformaciones o no, más allá del avance tecnológico, sino como portadores de unos significados iniciales que se han transformado o reelaborado, en términos de intereses políticos o estéticos.
Simón Bolívar de Pietro Terenani, 1843.
Entrevistadora: señor Libertador ¿cómo le va?
Simón Bolívar: muy bien, gracias.
E: Libertador, por favor cuéntenos cómo llegó a la plaza que actualmente lleva su nombre.
SB: Bueno, el escultor Pietro Terenani me hizo por encargo de José Ignacio París, el amigo de Bolívar, el mismo que conoció en Cadiz con los masones y al que le regaló su casa quinta, la que queda allí, al pie de Monserrate. José Ignacio quería una escultura para su casa, pero cuando llegué a Bogotá, todo el mundo quedó tan impresionado conmigo, que en mayo de 1846 el Congreso decretó que yo debía ser ubicado en la Plaza Mayor y que ésta se llamaría “Plaza de Bolívar”, se esperaron hasta el 20 de julio para el traslado, que incluyó ceremonia y todo, participó el mismo presidente Tomás Cipriano de Mosquera, hubo misa en La Catedral y sonaron las campanas, prácticamente antes había ceremonias por cada estatua.
Así ya voy a cumplir 172 años aquí, mirando a los transeúntes, presenciando la historia de Bogotá.
E: ¿Sabe quién estaba antes que usted aquí?
SB: Por supuesto, El Mono de la Pila. No lo alcancé a conocer porque cuando me trajeron a él ya se lo habían llevado. Ese sí que paseó por el centro de Bogotá, pero no me siento culpable por eso, son ciclos.
E: ¿Sabe cuál es su propósito?
SB: ¿En la vida? jajaja, pues aunque no soy un ser vivo lo tengo más claro que usted, se lo aseguro jajaja. Pues soy la estatua de SImón Bolívar, tengo réplicas en diferentes partes del país. Aunque Tomás Cipriano de Mosquera estaba a punto de perder, ya los Estados Unidos de Colombia se pensaban la necesidad de configurar cohesión nacional, algo que no se había logrado por la múltiples guerras civiles que marcaron nuestra independencia de España. Sin embargo, a partir de la Regeneración, Rafael Nuñez profundizó en dicho propósito, de allí que el himno nacional fuera compuesto por él e incluyera esos propósitos de la memoria institucional que me mencionó antes de iniciar la entrevista.
Entonces así pasé de ser una escultura, digamos, circunstancial para que un amigo recordara a otro, a ser un elemento de recordación de un pasado reciente, para después, en ese discurso de identidad patria, convertirme en una proyección de expectativas, en la medida en que se recuerda un pasado heroico de sacrificios que debían ser replicados por la ciudadanía en general, sacrificios como el de Ricaurte en átomos volando.
Ahora, es importante que tenga en cuenta que el hecho de que yo esté aquí no es lo único que le da sentido a la figura de Simón Bolívar y sus usos. Existen otros factores que determinan los usos o abusos de la memoria y también los olvidos (políticos), como usted lo quiera ver. Tenemos por una parte unas fuerzas militares que reivindican una figura de Bolívar orientada a la estrategia militar, centralista y como supuesto fundador de las ideas conservadoras. Mientras que los sectores populares lo ven como libertador y la carga política que ésto significa de acuerdo al momento histórico, en principio contra la colonia, luego contra el imperialismo, de allí que de las consignas que escucho hace años, cuando la gente viene a marchar aquí a la Plaza, no solo es porque sea la Plaza más importante de la ciudad, donde se ubican las ramas del poder político colombiano, también por el peso simbólico que tiene el hecho de que Bolívar esté presente.
“Alerta, alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina”.
A lo que voy es que el pasado que cierne sobre mi imagen, a pesar de los propósitos de identidad nacional que pretendió configurar Nuñez y el conservatismo, no son monolíticos sino que están en disputa, lo que se refleja a los usos que me dan aquí mismo en la plaza. Conmemoraciones de la fuerza pública con una idea de orden que se refleja en ellos allá y yo acá, mientras que los sectores populares que se movilizan, me ponen banderas, capuchas, globos, pancartas, me maquillan, como resultado de una apropiación diferente que no resulta irrespetuosa, sino fraterna.
Ahora, ésto sucede porque llevo aquí casi dos siglos y no he sido trasladado, como le pasó al Mono, a pesar de los cambios que ha sufrido la Plaza yo no he cambiado y pues desde el momento en que se rompió el florero de Llorente, éste punto de la ciudad, mal que bien, ha recibido cierto estatus de respeto y solemnidad.
E: Muchas gracias por la entrevista señor Bolívar, fue muy instructiva.
La Rebeca, 1926
Entrevistadora: señora Rebeca ¿cómo está?
La Rebeca: bien, viendo la vida pasar.
E: por favor cuéntenos cómo llegó a éste punto.
La Rebeca: ¿Se refiere a éste punto de mi existencia o geográfico?
Empecemos por el fácil. No hay certeza de quién me hizo, al parecer fue el artista italiano Tito Ricci, y por culpa del periódico El Espectador se dice que fue el colombiano Roberto Henao Buriticá, así son los medios. Lo cierto es que fue Laureano Gómez, ministro de Obras Públicas quien me adquirió con dinero del Tratado Thomson-Urrutia, el del Canal de Panamá. El caso es que fui ubicada en el parque Centenario, construido en 1883 para conmemorar el nacimiento de Bolívar.
Era tan bonito.
