Bernardo Vasco Bustos - Periodista Archivo de Bogotá.
Con la llegada de los borbones, y en el periodo que transcurrió entre 1760 y 1810, se introdujeron cambios en asuntos económicos, políticos y administrativos en la Península, las américas y Filipinas, inspirados todos ellos en la Ilustración y el absolutismo monárquico. [1] En este contexto se planteó la reorganización de las provincias americanas.
El 24 de septiembre de 1781, José Abalos, [2] presentó a Carlos III un plan para independizar sus dominios americanos de forma pacífica y regulada. En realidad, le presentó un esbozo para un plan de secesión, en el que advirtió del “vehemente deseo de la independencia” que correteaba por todas partes de América, y en el que –críticamente y con argumentos razonables- planteó al monarca que España se había convertido en sólo un tributario de riquezas para pagar “fábricas e industria” de los europeos y que, por tanto, el reino peninsular poco o nada se beneficiaba de los recursos de sus colonias; por tanto, había que dejar que se formasen naciones propias en Aamérica, aunque vinculadas a la Corona, en una especie de primitiva “Conmolwealth” o comunidad de naciones hispanas. [3]
Abalos le expuso a Carlos III que “el único remedio es desprenderse de las provincias comprendidas en los distritos a que se extienden las audiencias de Lima, Quito, Chile y La Plata, como así mismos de las Islas Filipinas y sus adyacencias, exigiendo y creando de sus extendidos países tres o cuatro diferentes monarquías a que se destinen sus respectivos príncipes de la augusta casa de V.M. y que esto se ejecute con la brevedad que exige el riesgo que corre y el conocimiento del actual sistema”.[4]
Vinculados a la monarquía, sí, pero independientes. “Este es señor –acotó- el preciso medio para estorbar a los enemigos forasteros cualquier irrupción a que los incline su avaricia. Este es también el de evitar a los domésticos todo resentimiento de un gobierno venal y corrompido que los precipite a una infiel y violenta resolución o de que el mismo desafecto que tienen a la Metrópoli, apoyado de ajenos auxilios, les facilite, como sin duda se verificará, la independencia que ya ven cerca de su perfección en los colonos del norte de este mismo continente”.
Según Abalos, la independencia era inevitable, y tan solo proponía que se realizara pacíficamente, dentro del sistema.
Su proposición llegó al rey de la mano de José Gálvez, secretario de Indias. Se cree que la conoció además el Conde de Aranda, político y militar que también tenía bajo la manga otro proyecto de independencia, que consistía en dotar a los virreinatos americanos de estructura propia, convirtiéndolos en estados, en monarquías independientes. Aranda, en una curiosa premonición o visión política, creyó que era la única manera de proteger a los virreinatos de la nación que se había constituido en el norte de América a partir de las 13 colonias inglesas. “Mañana será gigante, conforme vaya consolidando su constitución y después un coloso irresistible en aquellas regiones. En este estado se olvidará de los beneficios que ha recibido de ambas potencias (España y Francia, que la ayudaron a independizarse) y no pensará más que en su engrandecimiento”.[5]
La propuesta de Aranda consistió en proponer a Carlos III que se desprendiera de todas las posesiones del continente de América, “quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de que aquellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificarse este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno rey de México, el otro del Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomado V.M. el título de Emperador”.[6]
Aranda consideró que “…establecidos y unidos estrechamente estos tres reinos, bajo las bases que he indicado, no habrá fuerzas en Europa que puedan contrarrestar su poder en aquellas regiones, ni tampoco el de España (…) que además, se hallarán en disposición de contener el engrandecimiento de las colonias americanas, o de cualquier nueva potencia que quiera erigirse en aquella parte del mundo que con las islas que he dicho no necesitamos de más posesiones”.
