Juan Daniel Flórez Porras
Historiador y Licenciado en Ciencias Sociales
Magister en gestión Documental y Administración de Archivos
Los recovecos, esquinas, calles y andenes de cualquier gran ciudad, esconden sorpresas cuyos secretos pueden ser revelados mediante una perspicaz observación. Eso es lo que pasa en Bogotá cuando se le recorre sin prejuicios, con disposición atenta al examen de la experiencia subjetiva que solo produce el caminar a la deriva, para descubrir con asombro la perplejidad de la cotidianidad. En este sentido, la calle como escultura, la esquina como refugio y el andén como escenario urbano, son las coordenadas perfectas para el coleccionista de antigüedades, testimonios de acontecimientos pasados, de los seres humanos que fueron y del paisaje arquitectónico que ya no está.
Esto fue lo que me ocurrió recientemente cuando en la calle 15, entre carreras novena y octava (antigua calle San Eloy, hoy pasaje peatonal), en pleno centro histórico de la capital, me tropecé intencionalmente con uno de los puntos de venta callejeros de libros usados, donde se apilan centenares de libros a la venta por solo mil y dos mil pesos, cuyo vendedor publicita su producto con un pregón estridente que sobresale por encima del bullicio propio de la urbe al medio día, y dice: “¡Libros a mil, a mil, a mil, a mil, a mil, solo es mover y mover y mover y meteeer la manoooo!”.
Con esta divisa dirigí mi mano hacia el montón de libros, los cuales estaban apilados sobre un toldo de tela extendida en un marco de madera semejante a una camilla de primeros auxilios. Sin embargo, mi mirada pasó rasante y antes de tomar algún ejemplar para su debido análisis, en medio de otros potenciales compradores que seguían fielmente la orden del pregonero, algo llamó mi atención a un costado de la mesa, lo que hizo que por un momento todo se oscureciera en derredor y solo apareciera en primer plano un cúmulo distinto de libros directamente posados sobre el suelo, tal y como ocurre con las películas del cine mudo que congelan un fotograma, para que una circunferencia negra cubra la pantalla hasta oscurecerla totalmente y pasar hacia otra escena.
Mi atención se desvió sobre una caja de archivo de referencia industrial X – 300 sin tapa, razón por la cual su contenido estaba a la vista. Este se conformaba de unos tomos verdes, cuyos lomos estaban adornados de unas inscripciones bajo relieve color dorado, a la vieja usanza de los empastes tradicionales que eran frecuentes para la presentación de las tesis de grado académico. No vacilé y entonces metí la mano para comprobar mis sospechas de infatigable buscador de tesoros bibliográficos: estaba ante la colección de uno de los suplementos culturales más recordados, el Magazín Dominical de El Espectador, en perfecto estado de conservación. Exagero si afirmo que me sentí como el arqueólogo e egiptólogo inglés Howard Carter aquel 4 de noviembre de 1922, fecha en la cual afirman sus biógrafos, descubrió la tumba de Tutankamón, en el Valle de los Reyes, frente al Luxor, en Egipto.
Por supuesto que a simple vista exagero, pero fueron segundos de estupefacción, que aumentaron mi ritmo cardiaco cuando escuché el precio irrisorio que pidió el pregonero por este tesoro. De inmediato me puse en contacto con un compañero del Archivo de Bogotá, para consultarle si esta colección se encontraba completa en el archivo histórico de la ciudad. Al recibir el dato que los ejemplares que hay para consulta de los usuarios de la sala general del archivo, inician desde los números publicados en 1994, y estando en mis manos los primeros ejemplares que se comenzaron a editar desde 1983 hasta 1989, no vacilé un minuto más: le di el billete acordado al vendedor, quien inmediatamente me ayudó a llevar la caja hasta un taxi que tomé con la ruta indicada hacia el Archivo de Bogotá.
Ya instalados en el archivo, se revisó minuciosamente el material cuyo proceso técnico de valoración sirvió para comprobar nuestra hipótesis inicial. Se trata de la última etapa del que fue en su momento el nuevo formato del Magazín Dominical del diario de circulación nacional El Espectador, que empezó a publicarse desde el 20 marzo de 1983 cuando se lanzó el número uno. En este formato la revista circuló hasta el ejemplar número 843 de julio 11 de 1999.
