Hace cien años, cuando el país comenzaba a despertarse del largo sueño colonial y avanzaba imparable hacia la modernidad, Tomás Carrasquilla se admiraba de ver unas rudimentarias bicicletas que los colombianos de entonces importaban de Europa y Estados Unidos como si fueran la octava maravilla, y que para ellos era la señal inequívoca de que se entraba al siglo veinte pedaleando la industrialización. Habría que esperar otros tantos años, hasta 1951, para que montar en bicicleta dejara de ser un pasatiempo de fin de semana y se convirtiera en la pasión de todo un país.
Colombia arrancó los años cincuenta con un ímpetu extraordinario. Los melodiosos versos de Pachito Eché se escuchaban como un sonsonete feliz en las emisoras de radio; el batallón Colombia partía hacia Corea con más de tres mil hombres entusiastas y corajudos, que llevaban entre sus morrales los sueños de democracia y libertad, y en Bogotá, en las páginas del diario El Tiempo, algunos estudiantes del colegio de San Bartolomé aseguraban, entre perplejos y confusos, que habían visto cómo algunos platillos voladores pasaban a velocidades supersónicas por los cerros de Monserrate y Guadalupe.
1951, sin embargo, pasó a la historia del país por el inicio de la Vuelta a Colombia en bicicleta, una quijotada que se le había ocurrido a un grupo de fanáticos que quería establecer aquí una competencia similar al Tour de Francia y el Giro de Italia y que, además, estaba entusiasmado con el triunfo ciclístico de un desconocido Efraín Forero en los Juegos Panamericanos de Guatemala, un año antes. El inglés Donald Raskin, quien importaba las mejores bicicletas europeas y americanas; el empresario Guillermo Pignalosa, tan fanático del ciclismo como Raskin; el dirigente Mario Martínez, de la que entonces se llamaba Asociación de Ciclismo, y los periodistas Pablo Camacho Montoya y Jorge Enrique Buitrago, le propusieron al jefe de redacción del diario El Tiempo, don Enrique Santos Castillo, que su periódico patrocinara y organizara la primera competencia de ciclismo; y él, sin pensarlo dos veces, aceptó el reto.
El 5 de enero de 1951, frente a las instalaciones del periódico bogotano, en la intersección de la carrera Séptima con la Avenida Jiménez, un grupo de 35 intrépidos ciclistas inició la aventura de recorrer los 1.254 kilómetros que separaban un país casi desconocido, ensimismado desde los tiempos coloniales en el altiplano cundiboyacense, en las sabanas costeñas y en las montañas descomunales y de valles profundos del Tolima, Boyacá, Caldas y Antioquia.
Tras diez etapas duras, recorridas entre caminos maltrechos y casi de herradura, Efraín Forero se convirtió en el primer campeón de la Vuelta a Colombia, en el primer héroe de la paz y la concordia, en un país atrapado entonces en la diferencia política y que necesitaba dosis inmensas de júbilo y de alegría para conjurar tanta violencia. El evento fue un logro incomparable: el país se paralizó durante quince días, pendiente de los principales detalles de la competencia, transmitidos por Carlos Arturo Rueda C. a través de los 610 kilociclos de la emisora Nueva Granada, y quien hacía más emocionante la carrera con su estilo peculiar de narración.
Aquellos años cincuenta fueron la década de los primeros héroes del ciclismo, y vieron nacer, cómo no, a nuestras primeras leyendas deportivas, que a ojos de los colombianos parecían dioses del olimpo griego. Quizás aún no se haya reconocido en toda su dimensión lo que significó, y significa, la Vuelta a Colombia, no sólo como aglutinador de la identidad nacional y local sino –más importante- como escenario de paz, concordia y convivencia. Por casi setenta años, cientos de ciclistas, entrenadores, dirigentes, periodistas y millones de fanáticos y seguidores, han puesto sus granos de arena para avanzar en ese proyecto aún inacabado de construir país, de construir nación.
El “Zipa” Forero, Ramón Hoyos Vallejo, “Cochise” Rodríguez, Álvaro Pachón, Rafael Antonio Niño y “Pajarito” Buitrago, entre muchísimos otros, fueron los primeros héroes de la infancia de muchas generaciones de colombianos. Y fueron inmortalizados en los años sesenta y setenta, cuando se entendió las dimensiones de sus gestas. Quedan para la memoria sus nombres y sus hazañas, que simbolizan la diaria y constante lucha del colombiano contra las dificultades, en una sucesión interminable de triunfos épicos.
Hoy, los triunfos de Rigoberto Urán, Fernando Gaviria, Sergio Luis Henao y Nairo Quintana cierran con broche de oro décadas de hazañas, alegrías y tristezas, glorificadas en el altar de los dioses del deporte, en las crestas de las etapas de montaña y en los podios americanos y europeos.
Fotografías: Fondo Museo de Bogotá (MDB)