Por: Luis Enrique Rodríguez B.
Área de investigación, Archivo de Bogotá.
Los relatos de las diversas etnias hablantes de la legua chibcha entre los que se hallaban los indios Muiscas habitantes del altiplano que caracteriza la región entre los actuales departamentos de Cundinamarca y Boyacá, fueron objeto de conservación, enriquecimiento y transformación gracias a la tradición oral que se daba en el seno de sus comunidades.
El resultado de este ejercicio ha llegado hasta nuestros días, gracias a que durante los procesos de descubrimiento, conquista y dominio de las sociedades aborígenes por parte del bando español, estos vocablos fueron convertidos a sonidos y palabras fijados a través de las convenciones propias de la fonética y la escritura, ambas ejercidas por algunos de los muchos misioneros españoles acompañantes y, con posterioridad, por ciertos ilustrados criollos en la escritura de sus crónicas, relatos de viaje, descripciones, relaciones y novelas.
En estas piezas descriptivas de los "primeros tiempos", el agua es decisiva en el momento de hacer referencia a los mitos de origen del pueblo Muisca. Según narra la tradición, el primer día de la creación, de la laguna de Iguaque salieron una mujer llamada Bachué con su hijo de tres años en brazos y, a continuación, bajaron desde la montaña a la Sabana de Bogotá, allí se quedaron hasta que el niño creció y se convirtió en adulto, se casó con ella y tuvieron muchos hijos, con los cuales poblaron el mundo. Pasados los años, -siempre de acuerdo con el mito- volvieron a la laguna, se convirtieron en serpientes y desaparecieron en las aguas.
Los excesos cometidos por los habitantes descendientes de aquella primigenia pareja, llevaron a que la divinidad llamada Chibchacum, se indignara y resolviera castigarlos anegando sus tierras; para lo cual de manera repentina lanzó sobre la llanura de la planicie de Bogotá, los ríos Sopó y Tibitó, ambos afluentes principales del río Funza. Los tres, convertidos en furiosos torrentes, abandonaron sus cauces tradicionales y se precipitaron sobre la Sabana, transformándola en un vasto lago.
Los descendientes de estas primeras comunidades Muiscas, chibcha-hablantes, se refugiaron todos en las alturas del terreno huyendo de las aguas del lago, y cuando ya casi morían de hambre, dirigieron sus ruegos a Bochica, el cual se apareció en lo alto de un arco iris, una tarde a la hora de la puesta del sol, convocó a la nación y les ofreció remediar sus males, no suprimiendo los ríos que podrían serles útiles en tiempos secos para regar sus tierras, sino dándoles salida.
Te interesa también: Entre ríos, embalses y acueductos
Y así, Bochica arrojó entonces la vara de oro que tenía en las manos, y esta abrió la brecha suficiente entre las rocas del Tequendama, y por allí se precipitaron las aguas de la laguna, con gran estruendo, dejando la llanura enjuta, limpia y más fértil con el limo acumulado. El justiciero Bochica no se limitó a esta acción sino que para castigar a Chibchacum, por haber afligido a los hombres, le obligó a cargar la tierra, que antes estaba sostenida por firmes estanquillos de "guayacan".
De esta manera, son varios los cronistas y viajeros que registraron en sus relatos las primeras referencias de la gran inundación de la Sabana de Bogotá, de la formación de su Salto de Tequendama, de sus ríos, lagunas, fuentes y humedales procedentes del imaginario indígena expresado en la mitología Muisca-Chibcha.
Foto: Fondo Empresa de Acueducto EAAB / Archivo de Bogotá