En total la parte de la colección adquirida y que se encuentra en proceso de donación al Archivo de Bogotá, para lo cual debe ser previamente registrada, descrita y catalogada, la integran trece tomos debidamente empastados, uno por cada semestre, que van del ejemplar de la revista número 20 de julio 31 de 1983, con una fotografía de perfil del célebre poeta Porfirio Barba Jacob en portada, hasta el ejemplar número 324 de junio 25 de 1989, que lleva en portada una ilustración sobre el cine de los 80.
Uno de los tantos aspectos que convierten a esta revista en un objeto bibliográfico de gran valía para los investigadores y de culto para los coleccionistas y literatos, es que su publicación se llevó a cabo a finales del siglo XX, en una época donde esta revista asumió una posición independiente y valerosa, incluso frente al mismo periódico que le sirvió de circulación, para llevar una voz disonante entre otras publicaciones y suplementos culturales que existían en su momento. Esto en un contexto social políticamente álgido para el país, donde el conflicto armado interno desarrolló la agudización de sus mayores repertorios de violencia y degradación política, al tiempo que en el contexto internacional el mundo asistía al proceso del fin de la era de la guerra fría, la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas - URSS, la caída del muro de Berlín, junto con todos los efectos políticos, sociales y culturales que este hecho histórico trajo consigo para la historia de la humanidad y que explica la sociedad mundial de hoy.
Así fue como el Magazín Dominical de El Espectador se propuso desde un comienzo, ser la tribuna de difusión diversa y cultural sobre todas o casi todas las áreas del conocimiento, las humanidades, las artes, las ciencias sociales y las llamadas ciencias exactas: literatura, pintura, danza, teatro, música, poesía, cine, fotografía, comics, historia, psicología, política, antropología, sociología, filosofía, geografía, arquitectura, urbanismo, medicina, biología, matemáticas, medio ambiente… casi ningún tema relacionado con la cultura en general se le escapó a esta revista, que se apartó de las publicaciones decimonónicas realizadas hasta entonces como suplementos culturales.
Para el logro de lo anterior, la revista le apostó por todos los géneros narrativos: poemas, ensayos, reseñas, fragmentos de novela, cuentos, aforismos, entrevistas, crónicas y reportajes. Al mismo tiempo, fue un espacio abierto para que varios ilustradores tradujeran en dibujos el mensaje que los textos expresaban en palabras. Igualmente, cada una de las portadas se ha convertido en un testimonio de los debates culturales aportados durante el último cuarto del siglo XX, representando hoy en día la evolución de una revista que dejó un legado para miles de lectores y escritores que se formaron con su lectura, y que hoy en día se encuentran en plena producción literaria, en un tiempo presente donde los suplementos culturales en los diarios de circulación nacional y regional se han extinguido.
El Magazín Dominical de El Espectador no solamente fue un medio de difusión cultural masivo y de amplia acogida, sino que además sirvió de plataforma para la publicación, junto con los autores consagrados, de nuevas voces, escritores noveles, que lograron exponer sus primeras creaciones. Desde Gabriel García Márquez hasta Óscar Collazos, pasando por R.H. Moreno Durán, Roberto Burgos Cantor, Fanny Buitrago, Darío Jaramillo Agudelo, Piedad Bonnett, William Ospina, entre muchos otros, por no hablar de las plumas internacionales como Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Marguerite Yourcenar, Günter Grass; hasta llegar a los pensadores y filósofos, desde los clásicos Kant, Hegel, Nietzsche y Marx, para escuchar las voces interrogadoras del siglo XX como Sigmund Freud, Jean Paul Sartre, Emil Cioran, Gilles Deleuze y Michel Foucault, por solo citar algunos.
Eso sin hablar de los innumerables pintores, escultores, actores, músicos, fotógrafos, directores de cine, entre muchos otros que alcanzaron a figurar en algunos de los artículos y dossier que continuamente llevaba a cabo el Magazín Dominical, los cuales cubrieron exposiciones de arte, lanzamientos bibliográficos, estrenos de largos y corto metrajes, inauguraciones de festivales de teatro, recepción de conciertos musicales, recitales de poesía, movimientos y vanguardias artísticas en general. Basta consultar los índices onomásticos y temáticos que con frecuencia la misma revista editó, dentro del mismo número consecutivo de publicación, para entender que esta empresa cultural y periodística no fue otra cosa que uno de los catálogos del pensamiento occidental más completos en nuestro medio.
