En el local “Yerbas la Mona”, de la plaza Samper Mendoza, se exhiben a diario grandes cantidades de “atados” (cantidad de hierbas empaquetadas cuya medida aproximativa es calculada por los vendedores) listos para la venta, entre los cuales es posible encontrar ruda, albahaca, yerbabuena, limonaria, cidrón, poleo, caléndula, manzanilla, hinojo, eucalipto, sábila y sábilo macho, entre otras. Este local es atendido por Yaneth, una mujer que ha crecido trabajando en las plazas de mercado. Desde las tres de la madrugada de los días martes y viernes, ella espera la llegada de sus compradores con una chaqueta estampada que indica que es vendedora de plantas medicinales, que tiene desde que llegó a la administración el IPES (Instituto Para la Economía Solidaria). Yaneth vende sus yerbas en uno de los locales fijos de la plaza, por el que paga una cuota mensual de arriendo, mientras que otros comerciantes instalan puestos itinerantes por cuya ubicación pagan una suma diaria. En medio de la jornada, una voz recuerda por el altoparlante que en la última reunión de comerciantes se acordó que cada uno de los vendedores se encargaría del aseo de su puesto para reducir el costo del servicio de limpieza y así pagar cuotas más favorables. Tanto la organización de los puestos y locales, como los servicios con los que hoy cuentan los vendedores de yerbas, incluyendo un espacio techado, son en gran medida producto de su capacidad organizativa.
Sin embargo, las amables conversaciones con las personas que atienden los puestos apuntan inmediatamente a reconocer una larga trayectoria en su trabajo que se remonta unas décadas atrás de la llegada a la plaza Samper Mendoza. Las ruanas de lana de chivo, a diferencia de las recientes chaquetas estampadas, han acompañado a los vendedores de yerbas de la plaza durante todos sus trasegares por la ciudad, en su trabajo de suplir la demanda capitalina de plantas para diversos usos, incluso cuando la mayoría del tiempo no tuvieron un espacio tranquilo o estable para hacerlo.
Yaneth recuerda que cuando era niña su mamá comenzó a trabajar en la plaza de Paloquemao vendiendo frutas y verduras. Pasando días de su infancia en la plaza, ella aprendió de su madre a cuidar y limpiar los productos para que duraran y no se dañaran, a conocer los ciclos de la fruta y a saber aprovecharla mejor. Sin embargo, desde que evoca sus recuerdos en Paloquemao, no tardan en venir a la cabeza de Yaneth otros lugares en los que trabajó su familia, pues se movieron de una plaza a otra en muchas oportunidades. Recuerda que, a los pocos años de comenzar en Paloquemao, las restricciones de espacio las obligaron a moverse a la calle 19 cerca al antiguo Departamento de Administración de Seguridad (DAS), luego sobre la carrillera por dónde pasaba el Tranvía de la Sabana inaugurado en 1890 y finalmente, hace 35 años habrían llegado a la plaza Samper Mendoza, cuando la misma no concentraba aun la cantidad de vendedores de yerbas que hoy en día reúne.
Este desplazamiento constante entre puestos de trabajo también lo recuerda la señora Gloria, reconocida como una de las mujeres de la plaza que trabaja con yerbas desde hace más tiempo, y quien particularmente recuerda su paso por las inmediaciones del DAS porque vivió allí la explosión de una bomba frente a las instalaciones de este departamento en 1989, presuntamente implantada por el cartel de Pablo Escobar.
En medio de estos desplazamientos, familias como la de Yaneth se encontraron con las yerbas. A pesar de no haberlas cultivado nunca, aprendieron a conocerlas por medio de sus compañeros, de quienes llevaban más tiempo trabajándolas, y que en su mayoría venían de pueblos cercanos como Chipaque. El compartir conocimientos sobre las propiedades de las yerbas y sus elementales se convirtió en una dinámica de las personas que se encontraban en el mercado y muchas personas que hace algunas generaciones habían perdido el contacto con el campo aprendieron mucho en su intento por ganarse la vida. Todo este circuito de intercambio y de propagación de saber en torno a las plantas podría ubicarse entre las plazas ya mentadas, pero también en la Plaza España y San Victorino; lugares en los que el mercado se formaba al aire libre de manera itinerante y como confluencia de comerciantes de muchos lugares del país. En este espacio de mercado de yerbas sus protagonistas traen variedades de las mismas, desde las “calentanas” y “sabaneras” de los pueblos vecinos de Bogotá hasta aquellas que describe El Periódico de 1974:
Las personas que tienen un poco de creencia en las cosas y poca creencia en los médicos “acuden a curar sus “males” a los yerbateros. En Bogotá el sitio propicio para encontrarlos en San Victorino. Allí ellos, en su mayoría indígenas del Putumayo le ofrecen toda clase de hojas, aguas, aceites y raíces para curar los males del cuerpo; para las enfermedades del alma y el corazón le ofrecen toda clase de folletos de magia blanca, negra, roja y toda clase de cuadros y novenas de santos por “estos también curan con milagros”.