Las propuestas, empero, de Abalos y del Conde de Aranda, no pasaron de ser simples análisis en los que Carlos III ni siquiera reparó. Con la ascensión al trono de su hijo, Carlos IV, el tema volvió a ser recurrente. El ministro Manuel Godoy, reconocido como Príncipe de la Paz por sus grandes dotes para negociar -y en quien descasaba, tras bambalinas, el verdadero poder de la monarquía española- reveló en sus memorias que él también estuvo interesado en la independencia de los reinos americanos:
“Mi pensamiento –escribió hacia 1804- fue que en lugar de virreyes fuesen infantes a la América, que tomasen el título de príncipes regentes, que se hiciesen amar allí, que llenasen con su presencia la ambición y orgullo de aquellos naturales, que les acompañasen un buen consejo con ministros responsables, que gobernase allí con ellos un Senado, mitad americanos y mitad españoles, que se mejorasen y acomodasen a los tiempos las leyes de las Indias, y que los negocios del país se terminasen y fuesen fenecidos en tribunales propios de cada cual de estas regencias”. [7] Tampoco prosperó la iniciativa.
En 1806, Carlos IV se reunió con su consejo para examinar otro nuevo proyecto de independencia para los reinos americanos en el que se pretendía convertir un nuevo territorio en un quinto estado independiente, además de los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y La Plata. Entre los más probables estaban Venezuela, Texas o las islas del caribe presididas por Cuba. Inclusive, el 25 de junio de 1820, durante el periodo conocido como el Trienio Liberal, [8]el diputado Lucas Alamán presentó un proyecto a las Cortes de Cádiz para la formación de tres secciones de Cortes españolas en el continente americano: una para el virreinato de Nueva España y Centroamérica, otra para Nueva Granada y Costa Firme, y otra para Perú y La Plata reunidos.
La propuesta de Alamán contemplaba entregar plenas facultades legislativas a esas nuevas naciones: el poder ejecutivo residiría en una delegación encabezada por una persona designada por el rey, incluso los miembros de la familia real. La proposición fue rechazada no sólo por inconveniente sino –fundamentalmente- porque semanas después Fernando VII retomó el poder y se fueron al traste las aspiraciones de una gran parte de españoles de conformar una república liberal, la que había de establecerse, aunque de manera efímera, sólo en los años treinta del siglo XX, experimento político truncado con el inicio de la Guerra Civil Española.
[1] Estos cambios procuraban aumentar la recaudación impositiva en beneficio de la Corona, reducir el poder de las elites locales y aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida económica. Las reformas intentaron redefinir la relación entre España y sus colonias en beneficio de la península. Aunque la tributación aumentó, el éxito de las reformas fue limitado; es más, el descontento generado entre las elites criollas locales aceleró el proceso de emancipación por el que España perdió la mayor parte de sus posesiones americanas en las primeras décadas del siglo XIX.
[2] Administrador español. Fue contador de hacienda en Venezuela (1771-1774) y primer intendente de Caracas (1777-1783). Reprimió con vigor los abusos, en especial los de la Compañía Guipuzcoana. Saneó las finanzas e impulsó la agricultura y el comercio.
[3] Organización compuesta por 54 países independientes que, con la excepción de Mozambique y Ruanda, comparten lazos históricos con el Reino Unido. Su principal objetivo es la cooperación internacional en el ámbito político y económico, y desde 1950 su membresía no implica sumisión alguna hacia la corona británica.
[4] Citado en http://es.wikipedia.org/wiki/Proyectos_espa%C3%B1oles_para_la_independencia_de_Am%C3%A9rica.
[5] Ídem
[6] Ídem
[7] C. Seco, Edición a las Memorias del príncipe de la Paz, Biblioteca de Autores españoles, t.88. Madrid, 1935.
[8] Se conoce como Trienio Liberal a los tres años que transcurrieron entre 1820 y 1823. Se les denomina de esta manera porque, reinando Fernando VII «El Deseado», el 1 de enero de 1820 se produjo la rebelión del teniente coronel Rafael de Riego, quien proclamó inmediatamente la restauración de la Constitución española de 1812 también conocida por Constitución de Cádiz y por La Pepa y el restablecimiento de las autoridades constitucionales.
Firma del Acta de la Independencia, Coriolano Leudo