““Bebe, señor mío”. Con eso, rápidamente bajó su jarro sobre su mano y le dio de beber. Cuando acabó de darle de beber, entonces dijo: “También para tus camellos sacaré agua hasta que acaben de beber”. De modo que ella rápidamente vació su jarro en el abrevadero y corrió vez otra vez al pozo para sacar agua, y siguió sacando para todos los camellos de él”.
Fui inspirada por Rebeca del Génesis. Rebeca significa “muy hermosa” y así era mi vida en el parque Centenario. Llegué 43 años después de su fundación, estuve allí 32 y llevo aquí en medio de éstas avenidas 60 años.
En el parque Centenario estábamos mi fuente de Neptuno y yo con agua patos y gansos, acompañada de Bolívar, pero no el de la Plaza, sino el que ahora está en el Parque de los Periodistas. Las señoras se escandalizaban conmigo, pues fui la primera estatua de una mujer desnuda, en espacio público, después de las elaboradas por la cultura muisca, por supuesto.
E: a propósito de la distinción que hace sobre usted y las esculturas, dígamos endémicas, ¿qué podría decir? usted claramente tiene un aspecto europeo, su estilo es diferente al que estaba en auge en el país, por lo menos en términos de escultura.
LR: Esa misma pregunta me la he hecho yo, pero más orientada a por qué unos monumentos o estatuas tienen mayor acogida por parte de la ciudadanía, y creo que hay varios elementos, que van desde una sociedad profundamente machista, elitista y a la que se le impusieron unos valores, me explico.
Las élites de la época se convencieron que modernización era sinónimo de “copiemos a los europeos”, por ejemplo, antes de mi llegada las plazas eran el lugar de encuentro de las clases populares, sin embargo, las élites las convirtieron en parques al estilo francés, eso sí muy bonitos, pero que al ser una imposición que no fue bien aceptada, esos parques fueron únicamente visitados por ciertos sectores de la sociedad. Fue desde ese afán europeizante que se pretendió dar continuidad a una forma de narrar la nación, recuerda que fui un regalo para el lugar de conmemoración del natalicio del Libertador.
E: ¿usted considera que de alguna forma es emisora de memoria? y si lo es ¿de qué orden: conmemorativa, educativa o patrimonial?
Esa pregunta me hace recordar a Nietzche y su ocaso de los ídolos. Es claro que el objetivo que cumplía en 1926 no es el mismo de ahora, si es que tengo alguno más allá de ser una bonita estatua en medio de dos avenidas. Pasé del ámbito conmemorativo al patrimonial, sin embargo, puedo asegurar que muchas de las personas que pasan frente a mi desconocen las razones por las cuales fui traída, es decir, un monumento no cumple una función monolítica en la historia, se transforma o se pierde el significado que le fue otorgado inicialmente, teniendo en cuenta que no es otorgado únicamente por el artista o los políticos que me trajeron, sino también por la sociedad, para las damas era sinónimo de vulgaridad, para los ‘gamines’ soy una madre, para otros hombres tengo un carácter erótico, para otras personas soy una náyade, en ninguno de los casos soy vista como a Rebeca de la biblia o como un regalo al parque Centenario que ya ni existe.
E: Muchas gracias por la entrevista, me gusta como le quedó la nariz y el espacio después de la restauración de 2015, le falta algo más de verde pero está muy bonito.
Y así es como en épocas de búsqueda de unidad de un país fragmentado y devastado por la guerra, las élites se dan a la tarea de buscar, a través de la memoria, elementos que permitan cierto grado de cohesión social, mantener el orden y el control sobre las emociones, pero en función unos intereses específicos.
Bibliografía
Castiblanco Roldán, A. (2009). Ciudad y Memoria: los monumentos y la cultura popular de la Bogotá de fines de siglo XIX y principios del XX. Revista Colombiana De Educación, (57), 46-73. Obtenido de http://www.redalyc.org/pdf/4136/413635251004.pdf
Cohen Daza, D. (2010). De Bolívar al Pibe, el ocaso de los ídolos: el caso de las esculturas en la Plaza de Bolívar de Bogotá y del Pibe Valderrama en Santa Marta. Apuntes, 23(2), 210-221. Obtenido de http://www.scielo.org.co/pdf/apun/v23n2/v23n2a09.pdf
Lulle, T., & De Urbina, A. (2010). Las dinámicas socioespaciales de los centros históricos versus las políticas públicas de conservación del patrimonio urbano. El caso de Bogotá (1994-2010). Scripta Nova Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, XIV(331).
Obtenido de
https://www.researchgate.net/profile/Amparo_De_Urbina/publication/49112981_Las_dinamicas_socioespaciales_de_los_centros_historicos_versus_las_politicas_publicas_de_conservacion_del_Patrimonio_Urbano_El_caso_de_Bogota_1994-2010/links/57bb7b0508ae8a9fc4c27bb4/Las-dinamicas-socioespaciales-de-los-centros-historicos-versus-las-politicas-publicas-de-conservacion-del-Patrimonio-Urbano-El-caso-de-Bogota-1994-2010.pdf
Monsalve, J. (2013). La adopción de una huérfana: una escultura neoclásica en Bogotá. Cuadernos De Música, Artes Visuales Y Artes Escénicas, 8(2), 65-81.
Rodríguez Ávila, S. (2013). Memoria y olvido: Usos públicos del pasado desde la Academia Colombiana de Historia (1930-1960) (Doctorado). Universidad Nacional de Colombia.
Vignola, P. (2013). ¿Quién gobierna la ciudad de los muertos? Políticas de la memoria y desarrollo urbano en Bogotá. Memoria Y Sociedad, 17(35), 125-142. Obtenido de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5449597