La presencia de estos vendedores en el siglo XX nos habla de un aspecto particular de la sociedad bogotana o por lo menos de un amplio sector de esta. A través de las trayectorias de quienes trabajan con las yerbas y la aplicación de sus saberes médicos, culinarios y mágicos en la sociedad del siglo pasado se hace evidente una relación estrecha de los bogotanos con el uso de las plantas. Este vínculo de los capitalinos persiste pese a que, desde finales del siglo XIX, las instituciones de la ciudad han operado sobre el discurso de la necesidad de modernizar el espacio urbano, insistiendo en abandonar muchas prácticas de tradición y producir espacios de acuerdo con una única función como el abasto. En medio de esta lógica aparece la Empresa Distrital de Servicios Públicos (EDIS), que tendrá que ver con la contención del mercado dentro de un espacio cerrado, pues, paulatinamente, las plazas públicas serán convertidas en lugares de ornato y los lugares de abasto serán llevados a plazas al interior de edificios.
La actual plaza Samper Mendoza no es la excepción. Fue una zona de mercado conocida como La Plaza del Nordeste a principios del siglo pasado. Pero su transformación comenzó cuando pasa a ser gestionada por la EDIS que adquirió el terreno en 1958. Esta dependencia ordenó el espacio del mercado creando locales y determinando los espacios de cada vendedor, que ahora debería pagar un arrendamiento. Los planos de la Oficina de Construcciones de la EDIS proyectan una plaza de 76 locales y 80 puestos fijos con limites claros y determinados para cada comerciante. Este es el espacio en que se refugian en las décadas venideras muchos comerciantes tras los constantes dealojos en los planes de recuperación del espacio público. Paulatinamente, la Plaza Samper Mendoza empieza a ver llegar cada vez más de los vendedores de yerbas de la zona al punto que se convierte en una plaza distinguida por las mismas.
Es así como la Plaza Samper Mendoza se ha convertido en lo que es hoy. Un espacio en el que trabajan cientos de personas en torno a las yerbas, concentrando saberes sobre plantas y el producto campesino de muchas regiones del país. La plaza es un punto central en el comercio de plantas no sólo para la ciudad, sino también para el país entero, pues muchos mayoristas llegan a comprar atados en grandes cantidades para enviar a muchos otras ciudades.
Los usos de las plantas son variados y su versatilidad ofrece soluciones para incalculables situaciones. El uso más conocido es el uso medicinal de las mismas que los vendedores tienen grabado en sus memorias. Por ejemplo para quienes sufren del colon, los vendedores recomiendas hacer baños de asiento con caléndula y borrachero, recibiendo el vapor lo más caliente posible con cuidado de no quemarse. Tal vez el cáncer sea una de las enfermedades para las que más variedades se ofrecen, desde hojas, tallos, raíces y flores, entre las que se podría nombrar el andamú, el hojarracín, el arándano y la hoja santa. Al sábilo macho también se le asignan propiedades curativas contra el cáncer pero, como otras, sólo se trae por encargo. Una de las hierbas más complicadas de conseguir y que sólo se traen por encargo es la hiedra que ayuda a “sacar” la tos y es usada por personas para hacer jarabes expectorantes, y la maca que ayuda a subir las defensas. Escasas también son las tunas, un fruto que da la penca de nopal que se usa para los pulmones y no se consigue con facilidad.
Probablemente el segundo uso más importante de las plantas sea aquel que algunos podrían llamar mágico o esotérico, como lo dicen algunas referencias sobre la plaza. Sin embargo, Yaneth habla de las plantas en cada caso particular en vez de atreverse a darles este calificativo y menciona las 7 amargas, una mezcla de hierbas que se usa para sacar todas las malas energías y limpiar las casas; las 7 dulces que se usan después de las anteriores para la prosperidad y el trabajo. Esta combinación, junto a la ruda, que se pone en floreros o se usa para baños con intención de traer prosperidad, son las más llevadas, seguidas por algunas como la abre caminos, pega pega, quereme, trancadera, saca saca o algunas que suelen ser encargos específicos de personas que conocen más del tema. El mercado vende más este tipo de yerbas cuando se acerca diciembre y los capitalinos quieren acudir a las plantas para garantizar un año nuevo próspero y exitoso. Hay entre lo vendedores quienes son más escépticos al respecto a estas propiedades de las plantas y dicen que quienes las compran son “agüeristas”.
Finalmente, está el uso gastronómico de las plantas, del cual probablemente el más conocido sea el de las hierbas aromáticas. Con mezclas de manzanilla, yerbabuena, limonaria, se forman paquetes para elaborar las conocidas aromáticas de hierbas. Anteriormente llegaban muchos a comprar estas hierbas en la madrugada para preparar las famosas aromáticas y canelazos, bebidas altamente apreciadas por los bogotanos en las horas más frías del día. Sin embargo, cuentan en la plaza que las restricciones de uso del espacio público han hecho que muchos hayan dejado esta actividad. También es común la compra de yerbas que puedan ser usadas en la preparación de carnes como el laurel y el tomillo.
Este acervo de conocimiento se recrea hoy en día con mayor fortaleza en los mercados de los martes y los viernes, donde cientos de comerciantes están dispuestos a recibir a los visitantes para ofrecer este histórico y variopinto producto: las plantas que hablan de la ciudad, sus habitantes y las relaciones entre salud, enfermedad y territorio. Todo este conocimiento vivo sobre el uso de las yerbas es la actualidad de un impulso presente a lo largo de la historia colombiana, aquel que se refiere al hacer partícipes las propiedades de las mismas de la existencia humana, sin poder reducir esta relación a uno uso meramente instrumental. Es por tanto, la inclusión de las mismas en las posibilidades de habitar el mundo en cuanto forman parte del cuidado del cuerpo como lugar de interacción con los demás como de las relaciones espirituales que están presentes en la vivencia de la realidad cotidiana.
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