Todo lo anterior se consiguió gracias al trabajo en equipo de varios promotores, que desde diversos roles cumplieron la misión de enaltecer con contenido de alta calidad, una revista que por ser masiva nunca eludió la profundidad y complejidad de los temas objeto de acalorados debates en el círculo intelectual y artístico de entonces. La periodista Marisol Cano Busquets ocupó el cargo de directora durante el mayor tiempo de circulación de la revista; el poeta Juan Manuel Roca, que enriqueció el contenido con numerosos aportes e hizo parte del comité editorial; el escritor y crítico de cine Hugo Chaparro Valderrama, quien llevó por una larga temporada su rol de redactor, junto con sus valiosos aportes de contenido; Guillermo González Uribe, quien fungió como coordinador durante los primeros años de la publicación; Alfonso Cano Busquets en el diseño y diagramación. Junto con toda una pléyade de colaboradores y asistentes, que convirtieron al Magazín Dominical de El Espectador en un referente de consulta obligada para el mundo intelectual; tan así fue, que días antes de ser asesinado el emblemático director de El Espectador Guillermo Cano, este le reveló a Marisol Cano Busquets, que por sobre todas las cosas del periódico había que proteger a la revista.
Pese a todo lo anterior, con el paso del tiempo nuevos aires llegaron, el mundo editorial desde finales de la década del 90 tomó nuevos rumbos que nos han llevado hasta el mundo digital de hoy. Finalmente, la revista dejó de circular en 1999, dejando una estela de erudición profunda, huella que resulta imborrable para quienes tuvimos la oportunidad de formarnos en sus contenidos. En el mismo periodo en que la revista dejó de publicarse, el mismo diario estuvo en peligro de desaparecer, debido a que la industria de las publicaciones de diarios tomó estrepitosos giros, que llevaron a muchos periódicos a disolverse, fusionarse con empresas de editoriales multinacionales, o incluso a desaparecer en el formato papel, transformando sus formatos y modos de difusión.
En medio de este desconcierto el diario de El Espectador se volvió un semanario, en desmedro del nivel de sus contenidos, y mientras tanto los suplementos que intentaron reemplazar a la última era del Magazín Dominical naufragaron en experimentos que le rindieron exaltación a la banalidad y superficialidad de contenidos, hasta llegar a la situación reciente, donde el mundo de la información se ha globalizado, en desmedro de la baja calidad de contenidos que ofrecen las redes sociales y de la respuesta instantánea de las llamadas tendencias y etiquetas, atravesadas de las falsas noticias, que no dan lugar al tiempo de la reflexión, el análisis y el ocio creativo que proporcionó en su momento una publicación como lo fue la revista Magazine Dominical de El Espectador. Ni siquiera con el resurgir estelar de las cenizas de este último nuevamente como diario, se recuperó la filosofía de lo que fue el Magazín Dominical como suplemento cultural de un periódico de circulación nacional, y hoy 20 años después de circular su último número, son contadas las revistas que de manera independiente han continuado con el legado de la difusión cultural, solo que con otros derroteros y aspiraciones.
Como parte de la misión de la Dirección Distrital del Archivo de Bogotá, que gestiona la Secretaría General de la Alcaldía Mayor de Bogotá D.C., que además del patrimonio documental de archivo, también vela por la protección y difusión del acervo patrimonial bibliográfico de la ciudad, resulta pertinente integrar esta parte de la colección descrita, la cual se encuentra en proceso de donación, buscando así que esta se convierta en deleite de sus usuarios, ciudadanos que ejercen su libre derecho de acceso a la información, y para la consulta de aquellos acuciosos investigadores que seguramente le formularán interesante preguntas de investigación al significado histórico y patrimonial de esta revista. Finalmente, si bien la caja de archivo depositada en un andén de la calle 15 no guardaba en su interior la momia de algún faraón del Antiguo Egipto, sin embargo, valió la pena sentirse por un instante un exitoso arqueólogo y descubridor de tesoros escondidos en la ciudad del asombro.