Por Bernardo Vasco - Periodista Archivo de Bogotá
Hace poco más de 200 años, la antigua Plaza Mayor ( hoy de Bolìvar) era un hervidero de emociones encontradas. El 3 de junio de 1809, el cronista bogotano José María Caballero escribió en su diario que Santafé había amanecido inundada de pasquines que incitaban a la expulsión de unos franceses que se habían emborrachado en una casa de San Victorino, y salido a las calles a lanzar vivas a Bonaparte, que había apresado al mismísimo monarca Fernando VII.
Sin embargo, otros pasquines anonimos también preocupaban a las autoridades españolas. Aparentemente habían sido escritos por estudiantes del Colegio Mayor del Rosario y del San Bartolomé, que incitaban a no pagar los impuestos reales y a apoyar, se decía, los ideales de la revolución francesa. Aquellos pasquines, audaces y temerarios, ya ponían de manifiesto las ansias de independencia. “Si no quitan los estancos, si no cesa la opresión, se perderá lo robado, tendrá fin la usurpación”.
Los santafereños tenían sentimientos encontrados. Mientras recaudaban fondos para ayudar a la guerra contra Francia, y se pagaban misas al Altísimo pidiendo protección al propio Rey, aquellos pasquines anónimos –que se habían vuelto una costumbre desde por lo menos 1793- dejaban entrever el descontento de los pobladores del reino no solo por los impuestos, que iban en aumento, sino porque la traducción de los derechos del hombre y del ciudadano había despertado en los criollos americanos el deseo de independencia y libertad. Las tertulias sociales y literarias, y las aulas rosaristas y bartolinas, por supuesto, eran conducto forzoso e indispensable del caudal revolucionario.
Como dijo Gabriel García Márquez en su memorable discurso “Por un país al alcance de los niños”, “los mestizos no estaban calificados para ciertos grados de mando, de gobierno y de otros oficios públicos; incluso no podían ingresar en los colegios y seminarios. Los negros carecían hasta de alma, y no tenían derecho ni siquiera a entrar en el cielo o en el infierno”..
Los últimos tres virreyes, Ezpeleta, Mendinueta y Amar y Borbón, no cesaron de escribir cartas al rey informándole de estos sucesos, que les parecieron abominables. Se murmuraba en las calles que se pretendía implantar en el Nuevo Reino de Granada una constitución republicana como en los recién independizados Estados Unidos de América. Sin duda, Santafé era un hervidero de descontentos.